En 2008, cuando Joan Laporta no pudo concretar el fichaje de José Mourinho para sustituir en el banquillo del FC Barcelona a Frank Rijkaard, a Pep Guardiola le tocó sofocar un incendio de una magnitud considerable. Heredó el entrenador de Santpedor una plantilla sublime pero arruinada por la veleidad de futbolistas en decadencia como Deco o Ronaldinho.

Con un solo año de experiencia en Tercera División al mando del filial azulgrana, Guardiola aceptó el reto. Cruyffista radical, alumno aventajado del maestro holandés y con trazos de Louis van Gaal o Carlo Mazzone en su pizarra, el joven técnico hizo limpieza, liquidó el vedetismo imperante en la plantilla, levantó una obra de arte alrededor de Messi, Xavi e Iniesta y salió ganador en un desafío que ha llevado al Barça a trazar un viaje increíble.

En los últimos tres años, con la belleza de lo inesperado como método, la mochila azulgrana ha atrapado más títulos que ningún otro club. Tres Ligas, dos Copas de Europa, un Mundialito, una Copa del Rey, tres Supercopas de España y dos Supercopas de Europa. Y todo jugando al fútbol engalanado de purísima y oro.

Pero tras tres temporadas de dominio impoluto, de dulce tiranía por España y por Europa, José Mourinho ha compuesto un Real Madrid que funciona como kriptonita para un Barça renqueante, sin naturalidad.

Seis puntos, la ventaja que marca desde la cumbre la maquinaria blanca industrializada por Mourinho, es el nuevo desafío que le toca encarar a Guardiola, casi siempre con viento a favor. Nunca antes se vio el técnico en un panorama tan adverso. Y será ese, probablemente, el estímulo que alimente el apetito voraz del Barça. Eso y el tantra del cruyffismo. "No sabemos cómo acaba, pero todo empieza por la pelota". Así sea.