Hay belleza en la derrota cruel. Incluso, a veces, más que en la victoria del campeón. La imagen de Albert Oliver derrotado, camino del suelo, mientras Vladimir Micov, Caleb Green y Errick McCollum saltan pare emprender el vuelo y celebrar una derrota (94-81) de sabor agradable, remató anoche, en el Gran Canaria Arena, un partido hermoso. Tan magnífico y grande como ningún otro que se haya disputado antes en la Eurocup. Ganó el equipo de Aíto García Reneses en la prórroga por 13 puntos y se quedó tan cerca, de una manera tan sádica, tan despiadada, de la remontada -debía superar a su rival por más de 14 puntos para dar la vuelta a la desventaja con la que regresó hace una semana de Estambul (89-75) y colarse de nuevo en la final del torneo continental- que ahora todo parece desolador alrededor del conjunto claretiano, pero más allá de esa impresión amarga queda una jornada memorable que nadie olvidará porque este Granca es eterno, irá siempre en el corazón de todos -de cada uno- de los aficionados que ayer se emocionaron con su intento por dar forma a un milagro.

Desatar el nudo para dar con el desenlace no tiene mucha ciencia. Sobrevivió el Galatasaray camino de la final de la Eurocup, donde se cruzará con el Strasbourg de las siete vidas gatunas -ganó ayer en Italia al Dolomiti Energia Trento por más de seis puntos (78-86)-, porque cuando ya no quedaba ni una migaja de energía sobre el parqué del Gran Canaria Arena, con todos los jugadores exhaustos, el talento de Errick McCollum mantuvo en pie al cuadro turco. El base estadounidense, por una cuestión de liderazgo, calidad, temple y todo lo demás que hace grande a un jugador, anotó los cinco puntos de su equipo en el tiempo extra. Los sumó todos, uno detrás de otro -uno, dos, tres, cuatro y cinco- desde la línea de tiros libres, la última frontera que no fue capaz de cruzar el Herbalife para culminar su particular Capilla Sixtina: a 57.6 segundos para el final de la prórroga, con 16 puntos de ventaja para la escuadra amarilla (94-78), DJ Seeley falló dos lanzamientos tras una falta personal de Caleb Green. Ahí estuvo la gloria.

Nadie lo sabía entonces, algunos tal vez lo vieron venir, pero ahí la crueldad ya dictaba los pasos del Granca, que si en algún momento acarició la remontada fue precisamente gracias al recital ofensivo que se marcó DJ Seeley durante todo el partido (23 puntos). Contratado como temporero para cubrir la baja de Kyle Kuric, procedente del Besiktas -el gran rival del Galatasaray en Estambul-, el escolta de California convirtió en oro todo lo que tocó durante muchos minutos. Al final del cuarto periodo, cuando el balón quemaba, anotó cinco puntos consecutivos -tras un triple y una penetración- que dejaron medio grogui al adversario (87-72, min. 40).

Abrumado por el meneo que le propinaba el Herbalife y agobiado por un ataque de vértigo, el Galatasaray supo contar hasta diez antes de entregar la cuchara cuando peor lo pasaba. Con calma, con buena letra, sin escribir un solo renglón torcido, el equipo de Ergin Ataman encontró siempre la mejor opción para agarrarse -aunque fuera colgado de un clavo ardiendo- al partido. Vladimir Micov y McCollum sumaron cuatro puntos para trasladar toda la presión al bando local cuando restaban 6.3 segundos para el cierre del último parcial (87-74).

Con 13 puntos a favor, a un paso del tiempo extra y a dos de la gloria, Pablo Aguilar puso en llamas el Gran Canaria Arena con un triple imposible: al límite, con la mano de Micov en la cara y plantado casi en medio del banquillo turco. A 2.1 segundos para cubrir los 40 minutos de la vuelta, el Herbalife tenía plantado un pie y la punta del otro en la final (90-74).

En esos 2.1 segundos, en el espacio temporal que se puede medir un suspiro, el Galatasaray convirtió en carne lo que Ergin Ataman dibujó en su pizarra. Tras el saque de banda, Micov embistió por la zona, ganó la línea de fondo y soltó un gancho en honor a Kareem Abdul-Jabar para asegurar la prórroga (90-76), suelo que se pisó después de que Albert Oliver no pudiera obrar el milagro de convertir un triple imposible.

Y allí, en la moratoria de un partido que más parecía una condena, McCollum taladró el sueño del Herbalife Gran Canaria. Después de que el base anotara un tiro libre que ahogaba al equipo claretiano a un palmo de la arena dorada de la playa, con 17.8 segundos por jugar, todo quedó en manos de Albert Oliver. El base buscó la penetración en busca de una falta que le permitiera lanzar dos tiros libres. Lo que encontró fue un tapón que sobrecogió el Gran Canaria Arena, heló los corazones de la parroquia amarilla y premió a un señor equipo: el Galatasaray.

Tranquilidad turca

Porque con 14 puntos de ventaja en un bolsillo y el reloj en el otro, el el equipo turco fue capaz de flotar sobre el parqué durante mucho tiempo, el suficiente para dar forma a un colchón sobre el que resistir en el arreón final del Granca. Ante la carga de defender la renta levantada en el partido de ida, el equipo de Estambul ni se inmutó. Se fue a posesiones largas en cada ataque, movió el balón sin agobios y lanzó a canasta cuando la ocasión le aparecía limpia en el horizonte. A su ritmo, sin preocupaciones que lastraran el paso, como si la fiesta fuera un asunto ajeno a su causa, se plantó sobre la cancha para tomar posiciones y cavar su trinchera.

Cuando el Herbalife Gran Canaria se dio cuenta del percal, el Galatasaray ya iba lanzado. Como Muhammad Ali en el Madison Square Garden ante Joe Frazier, el equipo turco flotaba como una mariposa y picaba como una avispa. Al trote, como el que sale a dar un paseo y de vuelta a casa compra el periódico y una barra de pan, el Galatasaray superó el primer cuarto sin que nada ni nadie alterara su ritmo cardiaco. En ese escenario, el primer cuarto fue una desmadre ofensivo: 27-29 (min. 10), con una proyección que lanzaba a ambas escuadras más allá de los 100 puntos.

El Herbalife, por ahí, perdió diez minutos que al final, con todo decidido por una cuestión de detalles, eran un tesoro. El equipo claretiano se impuso en el resto de parciales (21-15, 19-13 y 23-19) y acabó desfondado en la prórroga (4-5), cuando ya daba igual que el rival estuviera sin pívots o que los árbitros ya no fueran ni tan rigurosos ni tan tiquismiquis para señalar faltas. A McCollum, a la hora de la verdad, no le tembló el pulso. Y contra eso ya no había nada que hacer. La crueldad quería cobrarse una víctima y ésta vestía de amarillo. Fue atroz, pero la derrota no lleva ni una sola nota de deshonra. A este Granca solo se le puede querer.