El refranero, sabio refranero español, viene a decir para situaciones como la de ayer que "a buenas horas, mangas verdes". Y es que la UD Las Palmas se destapó en su vena goleadora, si bien su imagen como equipo, jugando al fútbol, sí que no sufrió demasiadas variaciones.

Con todo, el triunfo, la alegría por los goles, el certificar casi matemáticamente la permanencia en la categoría, y todo lo que pueda concernir al encuentro en sí, queda en un segundo plano, porque lo verdaderamente importante es el adiós de Jonathan Viera a la entidad amarilla.

El jugador de La Feria ya no será más buque insignia de la entidad, porque se va al Valencia, pero sí que deja un buen dinero en las arcas de la entidad de Pío XII, que en el fondo era lo que las partes querían.

Ganan todos, dice el presidente, pero pierde el aficionado. El sufridor jornada tras jornada es el que sale perdiendo, porque se pierde la alegría en el juego del equipo, la genialidad. En definitiva, se pierde al jugador que ha sabido aglutinar de nuevo a la grada en torno al sentimiento amarillo y el que le devolvió la fe y la esperanza en un pronto retorno entre los grandes.

Ahora se va... pero aquí quedan ese sentimiento, esa fe y esa esperanza de volver entre los grandes y se le volverá a encontrar. Con otra camiseta, pero todos entre los mejores del fútbol patrio, porque el dinero que queda en las arcas amarillas servirá -o debiera servir si queremos ser más exactos- para sacar y pulir a otras perlas de la cantera canaria.

Un adiós, pues, el de Viera, que no es ingrato, porque deja buenos dividendos a la UD.