La eliminatoria, sujeta con correas desde el jueves pasado, se había roto definitivamente a falta de unos pocos minutos para el final. Ya no había tiempo para la estrategia ni para la contención. Era el momento de la verdad; de los héroes, del aquí y ahora de un club y una afición con una deuda por saldar. El Laboral Kutxa estaba contra las cuerdas, desesperado y superado, pero se revolvía cual animal enfurecido. De nuevo, sobre el escenario del Playoff aparecía la tensión y el sufrimiento. El Buesa Arena, con más de 12.000 almas, era una olla a presión. Andrés Nocioni había tomado el mando del ataque baskonista, Nemenja Bjelica encestaba y Macej Lampe dominaba por primera vez en la serie bajo los aros. Dos canastas del ogro polaco y el temible Laboral Kutxa, el segundo mejor equipo de la temporada, estaba ya un solo punto; a las puertas de Stalingrado. Entonces, el subconsciente insular se remontó al final del duelo del jueves pasado con los tiros libres de Beirán y el cruel destino para los amarillos. Además, recordó aquella eliminatoria contra Unicaja con Carlos Cabezas como verdugo o a la opción perdida con ventaja sobre el Joventut. Tantos malos momentos... Y entonces, cuando más empantanado estaba el partido y más encharcado el parqué, cuando la eliminatoria era una moneda al aire después de 117 minutos de ajedrez, de cuchillos y de igualdad, apareció un hombre, Ryan Toolson, el escolta anotador, para vestirse la capa de héroe, calzarse zapatos alados y destrozar el aro del Baskonia a base de triples, sentenciar al moribundo desde la línea de los tiros libres y firmar el pase a las primeras semifinales de la Liga ACB en la historia del Gran Canaria. Ya no existe la maldición. El Herbalife Gran Canaria está vivo y sigue soñando.

Los pupilos de Pedro Martínez ganaron al poderoso Baskonia, 66-72, a través del recital táctico que desplegó el técnico catalán y que fue una extensión de lo desarrollado con acierto en los cuartos del Playoff. El juego ofrecido por los amarillos dejó en evidencia al sistema de Zan Tabak al que le faltó cintura para buscar un plan alternativo. Desde el rigor táctico y el esfuerzo físico, el Granca selló su triunfo en Vitoria en el dominio del tiempo y del espacio. El ultimo partido de la serie, el del desempate en terreno rival, fue un calco, por juego, a los dos últimos. Los contendientes, sencillamente, recogieron el testigo donde lo habían dejado y se midieron desde la pizarra como si entre ellos hubiera un espejo. El ritmo, tan industrial como machacón, era el propicio para el interés amarillo. Pese a los fallos, el Granca sumaba canastas poco a poco, a cuentagotas, cada dos o tres minutos. Primero Newley y después Báez, éste con seis puntos seguidos. No había prisa. El tiempo pasaba y con cada tic tac del reloj, el Buesa entero sufría y los vascos se veían más y más nervios. El Herbalife había envuelto al rival en una telaraña espesa y éste no hacía más que enredarse en ella para cometer toda serie de errores. Tabak, pronto demostró que no tenía recursos para contrarrestrar la defensa amarilla y apostó, de nuevo por las individualidades. Así, dos triples del Baskonia, desde la muñeca certera de Nemenja Bjelica salvaba los muebles del primer cuarto; empate a 13.

En el segundo acto, el Granca siguió, cual hormiga, fiel a su tarea, sin salirse jamás del plan trazado. Mientras, las defensas sacaban los cuchillos. Es lo propio. Son ingredientes habituales cuando los contendientes no solo se conocen sino que la rivalidad es directa y casi personal. La estrategia seguía su curso. El Granca cerró, aún más, el rebote, comenzo a jugar posesiones largas, apretaba las líneas de pase y agobiaba a Lampe y a Nocioni, que fallaban una tras otra. El tiempo pasaba: 33 a 35 al descanso y más tensión en el Buesa.

En estas, el ritmo anotador aumentó. San Emeterío, un seguro de vida, apareció para mandar desde el tiro exterior. Nocioni empezaba a hacerse hueco en el poste bajo y Heurtel se iba en el uno contra uno. El Baskonia demarraba pero nunca superó a los amarillos. El equipo de Pedro Martínez contestaba una jugada antes a cada envite del Laboral Kutxa; siempre una posesión antes para mandar en el electrónico. Beirán, Newley y Toolson tiraron del carro. Siempre había un ligero colchón, una ventaja nimia, casi traslúcida pero que fue golpeando la moral de los vascos como esa gota que perfora desde la repetición en las torturas chinas. La renta era de dos, después de tres. Regresaba a dos, se iba a cinco y cuando el Herbalife amenzaba con irse, el Baskonia nadaba a contracorriente para rebajar la diferencia y empatar el partido. Entonces, el Buesa estallaba en un rugido de aliento al sentirse en la ola buena. Pero era ahí cuando respondían los amarillos letales, siempre seguros, para volver a irse de dos, des tres y de cinco. Vuelta a empezar. Mientras los minutos seguían caminando. Tic tac. Así se llegó al inicio del cuarto final con 50-51.

La batalla era cruenta, cada balón era una bomba de relojería y cada falló pesaba como una losa. Pleiss adelantó a los alaveses, pero Baez y Toolson recuperaron el control. Nocioni y Bjelica contestaron y, entonces, sí, el Buesa confió en los suyos y redoblaron los ánimos. El Granca necesitaba un héroe. Era el momento. Y entonces apareció Ryan Toolson. El escolta de Arizona sacó lo mejor de su juego y deshizo el nudo Gordiano. Primero forzó una falta con tres tiros libres. Encestó sin pestañear; uno tras otro como quien juega en el parque. Después, Báez se unió a la fiesta. El partido estaba roto y Lampe anotó cuatro puntos seguidos. El Baskonia estaba ahí, a un solo punto pero no contaban con que Toolson era el hombre. Estaba caliente y rabioso. Volaba de lado a lado y pedía el balón para él, como los grandes, para encestar a media distancia. Repitió, a continuación, con otro triple segundos después y el Granca ya estaba a seis. Toolson quería más y se coló por debajo de las torres para llevar la ventaja a ocho. Jaque mate. El escolta cerró el pase a las semifinales. Historia.