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Luis Enrique hace volar al Barça

Con Busquets e Iniesta como almas del equipo, el Barça provocó un estrepitoso naufragio madridista

Luis Enrique hace volar al Barça

Todas las derrotas duelen, pero algunas, de puro humillantes, matan. La que sufrió ayer el Madrid en el Bernabéu ante el Barcelona puede estar entre ellas. Apenas hay que añadir, por innecesario, el matiz de que en el fútbol todo es pasajero, por no decir efímero, por lo que la muerte, en el peor de los casos, se situaría en el horizonte de esta temporada. Es probable que sea así, aunque queden por disputar 26 partidos. A la altura de la duodécima jornada del calendario parece que el nuevo y enésimo Proyecto Florentino, hecho con más millones que cabeza, no solo está tocado sino probablemente hundido y que, salvo una reacción fulgurante, se llevará al fondo del mar al entrenador contratado para hacerlo brillar más que el sol. Benítez, a quien vienen torpedeando desde dentro algunas de sus más brillantes estrellas, no había logrado hasta ahora armar un equipo que entusiasmara, ni siquiera que convenciera. Desde ayer, además, se le imputará la responsabilidad de una catástrofe de las que, por sus connotaciones especiales -ante el máximo rival, delante de la propia afición-resultan más difíciles de perdonar. El reverso es el caso de Luis Enrique. Tras el triplete de su primera temporada, ahora puede exhibir como credenciales haber creado un equipo, capaz incluso de superar la prueba más dura, como ha sido una larga ausencia de Messi. Con la creación exitosa de ese equipo, Luis Enrique se emancipa día a día de la enorme sombra que Guardiola había dejado a sus sucesores.

De Xavi a Busquets e Iniesta

En el equipo de Guardiola, como en el actual cuando juega, la luz, muchas veces cegadora, la aportaba Messi, pero la energía la distribuía Xavi. En el de Luis Enrique, muy diferente en su forma de concebir el juego, las claves están en Busquets e Iniesta. Busquets sigue creciendo hacia unos límites que son difíciles de imaginar. Siempre ha sabido estar en el lugar adecuado para hacer la jugada más conveniente, pero cada vez su posición es más adelantada y su radio de acción más amplio. En cuanto a Iniesta, ha alcanzado una meseta de perfección en la que a su calidad innata y a la elegancia que transmite de una forma natural, ha logrado añadir un inesperado poderío atlético. El que exhibió, por ejemplo, en el segundo tiempo, cuando, con el balón en los pies, retó al sprint a tres madridistas en el centro del campo y los dejó en evidencia. O el que puso de manifiesto en su gol, al seguir con decisión el taconazo de Neymar para meter con fuerza y valentía el pie, a despecho del cepo que le montaban, uno por cada lado, Sergio Ramos y Marcelo.

Un Barça directo

El Barcelona de Guardiola basaba su poderío en la posesión, como peana a la inspiración de Messi. A fuer de eficaz a veces derivaba en aburrido. El Barcelona de Luis Enrique cada vez se despega más de aquel modelo. Intenta, desde luego, recuperar pronto el balón, pero tiene más prisa en llegar a la portería contraria. Su estilo es mucho más directo. Controla bien el centro del campo y busca transiciones rápidas. Messi, que ayer jugó 35 minutos, como quien entrena -el Barcelona ya ganada por 3-0 cuando salió-tiene sin duda el papel estelar, pero Neymar está confirmando cada vez más las expectativas que despertaba cuando llegó y Luis Suárez es, por fuerza, velocidad y recursos, un gran finalizador. Ayer, como especialistas, respondieron a su misión de coronar un gran trabajo colectivo de su equipo.

Un Madrid por hacer

Frente a ese equipo que sabía lo que quería y acertaba a hacerlo, el Madrid de Benítez no dio nunca la talla. Perdió el centro del campo, en el que Kroos no llegó siquiera a ser el ordenado distribuidor de balones de otras veces y Modric no encontró el sitio y careció de la velocidad relampagueante de unos tiempos que, aunque recientes, cada vez parecen más lejanos. Benzema fue una sombra y Cristiano Ronaldo, la más expresiva imagen de la frustración. Solo James, a veces y, sobre todo, Isco, en especial en los primeros minutos de su presencia en el campo, pareció tener los medios -calidad y decisión-- para rebelarse contra lo que llevaba camino de convertirse en irremediable.

Un partido singular

La mejor noticia de un partido que concitó grandes medidas de seguridad fue que, al final, todo quedó en el terreno de juego, y no hubo más. Uno pudo echar en falta, eso sí, un final más amable entre los protagonistas. Los entrenadores se saludaron de forma fría y fugaz y entre los jugadores ni siquiera se llegó a eso, porque los del Barcelona se juntaron en un corrillo mientras los del Madrid desfilaban hacia el vestuario y no precisamente entre flores de sus seguidores. En el palco se había registrado una inédita presencia de gobernantes, con el presidente del Gobierno y su locuaz ministro de Asuntos Exteriores. Si pensaban que podían sacar rentabilidad política, ya fuera ante las próximas elecciones o de cara al lamentable procés lanzado por los nacionalistas catalanes, tal vez puedan consolarse con el resultado, por más que Rajoy se declarara una vez más madridista. Y es que las victorias unen más que las derrotas. Y las mayores satisfacciones se obtienen ante los adversarios más difíciles. Para el Barcelona una victoria por goleada a domicilio ante el Madrid no podrá tener nunca parangón en una Liga catalana. Una razón más para quedarse.

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