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El peligro de ser Luis Enrique

La lesión de Luis Suárez permitió al técnico del Barça recomponer a su equipo, movimiento que no se atrevió a hacer tras la roja a Mascherano

Mascherano agarra a Gameiro en la frontal del área, acción que provocó la expulsión del argentino. EFE

Era el minuto 36 y a Luis Enrique, bajo sus pies, se le agrietó el suelo que pisaba con unas playeras blancas de difícil combinación con el traje azul marino que vestía. Sucedió en un santiamén, como casi todos las anécdotas que luego cambian el mundo. Mascherano se tragó, sin anestesia, el caramelo envenenado que le lanzó Gameiro en una carrera con final de trayecto en el área azulgrana. El mediocentro argentino -de oficio central- aceptó el pulso con el delantero del Sevilla FC y metió la pata hasta el corvejón: no le quedó otra, para parar al rival, que agarrarle de la camiseta y ganarse una tarjeta roja como una catedral de grande.

Con empate a cero en el marcador, en inferioridad numérica y con 54 minutos de final de la Copa del Rey por delante, a Luis Enrique, de repente, acostumbrado a viajar siempre con viento de cola, no le quedó otra que mover ficha y ejercer de entrenador en un equipo que con tanta estrella tiene un ecosistema propio para regular su fútbol. El técnico asturiano puso a calentar a Jérémy Mathieu -el central que tenía en el banquillo- y escuchó los consejos de Juan Carlos Unzué -su ayudante- colgado de su oreja izquierda.

De las sugerencias del asistente de Luis Enrique nada se supo. Ni siquiera se pudo intuir algo. Con tanta cámara atenta a cualquier detalle para servir carnaza en los programas de telebasura que contaminan la información deportiva, Unzué habló a su superior con la boca tapada por sus dos manos. Todo adquirió, en ese momento preciso, la consideración de top secret en el banquillo culé. A partir de ahí, por tanto, sólo se pueden hacer conjeturas, jugar a ser entrenador o aplicar la lógica para intuir qué pasó por la cabeza del entrenador del Barça para recomponer a su equipo, aunque en este tipo de casos, para dar entrada a un central, lo habitual es retirar a un delantero del terreno de juego y equilibrar el once.

Serio problema

El escenario, en la inmensa mayoría de los equipos de fútbol, no tiene mucha ciencia: se ejecuta ese movimiento de carácter preventivo -entra un defensa; se retira un atacante-. Pero en el caso del Barça, ese tipo de contratiempos pasan a ser un problema monumental. Por un instante, haga el ejercicio y póngase en el pellejo de Luis Enrique. ¿A qué delantero retira del campo? Compruebe las opciones. Repase una a una las alternativas y considere todas las consecuencias. ¿Quitar a Messi? De esa idea a la pena de cárcel sólo hay un paso -y muy, muy estrecho-. ¿A Neymar? Eso sólo puede acabar de una manera: con un incendio en el vestuario provocado por el calentón del atacante brasileño. ¿A Luis Suárez? ¿En serio? ¿Alguien se atrevería, en una final, a sacar del partido al máximo goleador del equipo? ¿Al tipo que, con sus dianas en las últimas cinco jornadas de la Liga le dio el título de campeón al grupo?

Luis Enrique, en serio peligro de condenarse al fuego eterno en el Camp Nou por la posibilidad de dar un mal paso, apuró el tiempo hasta el final de la primera parte. Retrasó a Busquets, al que plantó como central junto a Piqué, y apañó un parche para salir del paso antes de tomar una decisión definitiva, apuesta que llegó en la reanudación de la final con toda una declaración de intenciones: puso a jugar a Mathieu, sacó del partido a Rakitic y, bajo receta médica, no se atrevió a tocar al star system que mantiene en pie al Barça a base de genialidades -el combo que forman Messi, Neymar y Luis Suárez- pese a correr el riesgo de convertir a su equipo en un desastre táctico.

El Sevilla FC, un señor rival que durante la última década se ha acostumbrado a volar alto a base de jugar -y ganar- finales, tuvo tiempo, a partir de esa decisión de Luis Enrique -llena de diplomacia, pero carente de lógica futbolera-, para ponerse las botas y liquidar el duelo a su favor y levantar otro trofeo de campeón. Durante un cuarto de hora tuvo contra las cuerdas al todopoderoso FC Barcelona, al que hizo recular hacia la portería de Ter Stegen. Escapó el cuadro azulgrana sostenido sobre la figura imperial de Gerard Piqué, que se lanzó a todos los fuegos con un extintor para aliviar a su equipo. Sobrevivió el Barça por la actuación magistral del central y por una desgracia: la lesión de Luis Suárez.

Puede sonar a contradictorio, pero el problema muscular -en los isquiotibiales- del delantero uruguayo permitió a Luis Enrique recomponer a su equipo y dotar de equilibrio a las líneas del conjunto culé con la entrada al campo de Rafinha. Con el brasileño y Busquets de escuderos en la medular, Iniesta se soltó para reclamar su asalto al trono.

Al ritmo impuesto por Iniesta, patrón con el reloj en una muñeca y la pelota al pie, el equipo azulgrana recuperó el control del encuentro y la silueta del Sevilla FC se achicó al caer los minutos para aventurar el desenlace de la trama: Banega vio la tarjeta roja antes de la prórroga y ahí, en igualdad de condiciones, el Barça se lanzó al asalto final para proclamarse campeón de Copa y hacerle más fácil la vida a Luis Enrique.

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