A la sombra del glamour y el rigor de las cifras, dos jugadores con recorrido testimonial en esta temporada se disfrazaron ayer de héroes por su denominación de origen. Sin los números de Nelson, Scheyer y Newley; Óscar Alvarado y Roberto Guerra elevaron el guión del derbi a su clímax con tres fotogramas directos al corazón. El base, que sólo había anotado tres puntos, en las cinco jornadas anteriores, logró un triple y anotó dos tiros libres cuando el Teide comenzaba a rugir.

Por su parte, Roberto Guerra, que se alistó en pretemporada para el equipo filial, y que aterrizaba en el Santiago Martín con su casillero vacío, también rubricó su actuación con otros cinco puntos: un lanzamiento de tres y una canasta de dos tras una asistencia de Beirán.

Diez puntos forjados en el Roque Nublo para alimentar un pulso que llevaba 22 años en silencio. El base de la cantera claretiana -de 21 años-no había nacido cuando en 1990 se escribió en el Centro Insular el último capítulo de una rivalidad que esperaba en el congelador.

Scheyer precisaba de oxígeno y Alvarado apareció a los 24 minutos en un combate abierto. En el reino de los pistoleros, Pedro Martínez buscó la pausa en el arquitecto y emblema de la cantera amarilla. Tras una canasta de Guillén, el director de orquesta de Santa Brígida respondió con un triple para dejar el 48-57 en el electrónico. Y dos puntos más desde la línea de tiros libres 52-59 para estirar su impronta en unos minutos de liberación.

Se da la circunstancia de que Roberto Guerra participó del régimen de plátano en el parqué y anotó su segunda canasta con Alvarado como acompañante en el 52-61.

En el bombardeo del Granca [sumó 44 puntos entre el segundo y tercer cuarto], Alvarado y Guerra fueron actores secundarios con un brillo intenso. Aportaron serenidad y abrieron el camino al triunfo. En el tramo del despegue, en esa lluvia de misiles de plutonio de Nelson y Toolson, el base alentó a la grada y aprovechó al máximo sus nueve minutos en pista. Estaba esperando un pulso de máxima rivalidad para presentar su candidatura en una temporada en la que parecía condenado al ostracismo. Siempre hay un derbi para despertar.

Sabedores del grado extremo de rivalidad y de la importancia de un duelo de otra época, Alvarado y Guerra aportaron espíritu. Y Báez una canasta con petróleo. El jugador dominicano, tras un partido irregular, aprovechó un rebote para resolver la ecuación.

Báez cayó en la trampa del técnico del CB Canarias Alejandro Martínez y quedó lastrado por sus dos primeras faltas. A remolque y a pesar de estar condenado, anotó una canasta que fue una puñalada mortal en la fase determinante.

En ese pulso a tumba abierta, sin concesiones y solo enturbiado por los últimos minutos, repletos de errores, Nelson fue el emperador de un duelo enmarcado por el grado emotivo de dos aficiones en una. La imagen de Báez animando con los fieles del Gran Canaria, al término del choque, representa la unión de acero de grada y glamour. Una fusión gracias al pegamento de Nelson y el aporte de los escuderos del Roque Nublo como Guerra y Alvarado. En territorio comanche, desplegaron su poderío más luminoso.