El moco ya tiene galones. Ayer no hizo más que confirmar que esta temporada hay David González para rato, que ya no es aquel jugador de un solo encuentro brillante o un par de jugadas endiabladas para levantar el aplauso fácil. Ahora, cuando las circunstancias lo requieren y más exigente se pone el público, saca la batuta y pone a la banda a tocar. La suerte de este año es que, además, su banda toca muy bien.

Transcurría el partido por el sendero de la desidia musical marcada por el Granada, un rival que jugó como se le juega al Barcelona en Primera División (salvando las distancias, naturalmente), melódicamente plano. Media hora de concierto y la UD Las Palmas no había logrado afinar aún sus instrumentos. Fue entonces cuando el moco se puso de pie, golpeó la batuta contra el vaso de cristal para que los músicos atendieran a la pauta, al más puro estilo Luis Cobos pero con algo menos de pelo y más músculo, y distribuyó las partituras a cada uno.

Comenzó a sonar la música de los primeros conciertos, sin contar con que, una sola voz en contra en el lugar del espectáculo puede, a veces, empañar la velada. Esa voz fue Roberto, el guardameta del Granada, que con sus gritos estropeó la fiesta. La vez más evidente a un remate a bocajarro de Josico. Parecía imposible que Roberto pudiera detener ese balón, porque prácticamente no tenía tiempo de reacción. Lo cazó por el oído. Escuchó por dónde sonaba el esférico para, con un poco de suerte también, convertirlo en silencio.

Rugió entonces el estadio de Gran Canaria y el moco se envalentonó ante su público. Tres o cuatro acciones de tiralíneas, musicales, para dejar el sonido de su fútbol latente, a la espera del segundo acto. Camino del túnel de vestuarios, al finalizar la primera parte, el público fue generoso con la banda. Merecida ovación.

Un poco de agua al descanso y de nuevo a tocar. Tocar y tocar el balón para romper el silencio del Granada. Vitolo y Jonathan Viera, dos concertistas sublimes para la música amarilla, sacaron a relucir sus violines solistas. No fue el mejor día de Vitolo, pero su potencia física hace que todo lo que toque se convierta en peligro constantemente. Y Jonathan Viera, tan delgado, tan poca cosa que parece que se va romper de un momento a otro. Sin embargo, es capaz de hilvanar acciones sobre un campo de fútbol de la misma manera que el mejor de los stradivarius se merienda las notas de una partitura.

La banda del moco tiene también músculo, contrabajo. Josico asume su papel de veterano con una naturalidad de juvenil. Trabaja para dejar limpio el escenario y, cuando David González lo requiere para actuar de solista, se mete en el área. Ante el Villareal B marcó un gol de cabeza que abrió el camino del triunfo; ayer estuvo a punto de repetir la gesta, pero lo impidió un gran Roberto, el portero del Granada.

El moco es el director de la banda pero David García el capitán. Siempre en labores farragosas, mantiene la retaguardia afinada. Menos en una ocasión, la que costó el empate del Granada, en una jugada de estrategia. Discurría el partido por el pentagrama dibujado por Jémez cuando un despiste en el lanzamiento de una falta, con el partido perfectamente afinado, hizo que se escuchara el sonido de las redes de la portería de Barbosa. El ruido que nunca quiere escuchar el portero.

La mejor versión de Ruymán también salió a relucir ayer, cuando el moco le dio la entrada en un par de ocasiones en la primera mitad. Mereció el gol el jugador grancanario.

Y en vista de que sus violines no tenían su mayor grado de inspiración, fue el propio David González, el moco, el director de esta banda compuesta por Jémez, el que deleitó al público con un recital de lanzamiento a portería sin dejar caer el balón al suelo. La banda suena muy bien, aunque un despiste empañó el concierto.