Ningún equipo en el mundo sale al campo para contentarse con una derrota, aunque sea asumible como la de ayer en Vallecas. Pero escuchando a los protagonistas después del partido, la digestión del fiasco parece haber sido satisfactoria porque nadie considera que la Unión Deportiva haya merecido la victoria, ni siquiera cree que ha habido suficientes méritos para anotarse el empate. Cuando se merece más de lo que se expone llega el mal cuerpo, la rabia, la inquina, nada que ver con lo que ocurrió ayer en la sobremesa frente al Rayo. En esencia, todos encontraron una zona común: los anfitriones fueron superiores; los forasteros, inferiores.

En la primera parte, Las Palmas tenía el partido bajo un control simulado, en ese punto de indefinición que tan bien saben aprovechar los amarillos en los momentos cruciales. Lo único que era distinto de las anteriores ocasiones era el rival, el Rayo, que posee más virtudes que defectos en la categoría, al contrario que la mayoría de los equipos. Y así, bailando sobre el alambre, expuestos a un mal despeje, a una pared de tiralíneas del rival se marchó al descanso el equipo de Juan Manuel. Se marchó al vestuario ilusionado con acertar su opción, esperando que no se cayeran los cimientos tiernos construidos sobre el área de Barbosa y embocar la ocasión precisa de todos los fines de semana, la que resuelve Javi Guerrero, Quiroga o algún secundario que tiene el día bueno.

La motivación

Pero al salir del intermedio, el sopor se apoderó de los futbolistas amarillos que perdieron poco a poco opciones de apuntarse el triunfo. Primero cedieron el escaso terreno ganado, después, la pelota y al final, todo lo demás. El método de Juan Manuel, tan válido en las seis semanas anteriores, necesita una revisión frente a equipos que mandan como el grupo de Sandoval, que juegan el fútbol más amateur que se puede observar. No cobran, pero se mueven bajo el móvil de la ilusión, de un botín superlativo, la Primera.

Frente a ese inventario de motivaciones, Las Palmas planteó un partido de contención, mirando tanto al retrovisor que apenas hubo argumentos ofensivos a pesar de poner en liza a todo el arsenal, incluido Jonathan Viera, que volvía a la titularidad después del barbecho.

La derrota de la Unión Deportiva en Vallecas no va más allá de un ligero constipado de primavera. Un estornudo a destiempo. Así es asumido por los actores principales de la función. Los síntomas son leves, pero hay que tratarlos de manera conveniente. Porque igual de inocua parecía aquella derrota en Balaídos en noviembre pasado frente al Celta de Vigo. Después, de manera inopinada, contra toda lógica y razón futbolística, se posó sobre el conjunto la catástrofe durante catorce jornadas consecutivas. Si bien el tropezón en Vallecas trae consecuencias evidentes en la zona baja de la clasificación, con el acercamiento del Salamanca, también mata el gusanillo de la ilusión por la parte alta de la tabla.

Se acabaron las cuentas de lechera mirando de forma furtiva las eliminatorias de ascenso, que se sitúan ahora a una distancia sideral, cuando quedan siete jornadas para que se agote el campeonato de Liga. Ahora los esfuerzos irán dirigidos a ganar un par de partidos y permitirse el lujo de sestear.