La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Entrevista a Carmelo Cabrera

"Una película de los Globetrotters cambió mi vida"

"El libro es un trabajo impresionante de su autor. Ha recopilado datos, opiniones, fotos y números", indica el exjugador del Real Madrid, Valladolid, Canarias y selección española

Carmelo Cabrera, en la cancha del Colegio Claret. quique curbelo

Vuelve al lugar donde empezó todo, al patio del Colegio Claret. ¿Qué siente aquí cuando echa la vista atrás?

Esta es mi casa, aquí di mis primeros pasos. Mi familia vivía aquí al lado, en un edificio pegado al colegio, en la esquina entre la calle Rabadán y la calle Canalejas. Se agolpan muchos recuerdos y sensaciones. Entré en este centro con cuatro años, en parvularios. Y aquí empecé a jugar al fútbol. Porque antes de descubrir el baloncesto, lo mío fue el fútbol.

¿Quién le hace descubrir el baloncesto?

Cambié solo, por decisión propia. Al fútbol jugaba por diversión, al compartir unos ideales con los compañeros de clase y por un tema de asociación sin saber, en ese momento, que el fútbol era eso, un deporte de asociación. Así desarrollamos cierta habilidad. Pero en un momento concreto no quise seguir con el fútbol, al que jugábamos en el patio de abajo.

Y de repente, el baloncesto, ¿cómo empezó?

Yo solo, en casa. Tenía un taca taca de mimbre que lo convertí en una canasta. Lo pegué junto a una pared y empecé a tirar. Y como no se me daba mal, como anotaba con facilidad, pasé a jugar en el patio del colegio, que después de todo era como el patio de mi casa. Cuando el centro escolar cerraba, yo saltaba un muro y jugaba. Empecé a jugar ya en serio con nueve o diez años. Fue después de que en el Claret proyectaran una película sobre los Harlem Globetrotters, Campeones de ébano. Veía a aquellos jugadores, que hacían aquellas virguerías, que parecía magia, todo tan espectacular, y me enganché al baloncesto. Fue como un amor a primera vista. Me cambió la vida.

Aquella manera de jugar de los Harlem Globetrotters, si se repasa su juego como profesional, le marcó.

Sí, se puede decir que sí. En aquella época no nos llegaba nada de la NBA. Era algo que ni conocíamos. Y a mí, después de ver aquella película, me dio por imitar algunos movimientos. Pero luego, ya por diversión, innovaba, inventaba cosas. Además de ganar, en una cancha siempre me he querido divertir. Y para eso mecanizaba movimientos, entrenaba ciertas cosas. A veces, por ejemplo, me ataba la mano derecha a la espalda para jugar con la izquierda y tratar de tener la misma habilidad con ambas.

Se puede decir que era un autodidacta, ¿no?

Sí lo era, sobre todo porque en aquella época apenas había entrenadores de baloncesto en la Isla. Entonces, como el balón era mi herramienta de trabajo, estaba todo el día con ella. Y probaba cosas, buscaba movimientos nuevos, ensayaba otros. Caminaba, botando el balón, y me lo cruzaba entre las piernas y hacía un ocho. Así constantemente.

¿En algún momento se imaginó que llegaría a ser jugador profesional?

Jamás. En absoluto. Nunca me imaginé que llegaría a jugar en el Real Madrid, que ganaría todos los títulos que conquisté, ni que participaría en unos Juegos Olímpicos o que jugaría un Mundial.

El Club LA PROVINCIA acoge hoy, a partir de las 20.00 horas, la presentación de un libro -Carmelo Cabrera. El Globetrotter blanco

Nunca me imaginé que jugaría en el Real Madrid, como apunté antes, pero tampoco se me pasó nunca por la cabeza que se escribiría un libro sobre mi vida. Es algo que jamás se me pasó por la cabeza, ni por imaginación. Recorre toda mi vida, no solo mi carrera deportiva. Desde mi infancia hasta hoy. No dejamos nada atrás. Mis inicios en la calle Rabadán, el título nacional de Segunda División con el CN Metropole, mi fichaje por el Real Madrid, el paso por el Valladolid, el salto final al Canarias y las presencias en la selección española y la europea. Hay anécdotas, imágenes y hasta documentos inéditos, como los contratos que firmé con el Valladolid o el Canarias. Los que no aparecen son los del Real Madrid. ¿Sabe por qué?

No. Explíquese, por favor.

Porque en aquel Real Madrid y en aquella época, si le dabas la mano a don Santiago Bernabéu o a Raimundo Saporta eso era ley. Valía tanto como un documento firmado.

Pues sí que ha cambiado mucho el negocio...

Bueno, ahora hay que poner de acuerdo al club, al jugador, al representante, al posible comisionista... Antes era todo más sencillo, aunque no digo que fuera mejor.

Usted formó parte de un Real Madrid que, de lejos, parece que no tiene nada que ver con el actual. ¿Es correcto?

Era un club que estaba dirigido de manera dictatorial. Es cierto que había un orden, que era un equipo con un régimen disciplinario muy exigente. No había lugar para el libertinaje, pero tampoco se entendía muy bien que se reclamara algo de libertad, tanto dentro como fuera de la cancha. En cuestión de juego, por ejemplo, me costó lograr que me entendieran. Era todo muy hermético, muy cerrado. Recuerdo, en mi primer año allí, que en un partido calqué dos jugadas. En la primera, tiré a canasta tras un amago y en la segunda, en lugar de tirar, se la pasé a Emiliano, que era la gran figura del equipo. Él pensaba que, como en la primera acción, iba a tirar, así que no se esperaba la asistencia y le di un pelotazo en la cara tremendo. Imagine, yo, que acababa de llegar de Canarias, le había dado un balonazo en la cara a la estrella del equipo. Bajó a defender gritando a Ferrándiz para que me sentara en el banquillo.

¿Y fuera del baloncesto?

¿Fuera? Un caso concreto: no se nos permitía tener un coche mejor que el de Santiago Bernabéu. Yo me quería comprar un BMW aquí, en Canarias, que era mucho más barato, y no me dejaban porque Bernabéu tenía un Seat.

Volvamos al libro. ¿Lo cuenta todo? ¿Incluso los momentos más duros?

Todo. No nos hemos querido dejar nada atrás. El autor lo ha estructurado como si fuera un partido de baloncesto, con cuatro tiempos. El primer cuarto cuenta mis primeros pasos aquí; el segundo, el salto al Real Madrid; el tercer periodo narra los dos años en Valladolid y el último cuarto detalla el final de mi carrera en el Canarias. Además, hay un prólogo de Walter Szczerbiak y un epílogo de Antoni Daimiel, que cierra con un guiño a Nate Davis. Incluso confiesa que se enganchó al baloncesto por el espectáculo que daba aquel Valladolid.

Lo que cuenta Daimiel con Nate Davis ocurrió aquí, de manera similar, con Willie Jones. Hay una generación de españoles que descubrió el baloncesto por jugadores como usted, Nate Davis o Willie Jones. Ahora, sin embargo, la ACB parece más una liga de entrenadores que de jugadores. ¿Lo valora así?

Yo, en este baloncesto actual, tendría problemas, me aburriría. Fui un revolucionario, me gustó romper esquemas. Y ahora, por ejemplo, me pongo en la piel de Sergio Rodríguez y comprendo a la perfección el cambio que ha dado al tener a Pablo Laso, que fue base, como técnico. Ahora disfruta, se le ve feliz, inventa, prueba y juega suelto. Pero antes estaba sujeto a la idea de Ettore Messina. Me recuerda un poco a mí. Yo nunca cedí a un entrenador. Y eso que me quisieron cortar las alas.

¿Recuerda algún caso?

Sí. En el Canarias, Pablo Casado me pidió que jugara como Fernando Esquivel, que era un base que no arriesgaba en ataque. Llegaba hasta la zona contraria y pasaba el balón. Cuando el entrenador me pidió eso, fui sincero. "No me pongas", le dije. "Para eso ya tienes a Fernando [Esquivel], que es el mejor para hacer eso". A un jugador no lo puedes limitar. Por eso, cuando Juan Carlos Sánchez, el director de la sección de baloncesto del Real Madrid, me preguntó qué hacer con el Chacho Rodríguez, fui claro: "déjalo que explote".

Cuando un aficionado mira a un deportista de élite sólo repara en el éxito, en los triunfos, pero en una carrera profesional también hay momentos duros. ¿Cómo los afrontó?

El inicio en el Real Madrid fue muy duro. Entrenaba tres veces al día, vivía lejos del lugar donde entrenábamos -en la antigua Ciudad Deportiva de La Castellana- y para llegar hasta allí me tenía que levantar a las seis y media de la mañana. A lo mejor, al día, para poder completar las tres sesiones de trabajo, porque entrenaba con el primer equipo y el júnior, tenía que coger 15 transportes. Fue muy duro y muy difícil.

¿Tanto como para dejarlo?

No, pero cuando estaba a punto de regresar de vacaciones para Gran Canaria, con unas ganas terribles de volver, me piden que me quede para debutar con el primer equipo en el Torneo de Navidad. Al final, según me apunta José Luis Hernández [autor de la biografía] debuté una semana antes en Liga, pero mi recuerdo fue que aquella llamada para jugar el Torneo de Navidad lo cambió todo.

Su salida del Real Madrid, una decisión que tomó Lolo Sainz, que antes de ser su entrenador fue su compañero, también fue algo turbia, ¿no?

De hecho, yo heredo el número 7 de Lolo Sainz. Luego, como entrenador, se acabó convirtiendo en un hombre permanentemente insatisfecho. Tal vez la presión del cargo, la obligación de ganar siempre, le condicionó. Recuerdo que perdimos una eliminatoria de Copa del Rey y, al final de temporada, pagamos por aquello los dos jugadores canarios: el tinerfeño Cristóbal Rodríguez y yo para dejar hueco en la plantilla a Llorente y Romay. Creo que podía haber seguido, que Llorente podía haber sido el tercer base, junto a Corbalán y yo, de aquella plantilla. Es más, en aquellos años el Real Madrid siempre contaba con tres bases. Sí, aquella salida fue dura.

¿Habló luego, con el paso del tiempo, con Lolo Sainz sobre aquella decisión?

No. El autor del libro recupera una entrevista en la que Lolo Sainz admite que prescindir de mí fue un error. No guardo rencor. Además, a nivel económico, me vino mejor. El Valladolid dobló mi caché. Pero el Real Madrid era mi familia. Aquellos compañeros eran mis hermanos. 30 años después nos seguimos reuniendo y seguimos siendo felices con un balón de baloncesto.

Ha jugado en el Real Madrid, ha sido internacional con España más de 100 veces, ha estado presente en unos Juegos Olímpicos y un Mundial. Anécdotas tendrá mil. ¿Hay espacio para ellas en el libro?

Por supuesto. Hay unas cuantas. El lector lo va a disfrutar y le invito a que lo lea para descubrirlas. Ya que lo nombra, recuerdo el paso por Múnich 72 y todo lo que sucedió en aquellos Juegos. Rememoro el ambiente festivo en la Villa Olímpica que se vino abajo por la acción terrorista de un comando palestino. Fue un momento muy duro y poco comprensible en medio de un ambiente de paz, deportividad.

Usted cruzó el Telón de Acero en plena Guerra Fría, ¿cómo era vivir aquel momento?

El CSKA de Moscú era un rival habitual en la Copa de Europa, al igual que el Varese, el Maccabi de Tel Aviv o la Cibona de Zagreb. Aquellos viajes eran una aventura.

En todos sus años en el Real Madrid, solo perdió una Liga. Y usted tiene la explicación. ¿Qué ocurrió?

¿Qué pasó? Que uno de los árbitros cobró 500.000 pesetas, que era un dineral en el 78, para favorecer al Joventut de Badalona. Fue de locos. Nos señalaba cualquier infracción. Recuerdo que le preguntaba al otro colegiado qué pasaba y lo único que me decía era que se debía haber vuelto loco. Y no fue así. Luego, con los años, un directivo del Joventut pasó al Barça y admitió en un periódico que habían sobornado al árbitro, que fue sancionado a perpetuidad.

José Luis Hernández Torres, el autor del libro, apuntaba que el objetivo de esta obra es que usted sintiera con orgullo que su vida estaba reflejada en estas páginas. ¿Lo ha logrado?

Sí, lo ha logrado. Nos ha llevado mucho tiempo, porque este proyecto arrancó hace siete años y se ha perfilado en los últimos cuatro. Pero la labor de José Luis ha sido impresionante. Ha hablado con gente, ha recopilado números, documentos y testimonios que yo, solo, no hubiera sido capaz. Le estoy muy agradecido. La obra se merece todo el trabajo y esfuerzo que ha empleado. José Luis es un fenómeno como periodista, pero aún más como persona.

Compartir el artículo

stats