El Madrid está roto en todas las líneas. Ante el Schalke avanzó en la degradación que vive desde el cambio de año. Del equipo prodigioso de la segunda mitad de 2014 no queda nada salvo los nombres. Y de nombres no se vive, como se pudo comprobar el martes cuando los de Ancelotti no paraban de dar vida a un equipo de tercera fila hasta el punto de rozar la tragedia de una eliminación que hubiese tenido carácter histórico por la diferencia de potencial entre las dos plantillas y, no se olvide, el claro resultado de la ida.

El Madrid de hace un par de días resultó especialmente preocupante porque, dando por hecho que un equipo pasa por al menos un bache en el transcurso de una temporada, lo que ya no entra en el terreno de lo justificable es la total falta de ánimo. Que el Madrid ha jugado tan mal en otras ocasiones como lo está haciendo ahora es también algo indiscutible, pero que se le haya visto tan apagado de ánimo eso sí que es absolutamente extraordinario.

El blanco es un equipo fundido, un equipo que hace por tanto gigantesco al rival, por limitado que sea, como el Schalke, un equipo que no corre ni para atrás porque está falto de oxígeno. La plantilla puesta a disposición de Ancelotti tiene un problema de concepción que es prácticamente insoluble a estas alturas. Tiene exceso de estilistas, de futbolistas que se comportan de manera maravillosa de cara a la portería contraria, y más cuanto más cerca están de ella, y pocos fajadores.

En el deporte de competición vale de poco acordarse de los que no están. No se puede contar con ellos y basta, pero ello no quita para que la función deba darse por amortizada. Es el caso del puesto de Xabi Alonso. Se marchó el jugador vasco y el Madrid no fue capaz, o no quiso, de hacerse con un jugador de ese tipo, es decir un futbolista que sea un auténtico soporte, que temple y mande, que distribuya juego y que sepa frenar al rival, no un Kroos de la vida que para lo que vale pese a que hubo quien lo quiso vender como la última maravilla del fútbol es para jugar de mediapunta, no para hacer equipo, como también en su medida lo hacía Di María, con su incansable trabajo ofensivo y defensivo.

Ancelotti está desbordado por un desequilibrio de origen. Con tantos compromisos adquiridos, - ya se sabe, hay jugadores que tienen que jugar sí o sí-, el italiano se ve totalmente atenazado y en su inacción se lleva también al equipo por delante, que se ha convertido en un coladero, en donde hasta Casillas da una imagen de lo más endeble.