El Atlético de Madrid es un club tan marcado por las desgracias de todo tipo que durante un tiempo asumió como suyo el apodo de El Pupas. En su esencia también está sobreponerse a todo, incluso a dos copas de Europa perdidas en el último segundo. Por eso este equipo ha respondido al golpe de Lisboa con una firmeza que ha cambiado las tornas del derbi madrileño. Ayer dio una nueva prueba, con un partido en el que exhibió todas sus virtudes y negó las del rival. Fue algo más que un triunfo, sin mayor influencia hoy por hoy en la clasificación. El 0-1 marcó la diferencia entre un proyecto con cara y ojos, los del Cholo Simeone, y otro marcado por la improvisación y el capricho, con Zidane como última víctima. Lo de ayer hace pupa sobre todo al francés, cuyo efecto se desvanece.

El primer tiempo, ese periodo que había disparado la felizidane en el madridismo, se jugó al gusto del Atlético: mucho control, mucho centrocampismo y escasa actividad en las áreas. Simeone apostó por el planteamiento del Camp Nou, un 4-4-2 que le sirve para defender con todos y para atacar con los suficientes. El trabajo de desgaste empezó a lucir a partir de la media hora, cuando el Madrid dejó de presionar con tanta eficacia y los rojiblancos demostraron que también saben tocar el balón.

Por eso, en los últimos cinco minutos llegaron las únicas oportunidades dignas de consideración. Griezmann finalizó con un remate duro, que obligó a volar a Keylor Navas, una jugada de tiralíneas que denunció los problemas del Madrid para organizarse defensivamente. Y, en pleno desconcierto local, Koke estuvo a punto de sorprender al portero costarricense con un tiro sin ángulo. El resto, por parte y parte, llegó a balón parado.

El arranque tras el descanso invitó a pensar que Zidane había pedido un poco más de atrevimiento a sus jugadores. Modric, atrapado en la telaraña rojiblanca durante 45 minutos, encontró un hueco al arrancar el segundo tiempo para poner a Cristiano enfrente de la portería con su perfil preferido, el de la pierna derecha. Conectó un remate típico, raso y ajustado al poste, tanto que se perdió a escasos centímetros.

Esa jugada empezó a confirmar el cambio de tendencia de los derbies en los últimos años. Sobre todo cuando, cinco minutos después, el Atlético sacó el mazo. Griezmann condujo el ataque perfilándose para el remate y observó el boquete en el lateral derecho de la defensa madridista. Aguantó, atrajo la atención de los centrales mientras esperaba la llegada de Filipe Luis, que acudió puntual para devolver el balón al francés, que rompió su sequía goleadora con un tiro imparable.

Quedaba mucho, pero Zidane entendió que el equipo necesitaba un revulsivo. Y como James le había dado más motivos que nadie, envió al colombiano a la caseta para darle cancha a Vázquez. Ya en el descanso había apostado por el juvenil Borja Mayoral, sustituto de Benzema, pero el problema del Madrid ayer no era individual, sino colectivo: tenía enfrente a uno de los equipos más trabajados de Europa. Así que al Madrid sólo le podía salvar el de siempre, Cristiano, que confirmó su mala tarde, y su mala estadística contra los grandes, con un cabezazo inofensivo a las manos de Oblak.

Tampoco Jesé pudo cambiar la inercia, aunque su rapidez y verticalidad levantó expectativas. El Atlético, que tuvo el 0-2 en una llegada de Saúl salvada por Keylor, se encontró hasta con la complicidad de Clos Gómez, que no quiso pitar un penalti de Gabi a Danilo. Quedaba un cuarto de hora, pero el Atlético lo tenía todo controlado.