El cronómetro marcaba el minuto 92 cuando se paró el tiempo en el Estadio de Gran Canaria. Ganaba 1-0 la Unión Deportiva Las Palmas al Córdoba CF y el equipo amarillo, muy superior a su rival, acariciaba el ascenso a Primera División cuando cerca de 200 personas decidieron saltar al terreno de juego e invadir el campo para celebrar una victoria que aún no se había certificado. La mayoría de los exaltados se había colado en el recinto poco antes, al aprovechar una imprudente apertura de puertas en las gradas Sur y Curva. Ante la gravedad de la situación, con peligro para la integridad física de los futbolistas y de los árbitros, el colegiado del encuentro -José María Sánchez Martínez- decidió detener el partido durante un instante. Incluso llegó a amenazar con suspender el duelo si no había garantías para poder continuar. Pero el daño ya había pervertido el ambiente. Porque fue justo por ahí, en medio del caos, por donde la Unión Deportiva se desconectó del pulso y el Córdoba CF se coló para convertir la fiesta en una pesadilla.

De inmediato, justo en la reanudación del partido con el visto bueno del árbitro, con los dos centenares de radicales plantados sobre las pistas de atletismo, Raúl Bravo recuperó la posesión para el Córdoba CF en zona de peligro y se coló en el área de Las Palmas. El lateral izquierdo, en el único despiste de la defensa amarilla, remató a bocajarro sobre Barbosa, que despejó el balón pero no pudo evitar que la pelota cayera justo delante de Uli Dávila quien, a placer, estableció el empate (1-1, min. 93) y condenó a la Unión Deportiva a errar un año más en Segunda.

Todo lo que sucedió después, entre la pena inmensa de una mayoría de la afición que se había comportado de una manera impecable hasta ese momento y la desolación absoluta de un equipo -técnicos y jugadores- al que le habían birlado en el último segundo el premio que persiguió durante todo un año, sólo se puede acomodar en la vergüenza más absoluta. Los dos centenares de energúmenos volvieron a invadir el césped y, ante un escenario que amenazaba con una tragedia, el colegiado decretó el final del encuentro.

Un desenlace cruel

Las escenas que sucedieron al asalto final convirtieron la realidad en algo parecido a una alucinación. El árbitro, escoltado por la seguridad del estadio, huyó rumbo a los vestuarios. Al mismo tiempo, jugadores, técnicos y auxiliares de la Unión Deportiva cayeron desolados al césped, incrédulos ante tanto disparate. Y, en el otro extremo, sin saber muy bien qué hacer, entre la duda de celebrar el ascenso a Primera División o refugiarse en una trinchera segura, la plantilla del Córdoba CF intentaba digerir una situación que, poco antes, sólo podía ser catalogada como algo cercano al milagro.

El desenlace del último partido de la temporada, resuelto por la temeraria acción de un grupo de violentos, desató la cólera de buena parte de los presentes en las gradas del Estadio de Gran Canaria. Superado el shock ante semejante espectáculo, la reacción de los seguidores fue recriminar la actitud de los exaltados. Primero, con insultos; luego, con agresiones. Desde los cuatro anfiteatros empezaron a lanzarse objetos contra los presentes sobre el césped que, entre carreras en busca de una salida que facilitara la huida, aún tuvieron el descaro de provocar al resto de aficionados. La UD Las Palmas, en ese momento, ya estaba atrapada en una guerra civil.

Nada apaciguó los ánimos. Las familias con niños, aterrorizadas ante semejante disparate, buscaron con rapidez una salida. En las gradas, entre tanta tensión, se formaron peleas en diferentes rincones. Sobre el césped, ya sin futbolistas, con el nivel de violencia disparado, la realidad apuntaba hacia la tragedia -golpes, desafíos y todo tipo de objetos en el aire-. El ánimo en el palco, entre técnicos y consejeros del club, era un drama. Y en la atmósfera, alrededor de los seguidores que esperaron durante doce años por una oportunidad como la de ayer, el aturdimiento era la nota general.

El panorama, ahora, para la Unión Deportiva Las Palmas es desolador. Fuera otro año más de la Primera División, un objetivo que palpó durante 92 minutos, el futuro vuelve a estar condicionado por las limitaciones financieras. El presupuesto para dar forma al siguiente proyecto será mínimo -rondará los 2,5 millones de euros para componer la plantilla del primer equipo- al estar el club condicionado por el control económico de la Liga de Fútbol Profesional (LFP).

Pero si la falta de liquidez nubla el horizonte del representativo grancanario, ahora resta comprobar cuál será la capacidad de reacción del club ante el golpe encajado ayer. Con 31.240 espectadores en las gradas del Estadio de Gran Canaria, tras varias horas en medio de un ambiente de fiesta, la decepción final puede marcar el futuro de una entidad que, a lo largo de los últimos doce años, ha sufrido numerosas decepciones: varios descensos -uno a Segunda División y otro a Segunda B-, diferentes escándalos a nivel administrativo y una quiebra -al acumular casi 70 millones de euros de deuda- que casi provoca su desaparición.

A la Unión Deportiva Las Palmas, una vez más, le toca resurgir de sus propias cenizas.