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Fútbol Liga de Campeones

Europa es el salón del Madrid

El equipo blanco se impone al Atlético en la tanda de penaltis y suma su undécimo título de la Liga de Campeones P Ramos y Carrasco firman los goles de una final extenuante

La plantilla del Real Madrid, con Sergio Ramos al frente -en el centro-, recoge el trofeo que lo acredita como vencedor de la Liga de Campeones en 2016. CARL RECINE / REUTERS

El Real Madrid, en la Copa de Europa, se siente tan cómodo como en el salón de su casa. Da igual cómo le vaya en la vida. No importa si anda canino en la Liga, si la suerte no le sonríe en la Copa del Rey o incluso si el fútbol es un tema secundario en su día a día. Suena el himno de la Liga de Campeones y el equipo blanco, de inmediato, se viene arriba para alimentar su leyenda. Es así, no tiene una explicación científica y ni siquiera le hace falta justificarse. Va en su ADN. Gana y celebra como el que se sienta en el mejor sillón de la habitación principal del hogar, coge una cerveza de la nevera, pone los pies sobre la mesa, toma el mando de la televisión y se pone a disfrutar de lo que le apetezca. Es el emperador del Viejo Continente. Anoche, en Milán, en una final de perfil bajo, con más épica que fútbol, que consumió a rachas 120 minutos de juego -tras el tiempo reglamentario y la prórroga-, entre tirones de ambos conjuntos y que concluyó con el césped repleto de cadáveres -entre calambres y miedo-, el Real Madrid se volvió a proclamar campeón de Europa. Lo hizo por undécima ocasión en su historia, en una tanda de penaltis -tras un agónico empate a uno- que culminó Cristiano Ronaldo para mayor gloria de su ego y tras cobrarse la cabeza de un Atlético de Madrid al que, otra vez, se le quedó la misma cara que a Humphrey Bogart al interpretar a Rick Blaine en Casablanca y ver marchar al amor de su vida con otro hombre en un avión.

Cayó el Atlético en su último foco de resistencia, como uso y costumbre cuando aspira a conquistar la Liga de Campeones. En sus dos comparecencias anteriores, en la final del torneo, se rindió en el mismo punto. Primero en Bruselas, en un partido del que ya sólo queda un recuerdo en blanco y negro ante el Bayern de Múnich, y luego en Lisboa, casi el otro día, frente al mismo Real Madrid que se pasea en plan imperial por Europa. Anoche el Atlético izó la bandera blanca en el último penalti de la tanda para prolongar la sensación de sadismo que persigue al cuadro colchonero en esta competición, donde ha acabado vencido y desarmado en un partido de desempate (1974), en el último minuto de un descuento (2014) y en la tanda de penaltis (2016). Demasiada crueldad para tanta alma rojiblanca.

Sin señales del Atlético

Capaz de devorar por el camino a tres campeones nacionales, PSV Eindhoven (Países Bajos), FC Barcelona (España) y Bayern de Múnich (Alemania), al Atlético se le encogió el espíritu al llegar a Milán y plantarse sobre el terreno de juego de San Siro, como si el escenario y el rival le impusieran un miedo desconocido hasta entonces en un equipo que en su trayectoria hasta la final se mostró siempre duro como el hormigón armado.

El Atlético, de entrada, fue un equipo largo. La defensa, tras el pitido inicial, reculó para plantar la línea justo delante de las narices de Oblak mientras que Fernando Torres y Antoine Griezmann salieron a campo abierto para presionar la salida de balón del Real Madrid. El resultado de tan disparatado movimiento generó un boquete en la medular, agujero por el que cayeron a una especie de limbo, uno detrás de otro, Augusto Fernández, Koke, Gabi y Saúl Ñíguez.

Por ahí, por la medular, el Real Madrid empezó a encontrar espacios en superioridad numérica y sin que ningún rival vestido de rojiblanco incordiara su transición ofensiva a modo de presión. En ese ecosistema de condiciones tan favorables para la causa blanca, Luka Modric levantó la mano, pidió la pelota y como si fuera la mano del rey en Desembarco del Rey se puso a gobernar la final.

El Real Madrid, al son del croata -bien escoltado por Kroos y Casemiro-, avanzó metros y después de un primer aviso -Casemiro, en el minuto seis, remató a bocajarro ante Oblak- se cobró el gol. Fue después de que Juanfran concediera una inocente falta en la banda. Kroos colgó el balón, Bale la peinó y Sergio Ramos, en fuera de juego, cumplió con uno de sus pasatiempos favorito: ejercer de verdugo del Atlético al rematar en el área pequeña y firmar el 1-0 (min. 15).

Tras el gol del Madrid, poco se supo del Atlético durante la primera parte del duelo. Feliz siempre a la contra, radiante en la obligación de proteger algo -como le sucedió ante el Barça o el Bayern-, al equipo de Simeone le tocó ser otra cosa con 75 minutos de final por delante. Tuvo que coger el balón y en ese tránsito miró al esférico, durante un buen rato, como si se tratara de un objeto extraño. Sin ideas ni chispa, con Griezmann descolgado en el centro del campo para tomar la pelota y hacer la guerra por su cuenta, la escuadra colchonera cruzó el ecuador del partido sin ni siquiera hacerle cosquillas a su rival.

Perdido como un sonámbulo sobre el césped, Simeone recompuso el plan en el vestuario durante el descanso y en la reanudación, sin tregua, movió ficha: retiró a Augusto, liberó de tráfico el centro del campo, plantó a Carrasco en el extremo izquierdo, reubicó a Griezmann en la derecha y le dio la vuelta a la final. A los tres minutos, Griezmann lanzó al larguero un penalti que Pepe se tragó al derribar a Torres. El traspié no inquietó al Atlético, que siguió a lo suyo. Y de tanto perseverar, tras resistir en pie a una última andanada blanca -dos mano a mano de Oblak ante Benzema (min. 70) y Cristiano Ronaldo (min. 78)- encontró el premio cerca ya del final (min. 79), cuando Carrasco le comió al tostada a Lucas Vázquez en el segundo palo y remató una jugada de tiralíneas que dibujaron entre Gabi y Juanfran (1-1).

El partido entró entonces en un laberinto condicionado por las fuerzas de los dos equipos. La final se convirtió en un pulso extenuante, disputado al límite, con más rabia que razonamiento sobre el campo. El Real Madrid se plantó en el tiempo extra sin cambios y con Bale y Cristiano Ronaldo tiesos, mientras que al Atlético de Madrid, condicionado tal vez por su mal fario en la Copa de Europa, le entró un ataque de vértigo ante la posibilidad de lanzarse a tumba abierta por una victoria que no deja de tirarle guiños llenos de engaño.

En la tanda de penaltis Juanfran falló y Cristiano Ronaldo, toda una vedete, no dejó escapar la ocasión: con todos los focos sobre su figura marcó el penalti decisivo y selló la conquista de la undécima Copa de Europa para el Real Madrid.

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