Para Albert Oliver, con 37 años y miles de horas de vuelo en el baloncesto profesional, no había consuelo posible. En una esquina, al fondo del banquillo que había ocupado el Herbalife Gran Canaria durante todo el torneo, el base lloraba sin alivio mientras el Real Madrid, el todopoderoso Real Madrid -campeón de Europa y de todo lo que se le cruza por delante- levantaba al ritmo del Simply The Best de Tina Turner el trofeo que le acreditaba como campeón de la Copa del Rey tras superar al equipo claretiano (81-85) en una final maravillosa, llena de matices, de buen baloncesto, emocionante y tan bonita como triste. Oliver, inmenso durante toda la competición, a un nivel tan elevado que parecía imparable, casi tanto como Dios el día que se disfrazó de Michael Jordan para jugar un cinco contra uno con los Celtics de Boston, representaba en esa esquina, con toda su pena, lo que ha sido el Granca en esta cita de La Coruña: el honor, el orgullo, la ambición, el carácter, la fe, la emoción, el amor por el juego, la solidaridad, el trabajo en equipo. Un subcampeón de leyenda. Porque eso es lo que ha logrado ser este Herbalife Gran Canaria entrenado por Aíto García Reneses: un grupo inolvidable que ya forma parte de la historia. Nadie olvidará a este Granca.

Ganó el Real Madrid, esa máquina que mueven -tras los hilos- estrellas como Sergio Rodríguez, Sergio Llull, Andrés Nocioni, Jaycee Carroll o Gustavo Ayón, pero el Granca le exigió hasta la última gota de sangre sobre la pista al campeón. A dos minutos para el final, la familia blanca ya celebraba el triunfo, tan feliz, tras un rebote en ataque -él talón de Aquiles de conjunto claretiano- y canasta de Gustavo Ayón -MVP del torneo- al verse con 12 puntos de ventaja (70-82).

Craso error. El Herbalife, que nunca se rinde, que jamás entrega la cuchara, que remontó 12 puntos al Valencia Básket de los récords en los cuartos de final y que le dio la vuelta a una diferencia de 19 puntos en semifinales frente al Dominion Basket, encontró energía en el fondo del depósito para darle un último susto al gigante blanco: dos triples de Rabaseda y otro de Oliver -más una canasta tras penetración del base- pusieron el marcador al rojo vivo a falta de 16,7 segundos: 81-83. Muerto de miedo, entre sofocos por la resistencia amarilla, al Madrid lo sacó del apuro el temple de Sergio Rodríguez: dos tiros libres anotados por el base tinerfeño liquidaron el partido y dejaron al Granca sin el trofeo, pero no sin honor.

Cayó el Herbalife Gran Canaria por una cuestión de detalles en una final repleta de puntos determinantes. No fue el partido que encumbró a un jugador como la estrella que vendrá para dominar el baloncesto europeo. No fue un encuentro resuelto por la autoridad del rodillo puesto en marcha por una plantilla lanzada para marcar una época. Nada de eso. El equipo claretiano se quedó a un palmo del título de campeón porque a la hora de la verdad, en momentos puntuales, jugó mal algunas de sus cartas. Un tiro de más, una pase extra de más, un movimiento precipitado por aquí, una mala decisión por allá. Y eso, ante un Real Madrid hasta cierto punto encogido ante el atrevimiento del rival, se paga. Al Granca, que rondó la sorpresa en varios momentos (48-45, min. 25), siempre cómodo en el papel de perseguidor, le faltó saber jugar con el miedo del favorito, al que en algunos momentos le rondó el vértigo.

Carroll, de artificiero

En la víspera del Día H, nada más dejar al Laboral Kutxa en la cuneta, Pablo Laso advertía que las finales son una guerra. Tal afirmación, por parte del entrenador del Real Madrid, resultó ser toda una declaración de intenciones antes de la gran noche de la Copa del Rey. Fue volar el balón por el Coliseum de La Coruña y el equipo blanco, que defendía la corona conquistada el año pasado en la Isla, enseñó los dientes al aspirante novato. El primer mordisco, además, fue conocido: un triple de Jaycee Carroll tras salir del bloqueo. El abecé del tirador. No quería sustos ni sobresaltos el Madrid con el título en juego y sobre el parqué, nada más empezar, se comportó como una fiera hambrienta, como si los entorchados en su sala de trofeos que acumula no saciaran su apetito. Al minuto siete de encuentro, al ritmo anotador de Carroll y Jonas Maciulis -por el perímetro- y el trabajo de Gustavo Ayón y Felipe Reyes -por dentro- ya ganaba por 10 puntos de diferencia (6-16).

En la ruta de un transatlántico hacia su primer gran título de la temporada, justo en medio, como el último obstáculo entre el crucero y la tierra prometida, García Reneses intentó un último truco de magia: hizo titular a Anzejs Pasecnicks para multiplicar la productividad de la rotación del Granca, administrar los minutos de Alen Omic y, como el que tiene una colección de Matrioskas -las muñecas rusas-, disponer de suficientes piezas para equilibrar fuerzas durante los 40 minutos de partido. El movimiento del técnico madrileño fue notable. El desenlace del partido fue el esperado, pero la trama se salió del guión preestablecido. Nunca se sintió cómodo el Real Madrid ante un rival que estiró la intriga y que jamás se descompuso.

En el segundo cuarto, tras las duras embestidas del Real Madrid, el Herbalife Gran Canaria tiró de paciencia. Nada le sacó de sus casillas. Y con la segunda unidad del equipo blanco en pista, en medio de ese pócima que Aíto se inventó para regular las fuerzas de su plantilla, el conjunto claretiano desechó el disfraz de comparsa y desmontó análisis previos que le daban por muerto antes del salto inicial. Rabaseda, Aguilar y Savané saltaron a pista y elevaron la intensidad defensiva del Granca. Seis puntos consecutivos del ala-pívot granadino frenaron en seco el primer intento de demarraje blanco (24-26, min. 13), que en ese mismo instante entendió que el rival no iba de farol. Para sumar su undécimo título en el último lustro, al Real Madrid le tocaba remar (38-40, descanso).

Un triple de Báez -otra vez inmenso- y una canasta de Omic, nada más arrancar el tercer cuarto (43-40, min. 22) le desencajaron la cara al Madrid. Con Llull fuera de circulación -no anotó su primera canasta hasta el minuto 26- y con Sergio Rodríguez a disgusto por el entramado defensivo que tejió la pizarra de Aíto para contenerle, el equipo blanco encontró alivio para sofocar la rebelión amarilla en secundarios como KC Rivers -anotó un doloroso triple a 3.15 para el final (68-78)-, Maciulis -tres triples y 11 puntos anotados-, Carroll o Ayón.

Ante un Madrid con el corazón en la boca por el miedo, el Granca se quedó corto: recogió como suyo el reloj que marcaba la presión. Cayó pese al último esfuerzo, al último gesto heroico -los 11 puntos que sumaron entre Rabaseda y Oliver en dos minutos-, pero abandona La Coruña entre honores.