A Luis Enrique se le ha reconocido como el primer entrenador post-Guardiola que ha sido capaz de evolucionar el juego del Barcelona. Al juego de control, que primaba la posesión del balón por encima de todo, el entrenador asturiano ha incorporado el fútbol de contragolpe e incluso los balones largos hacia delanteros como Luis Suárez y Neymar, capaces de ganar la espalda de los defensas más rápidos. De esa forma completó una primera temporada triunfal, con cinco títulos sobre seis, y tiene bien encaminados al menos dos de la actual. Pero la última media hora del clásico del sábado dejó muy claro que Luis Enrique tiene trabajo: el de manejar mejor el ritmo de los partidos, especialmente con el resultado a favor.

Hasta que llegó su hora. No era la primera vez que los partidos del Barcelona se convertían en un ida y vuelta, en un correcalles que pone en evidencia los problemas de los centrocampistas para controlar la situación. Como muestra sirvan los dos últimos partidos antes del parón por los compromisos selecciones: frente al Arsenal y el Villarreal, el Barça sufrió mucho en defensa por la capacidad de los rivales para manejar el balón y llegar al área azulgrana. El Madrid no lo probó hasta que se vio por detrás en el marcador, con un resultado devastador: seis de sus ocho disparos entre los tres palos, además del cabezazo anulado a Bale, llegaron en esos treinta minutos. Con un porcentaje de posesión del balón muy superior al Barça (69 por 31), el balance total de remates favoreció al Madrid: 17 por 15. Durante los 39 partidos de la racha sin derrotas, el Barça maquilló sus defectos por la pegada de su tridente y las limitaciones ofensivas de muchos de sus rivales. Pero el sábado estaban enfrente tres de los mejores delanteros del mundo y fue una noche negada de Messi, Luis Suárez y, especialmente de Neymar.

Un problema estructural. Rakitic por Xavi es la única variación respecto al centro del campo del Barcelona triunfal de finales de la pasada década y comienzos de la actual. Pero el cambio tiene más calado por la estructura del juego de ataque azulgrana desde que Luis Suárez se convirtió en la referencia y Messi volvió a tener su punto de partida en la banda derecha. El interior de esa zona, Rakitic, está obligado a realizar un gran despliegue físico para contrarrestar la subida del lateral zurdo rival. Por ahí empezó a descoserse el Barça el sábado. El bajón físico de Rakitic fue evidente entre el 1-0 y el momento de su relevo (minuto 74). Su sustituto, Arda Turan, no fue capaz de frenar la hemorragia por la que llegaron la mayoría de las oportunidades blancas. En ese tramo también se hizo evidente un problema que tantas veces se ha destacado como el causante del desequilibrio del Madrid: la falta de compromiso defensivo del tridente. Mientras que Bale y Cristiano Ronaldo echaron una mano a sus laterales, en el Barcelona ni siquiera el luchador Luis Suárez compensó la superioridad madridista en la última media hora. Sin capacidad física para mantener la posición adelantada, el Barça fue un equipo muy largo, que atacó mal y dejó a su defensa a merced de los contragolpes madridistas.

El "factor Marcelo". El Real Madrid volvió a ganar en el Camp Nou sin necesidad de una gran actuación colectiva ni de sus grandes estrellas. Durante la primera hora se sostuvo por el sacrificio de todos los jugadores para obstaculizar el fútbol de toque azulgrana, además de un par de buenas intervenciones de Keylor Navas. Y la reacción llegó, principalmente, por el atrevimiento, sin desmerecer de su calidad, de Marcelo. Con Messi casi siempre en posiciones centradas, el lateral brasileño apenas fue exigido en defensa y se lució con conducciones que activaron a Bale, Cristiano Ronaldo, Benzema y, finalmente, Jesé. Tras algunas dudas por la costumbre de Mourinho y Ancelotti de alternarlo en la titularidad con Coentrao, Marcelo se ha asentado como un jugador fundamental para el Real Madrid. Gran parte del mérito de la victoria del pasado sábado es suya.

Zidane supo leer. Sólo el desenlace de la temporada nos dirá si el Clásico fue un punto de inflexión para el Barça y el Madrid. De momento ha cambiado la percepción sobre los dos entrenadores. Luis Enrique llegaba como artífice del buen funcionamiento del Barça y Zidane con las dudas lógicas por la errática trayectoria del equipo fuera de casa. A la hora de la verdad, las decisiones de Zidane parecieron decantar la balanza. Luis Enrique no se atrevió a tocar el tridente para arreglar el agujero del centro del campo. Zidane, que había recurrido a un planteamiento muy prudente de inicio, supo interpretar el bajón azulgrana para poner la puntilla. Apostó por el contragolpe con el grancanario Jesé por Benzema y envió un mensaje de confianza a sus jugadores tras la expulsión de Sergio Ramos. Retrasó a Casemiro y, con diez, siguió creando más peligro que el Barcelona.