Para llegar al punto de la decepcionante derrota del viernes -ante el FIATC Joventut (67-74)- en los cuartos de final de la Copa del Rey en la que ejerce como anfitrión, el Herbalife Gran Canaria transitó durante los meses previos por muchos caminos y casi todos enrevesados. El tropiezo ante la Penya, hasta cierto punto lógico -el rival, de momento, ha firmado mejor temporada-, revela síntomas de un problema mayor. Y para dar con la raíz del dilema, hay que hacer un análisis amplio, no reparar sólo en el trabajo y conducta del grupo humano -técnicos y jugadores- que forma la plantilla del Granca y que fue superado en la cancha por el rival. Para comprender qué ha pasado y cuál es su rumbo, hay que revisar toda la estructura de una entidad que en los últimos tres años, desde el control político que ejerce Lucas Bravo de Laguna -consejero de Deportes del Cabildo-, ha mutado para progresar en algunos aspectos -a nivel de gerencia o márketing-, pero que durante el trayecto se ha dejado buena parte de su identidad por decisiones que poco tienen que ver con el rendimiento de los profesionales y que, por una cuestión de efectos colaterales, marcan la trayectoria deportiva de un equipo que, hasta hace nada, era modélico dentro de la ACB.

Politización del club

"A este país no lo va a conocer ni la madre que lo parió", vaticinó Alfonso Guerra en 1982 antes de las elecciones generales en las que el PSOE alcanzó la presidencia del Estado. Esa cita lapidaria vale para dibujar la evolución del CB Gran Canaria en los últimos años. Propiedad del Cabildo desde 1992, cuando culminó su proceso de conversión en Sociedad Anónima Deportiva, la política estuvo al margen de la gestión diaria del club durante más de dos décadas.

Esa apuesta, trazada primero con la presencia de Gonzalo Angulo al frente de la consejería de Deportes del Cabildo -prolongada después por José Miguel Álamo desde el mismo cargo- y con Lisandro Hernández como presidente del Granca, provocó que la entidad claretiana funcionara como un ente independiente a efectos de organización -con una directiva encargada de controlar el día a día y captar pequeños patrocinios y con Berdi Pérez al mando de la parcela deportiva-, pero dependiente casi en exclusiva del dinero público para poder sostenerse en la élite del baloncesto español.

Las inyecciones económicas para cubrir presupuestos y evitar causas de disolución provocaron que, en la relación entre el CB Gran Canaria y su propietario, a la corporación insular se le conociera dentro del mundo del baloncesto como 'Papá Cabildo'. Ese ruinoso vínculo se mantuvo inalterable hasta que apareció la crisis económica que aún sacude el mundo. En 2007, tras las primeras señales del crac financiero, el grupo de gobierno de la administración pública -formado entonces por PSOE y Nueva Canarias- optó por trazar una nueva hoja de ruta para variar el rumbo del club.

Óscar Hernández -consejero de Deportes entonces- y Luis Ibarra -titular de Hacienda- optaron por dar forma a un relevo en el consejo de administración. Lisandro Hernández y su grupo salieron del club tras 20 años al frente de la entidad. Por el camino, tras heredar un equipo con una estructura casi de carácter amateur y consolidar al Granca en la ACB, se perdió la oportunidad de modernizar y dotar de suficiencia económica a un club que creció a dos velocidades: a todo trapo en el plano deportivo; con lentitud exasperante como institución.

Agustín Medina, tras la renuncia de Joaquín Espinosa por el camino, fue el elegido por el Cabildo para presidir el CB Gran Canaria en 2010. Su nombramiento fue aprobado por unanimidad por todos los grupos políticos con representación en la corporación insular -condición innegociable planteada por el propio Agustín Medina-. Sobre su mesa sobresalía en su desafío: llevar hasta la autosuficiencia a la Sociedad Anónima Deportiva con la construcción del Gran Canaria Arena como baza.

Medina apostó por la figura de Himar Ojeda, que hasta entonces ejercía como director deportivo, al convertirlo en director general. Y, junto al equipo directivo del presidente -sin la intervención directa de los políticos, con todos los partidos representados en el consejo de administración-, se trazó un plan para abaratar el coste de la plantilla -con la cantera por bandera- y sumar el apoyo del sector privado.

El despido de Himar Ojeda

Las elecciones locales, insulares y regionales de 2011 provocaron un terremoto en la estructura del CB Gran Canaria. Agustín Medina, al entender que los planes de Lucas Bravo de Laguna -nuevo consejero de Deportes tras la victoria del PP en el Cabildo- significaban una intromisión en su tarea como presidente, presentó la dimisión en septiembre de 2011.

Tras semanas de negociaciones con diferentes personas vinculadas al baloncesto, el Cabildo optó por ofrecer la presidencia del Granca a Joaquín Costa -fue entrenador del equipo entre 1985 y 1991-, que llegó a acompañado a la entidad de la Vega de San José por dos vicepresidentes, Ulises Pérez y Sebastián Sansó -ninguno de ellos sigue vinculado al club-.

Tras el relevo en la presidencia, Lucas Bravo de Laguna también se aseguró el control total en la gestión del CB Gran Canaria con la contratación de Alberto Miranda -primero como asesor externo; luego como gerente-. Pero antes de obtener el mando en plaza, el consejero de Deportes del Cabildo sacó del tablero, a través de un despido que fue condenado por la justicia, a otra pieza incómoda: Himar Ojeda.

Borrar el pasado

En mayo de 2012, Himar Ojeda dejó el Granca y, tras su salida, la entidad claretiana se reestructuró. Berdi Pérez fue el elegido para ocupar la dirección deportiva, Alberto Miranda obtuvo plenos poderes para dar forma al proyecto económico y Joaquín Costa retuvo su rol de presidente con escasos poderes. Todo, bajo el control de Lucas Bravo de Laguna -primer político que ocupa el cargo de vicepresidente de un consejo de administración sin presencia del resto de grupos con representación en el Cabildo-.

Un detalle, en el plano económico, revela la trascendencia de Lucas Bravo de Laguna dentro la gestión del CB Gran Canaria. Para la autorización los pagos menores, se necesitan dos firmas mancomunadas: la de Joaquín Costa o Juanra Marrero -coordinador institucional- y la de Alberto Miranda; para cantidades superiores son obligatorias otros dos sellos asociados: Costa y Marrero por un lado, Miranda o Bravo de Laguna por el otro.

Con la salida de Himar Ojeda y el regreso de Berdi Pérez arrancó una especie de proceso que, en buena medida, ha consistido en borrar todo lo que se levantó en el proyecto anterior. Algunos de los jugadores contratados por el ex director deportivo fueron desechados pese a su buen rendimiento. Y, en el apartado de la cantera, se desmontó toda la estructura con funestos resultados: el filial, en tres años, ha pasado de jugar en la LEB Oro a División Autonómica -ha perdido tres categorías-; el grupo de trabajo en la formación de jugadores como Edy Tavares, Óscar Alvarado o Fabio Santana ya no permanecen en el club. El futuro, desde esa parcela, parece un solar.

El 'core' de la plantilla

Un repaso a la historia reciente del Granca sirve para encontrar a una serie de capitanes que convirtieron el vestuario en un hábitat perfecto para destacar. David Brabender, Gonzalo Martínez, Jason Klein, Jim Moran, Marcus Norris, Sitapha Savané, Javier Beirán, Xavi Rey o Tomás Bellas fueron elegidos por sus buenas condiciones como jugadores y por su capacidad para participar en el core del equipo -concepto estadounidense sobre su relevancia en el núcleo del grupo-.

Eso se ha perdido. La desarticulación de la plantilla ha sido evidente. Y, en ese proceso, nada ha sucedido por casualidad: el político, según su criterio, ha decidido y el resto de piezas del dominó ha caído hasta convertir al Granca en un juguete roto.