José Mari sirvió el anzuelo y Ruymán picó. Corría el minuto 36 de partido, cuando el delantero andaluz lanzó un autopase por la banda derecha de su ataque en una jugada sin futuro, una vez superada la línea medular. No había peligro evidente ni riesgo aparente más allá al que corresponde a una jugada más en un duelo dominado por las faltas del Xerez y las imprecisiones. Pero, el tres amarillo, inocente, quizás en una suerte de acto reflejo, dejó el pie en el camino del otrora delantero del Milán, que sin dudarlo aprovechó la ocasión para exprimir su experiencia y caer fulminado al instante, no sin antes dejar su pie muerto para que golpeara al cándido defensor insular.

El trencilla, Amoedo Chas, no lo dudó un instante y entre las protestas de los de azul, corrió decidido para plantar la segunda tarjeta amarilla en el rostro del canario; expulsión y el duelo en barrena.

Ruymán había cometido el mismo error unos minutos antes pero ahora no se lo creía. La UD sufría para dominar a su rival que, tenso y nervioso, empezaba a escuchar silbidos de su afición. Sin embargo, todo cambió en ese momento y Ruymán lo sabía, aunque levemente increpara al árbitro por su exceso de celo.

Entonces, el graderío de Chapín se encendió entre aplausos y ánimos, mientras que, tras ver la roja, el infractor se dirigía a su vestuario con las manos en cruz y con gesto contrariado. Su entrenador, Juan Manuel Rodríguez, lo miró al pasar por el banquillo sin dedicarle una palabra. Era una imagen familiar, un deja vu en la desgraciada rutina de la UD. El técnico molesto y con las manos en la cintura, siguió con la vista clavada en su jugador, que abandonado en su soledad camina sobre el tartán de Chapín. Juan Manuel mantuvo su gesto crítico unos segundos antes de desviar su atención en busca del trencilla gallego, contando con sus manos las faltas que había protagonizado, en media hora de juego, el rival jerezano.

La UD se quedó con diez jugadores y, de esta manera, perdió toda esperanza de ganar el duelo frente al cuadro azulón. De pronto se sintió derrotado y se encerró en su propia área, primero para buscar oxígeno tras el descanso y después para caer derrotada sin apenas opción de poner a prueba al portero rival.

Sin embargo, el conjunto grancanario debería estar acostumbrado a estas incidencias cuando con la de ayer acumula 18 expulsiones entre sus jugadores de campo -nueve por doble amarilla-, y tres más para su entrenador. Una condena de color amarillo y rojo.