Antonio Betancort (Las Palmas de Gran Canaria, 13/03/1938) sintió los mismos colores en la máxima categoría que Luis Molowny: UD Las Palmas y Real Madrid. Sus vidas quedaron ligadas en lo deportivo y en lo personal. "De Luis se podía aprender todo. Quizá su lección más importante fue la humildad y discreción", repite.

- Usted le conoció en la etapa en que él se incorporó a la Unión Deportiva, ¿cómo fue aquella doble versión como jugador y técnico a la vez?

- La Unión Deportiva Las Palmas había recuperado en aquellos años a Mujica y a Alfonso Silva, que terminaban sus carreras en la Península. Más tarde lo hizo Molowny, tras dejar el Real Madrid. Cuando vino yo estaba en el club, partiendo desde juveniles. Le veíamos como una institución, porque todos los futbolistas de la época le admiraban y le respetaban. Sin embargo, cuando llegó al club apenas jugó porque ya tenía alma de entrenador. Le gustaba el banquillo y, de común acuerdo con la directiva, se hizo cargo del equipo en una temporada difícil. Le habían pedido este favor y era incapaz de decir "no".

- Haga su radiografía futbolística. ¿Con quién le compara?

- Era único. Driblaba a los defensas con el cuerpo, sin tocar el balón. Amagaba con soltura, casi bailando, y las jugadas podían acabar de cualquier forma. Era imprevisible. Por eso no le encuentro alguna similitud con los futbolistas que le siguieron. Molowny no era un jugador de muchos espacios, al contrario: en pocos metros, dentro del área, resolvía los partidos. Esa habilidad que poseía la complementaba luego con muchos goles. Fue un artista. En Las Palmas apenas le vimos, pero era el ídolo indiscutible del madridismo hasta que llegó Di Stéfano. Era el niño mimado por Bernabéu.

- ¿Informó Molowny sobre sus cualidades para que fichara por el equipo blanco?

- Nunca me lo confesó, pero estoy seguro de que fue así. A veces le pedí que me lo aclarase pero él me decía: "El mérito fue exclusivamente tuyo". Mi fichaje por el Real Madrid fue una operación que se llevó con mucha discreción. Por aquellos días se comentaba que Quincoces, secretario técnico del Valencia, estaba preparando la operación de mi traspaso. Viajé a la capital sin saber a qué iba con don Jesús García Panasco, quien me había dicho que teníamos que hacer una gestión, pero no me aclaró el contenido de la misma. Nos hospedamos en el hotel Internacional y, por la mañana, me dijo que íbamos al Real Madrid para realizar el traspaso. Yo estaba realmente asustado y no acabé de creérmelo hasta que firmamos el contrato. Estoy absolutamente seguro de que detrás de aquello estaba Molowny? pero él fue un hombre prudente y nunca desveló nada.

- ¿Cuál fue su secreto como entrenador para lograr tantos títulos?

- En esta faceta sí le comparo con Miguel Muñoz. Él les decía a los jugadores que salieran al campo a jugar pero que recordaran que estaba en juego la comida de sus familias. "Ustedes sabrán lo que hay que hacer", les decía. Hablaba de forma pausada, sin gritos. Lo hacía de tal manera que los futbolistas salían a darlo todo porque generaba en ellos confianza. Eso, en el fútbol actual y también en el pasado, es algo muy difícil de lograr y sólo unos pocos están capacitados para hacer. Muñoz es de esa misma escuela.

- ¿Le ocurrió también a usted?

- Por supuesto. Daba gusto escucharle. En la vida supo dar muchos consejos muy valiosos. En Madrid, pasados los años, mencionar el nombre de Molowny era abrir puertas. Si algún canario iba a verle para cualquier cosa, él salía de su despacho para atenderle. Cualquier favor que se le pidiera lo complacía. Era una persona magnífica, incapaz de hacer daño a nadie.