Jorge Luis Borges definió el fútbol como ese juego simple en el que once jugadores en calzoncillos se enfrentan por la posesión de un balón a otros once jugadores también en calzoncillos. Esta claro que el admirado Borges no entendió jamás la pasión desenfrenada y seguramente inexplicable que desata este deporte del uno al otro confín. Y sobre todo, el escritor argentino no tuvo la ocasión de conocer a Alfonso y Manuel Pozo, dos madrileños del barrio de Valdebernardo, que en el año 2000 fundaron oficialmente la peña Tractor Amarillo, devota y seguidora de los colores de la UD Las Palmas, y que ha llegado a estar formada por más de cuarenta integrantes.

Desde fuera puede resultar extraño, sobre todo porque este grupo amplio de seguidores, naturales y residentes en la península, no tienen ninguna vinculación con Canarias, es más, hasta el 2005, el presidente de la peña, Alfonso Pozo y su familia no había visitado jamás la isla de Gran Canaria, pero esto fue apenas un detalle circunstancial, porque desde que él tenía cuatro años, y hora ya tiene 47, el corazón de Alfonso ya había sido conquistado por una camiseta brillante de color amarillo.

Sin duda, los grandes aficionados de la UD no olvidan la etapa dorada del club, desde mediados de los años sesenta hasta comienzos de los ochenta. Durante este periodo, el equipo logró estar de manera ininterrumpida durante 19 años en Primera División, llegando a ser subcampeona de liga y obteniendo unos resultados extraordinarios. Las crónicas deportivas de entonces resaltan en grandes titulares que la línea media del conjunto amarillo estaba formado por dos figuras de renombre Castellano y Guedes, que juegan junto a los Gilberto, Germán, Tonono, Martín realizando un juego que hace llenar los estadios de la península. En la temporada 1971/72, el equipo se clasifica para la Copa de la UEFA y el maestro Germán Dévora alcanza la cifra de 15 goles, colocándose como segundo máximo anotador del Trofeo Pichichi.

El buen juego desplegado por Las Palmas logra desatar adhesiones allá por donde va, el equipo además se gana el favor del público, cae bien, y así no resulta extraño que el padre de los hermanos Pozo comience a hablar a sus hijos, sobre todo al mayor, a Alfonso, de las genialidades de aquellos canarios.

Con tan sólo cuatro años, este pequeño madrileño sueña con una equipación, la de la UD, y al final consigue que se la regalen en uno de esos días inolvidables. Para un niño de Madrid, con tantos equipos a su alrededor, ser de Las Palmas podría resultar una anécdota nimia, una atracción fugaz, un acto de rebeldía, pero en este caso, con cada nueva temporada, con cada nuevo triunfo de aquel equipo de jugadores insulares que van dejando esa estela de buen juego y excelente técnica, Alfonso Pozo pasa a convertirse en uno de sus máximos y más fieles seguidores.

Del infortunio a la gloria

En el preámbulo del libro Cuentos de Fútbol se dice que este deporte representa como pocos ese sentimiento profundo que va del infortunio a la gloria, del éxito al fracaso. "Pocos acontecimientos en la vida consiguen recorrer de un extremo al otro, y en poco menos de dos horas, los sentimientos de una muchedumbre dividida por dos querencias rivales en el terreno de juego". Pasión, odio, fidelidad, desencanto, son elementos viscerales que definen a este extraño y cautivador deporte. Y una vez que alguien recibe ese toque mágico que consiste en sentir a un equipo como algo propio, especial, entonces esa persona está perdida, ha caído en la red invisible, en la línea que lo acerca definitivamente a transformase en un forofo, en sentir a ese club de sus amores y penas como algo esencial en su vida.

Seguramente eso le ocurrió a Alfonso Pozo, que no tardó nada en contagiar con ese sentimiento a su hermano Manuel. Y después a su mujer Julia, a su hija Andrea, y al amigo de la niña, y sus vecinos del barrio. Lo que más llama la atención de esta familia, de estos dos hermanos, no es su devoción por la UD, sino que este fervor ha calado tanto que ya casi se sienten como unos canarios más.

Lo primero que nos cuenta Alfonso es que le molesta mucho que cada vez que sale Gran Canaria en las noticias "sea siempre por cosas malas, por sucesos, eso me pone enfermo". También les fastidia que se confundan con los nombres y que muchos piensen que Las Palmas está en Mallorca. Y después habla con total naturalidad de los pueblos de la isla, de lo bueno que está el chorizo de Teror, y lo bien que se lo pasaron cuando, por fin, "gracias a Benito y Mary de la peña Guanarteme fuimos para allá. Con ellos tenemos una gran relación, cuando ellos vienen a Madrid se quedan en mi casa, y lo mismo hacemos nosotros en Gran Canaria".

Una de las muchas anécdotas que ilustran el talante de estos dos hermanos tiene con ver con la propuesta que puso en marcha el Ayuntamiento madrileño de San Sebastián de Los Reyes, donde trabajan como personal de limpieza, y que consistió en poner los nombres de las distintas islas canarias a varias de sus calles, de todas menos de Gran Canaria. Ellos le hicieron ver a los técnicos que faltaba la redonda, y en el ayuntamiento argumentaron que poner Canarias y Gran Canaria podía confundir a los ciudadanos. Al final, el ayuntamiento cedió y Alfonso asegura que cuando vio el nombre puesto en una rotonda, "me faltó poco para darle un abrazo al hombre".

Mucho más que una peña

Además de llevar con orgullo el nombre de Tractor Amarillo por todos los campos de fútbol a los que pueden acudir para apoyar al equipo, esta familia considera que bajo estas siglas se pueden hacer muchas más cosas. Y así desde hace años organizan distintos actos culturales y también solidarios. Cuando llega la Navidad y el día de Reyes se dedican a recoger juguetes para los niños menos afortunados y también varios de sus integrantes se visten de Magos de Oriente y acuden a un centro de mayores del barrio, en Valdebernardo, una zona en las afueras de Madrid, para dar algo de alegría a estos abuelos que los reciben con los brazos abiertos. En ninguno de estos actos se olvidan de su equipo y siempre terminan por contagiar algo de su pasión por la UD.

Reconocen que la crisis también está afectando al grupo y que ya cada vez son menos los que pueden desplazarse tanto a ver los partidos como asistir a esas excursiones culturales que organizan y cuyo fin también tiene que ver con extender el buen nombre de la peña.

Los hermanos Alfonso y Manuel Pozo son muy conocidos tanto en el barrio en el viven como en el que trabajan y a su paso es habitual que algún vecino les grite desde la otra acera, "¡Pío, pío!, ¿cómo quedó el equipo?". Ellos sin dudarlo informan sobre la marcha del club y el último resultado que tuvieron este pasado fin de semana.

En cuanto al futuro de Las Palmas tampoco están obsesionados con que el equipo regrese a la Primera División, casi a la par, los hermanos sostienen que "hay que tener paciencia, nadie sabe la presión que tienen esos chicos, es que jugar en la U.D. no es lo mismo que jugar en el Alcorcón, o en el Getafe. Nuestra afición es tan grande, que cuando se lo cuentas a la gente de otros clubs de aquí, no lo entienden. Nosotros lo sabemos porque muchas veces cuando viajamos por esos campos, siempre hay más canarios apoyando que aficionados del otro equipo".

Sigue resultando extraño, aunque al final, una vez que salimos de la casa de Manuel y Alfonso Pozo se tiene la sensación de haber atravesado uno de esos agujeros negros y entonces te das cuenta que tal vez nunca estuvimos en Valdebernardo, una población de Madrid, estábamos en Mesa López, y sin darnos cuenta nuestros pasos nos llevaron a pararnos delante del viejo estadio insular.