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Como Holanda en los 70

Tras eliminar con épica a Barcelona y Bayern y superar al Real Madrid desde el descanso, el Atlético, el equipo más dominante de la competición, se queda de nuevo a las puertas

Gabi llora, con Lucas a su derecha y más jugadores del Atlético detrás. REUTERS

La gloria rechaza de nuevo al Atlético de Madrid. Ni siquiera en la Liga de Campeones en la que fue el equipo más dominante acaba levantando el título. Porque fue, sin discusión, el conjunto que más capítulos brillantes regaló a esta edición. El golazo maradoniano de Saúl Ñíguez al Bayern, la resistencia de la fe ante la razón en Múnich y en Barcelona -incluso con uno menos-, el doblete de Griezmann ante el conjunto azulgrana, la eterna tanda de penaltis frente al PSV y, ya en la final, la personalidad del delantero francés en la primera parte, las cabalgadas de Yannick Carrasco en la segunda o las recuperaciones de un todopoderoso Gabi en la prórroga fueron de los episodios más conmovedores de esta Liga de Campeones.

El Atlético es para esta edición de la Champions lo mismo que es ahora Holanda para los Mundiales de 1974 y 1978. Fueron los grandes protagonistas. Los estilos son totalmente diferentes, pero los dos equipos tendrán un hueco en la memoria de todos los aficionados al fútbol. Fueron dos proezas sin premio. Aquella 'Naranja Mecánica' dejó tanta huella como ha dejado este Atlético de Simeone. Ante una vitrina vacía de 'orejonas' no hay mejor consuelo que la admiración de todo el mundo.

Como Alemania en el Mundial de 1974 y Argentina en el de 1978 el título lo levantó el Real Madrid. Son campeones por naturaleza. Y quedará en el recuerdo, pero también como un anexo al mérito del subcampeón, que hizo más que en el 2014. Si entonces fue el cabezazo de Sergio Ramos lo que le fundió, esta vez se quedó a las puertas por dos penas máximas, una expresión que vale todo su doble sentido. La primera, en la reanudación, la falló Griezmann, que había sido el mejor de la primera parte con el permiso de Modric y Bale. Y la segunda, en la tanda, la mandó al poste Juanfran, que había dado la asistencia del gol del empate y gobernado su costado ante un Cristiano Ronaldo indolente. Sin embargo, las fotos de portada se las llevó el portugués, cojo y negado durante todo el encuentro, todavía molesto por sus lesiones de los últimos meses.

Ocurre que Europa es territorio del Real Madrid, y esa licencia la defendió con uñas y dientes, tanto en Lisboa como ayer en Milán. Sobre todo en San Siro, adonde los blancos habían llegado por un camino lleno de rosas y los colchoneros por uno plagado de espinas. Pero en la final eso da exactamente igual. Importa el estado de forma, pero también otros intangibles como el currículum. No hay lógica que lo sostenga, pues además el Atlético lleva años triunfando con un mismo sello mientras el Real Madrid no ha parado de dar tumbos esta temporada, en la que incluso ha vivido la destitución de un entrenador.

Mejor en su defecto

Y esos factores que se escapan de cualquier explicación se comprobaron con la puesta en escena. Porque el timón de la final en la primera parte lo tuvo el conjunto de Zinedine Zidane. El Atlético de Madrid salió timorato, desposeído de su espíritu inquebrantable, y tras el gol de Sergio Ramos pareció que dejaba de creer. Se le vino a la mente el desenlace de hace dos años en Lisboa y se vino abajo. Fue previsible con el balón en los pies y aunque Griezmann apareció por todas partes y probó varios remates lejanos el Real Madrid nunca se sintió agobiado. El Atlético no era el que resistió como un ejército de Napoleón a Barcelona y Bayern de Múnich y al Real Madrid, como frente a Wolfsburgo y Manchester City, le valía con lo justo. Porque su esencia es la de un campeón.

En la segunda parte, sin embargo, el Atlético se encontró a sí mismo justo cuando peor lo tenía. El sentido común indicaba que las opciones del Atlético pasaban por adelantarse en el marcador y aguantar en el arte que mejor comina. Pero la entrada de Yannick Carrasco por Augusto Fernández en el descanso dio al Atlético más argumentos ofensivos. Sobreponerte a tus carencias era una respuesta digna de un campeón.

Así, bastó un minuto para comprobar que la lectura de SImeone llegaba tarde pero era la correcta. Porque una posesión de lado a lado hizo recular a la defensa blanca, Griezmann buscó a un desaparecido Fernando Torres -no había dado ni un pase en la primera parte- dentro del área, el punta metió el cuerpo y Pepe picó el anzuelo.

Griezmann lo mandó al larguero, pero ante semejante golpe psicológico el Atlético respondió con más fútbol. Ya estaba bien posicionado, se sentía cómodo y empezó a hacerse el dueño del partido. La gloria le esperaba con los brazos abiertos. La tuvieron Savic y Saúl, pero el Atlético no encontró la justicia del empate hasta el minuto 80, cuando un centro de Juanfran encontró en el segundo palo a Carrasco, un dolor de muelas para Danilo y toda la defensa blanca. El Real Madrid había tardado un mundo, pero justo antes del empate rojiblanco había intimidado con un par de remates al contragolpe de Benzema, Cristiano y Lucas Vázquez que salvaron Oblak y Savic sobre la línea.

Así, con el empate de Carrasco el guión invitaba a pensar en la venganza perfecta del Atlético de Madrid. Los rojiblancos exhibían más piernas, no como en Lisboa, y todo apuntaba a que la revancha iba a llegar. Pero en los últimos diez minutos y en la prórroga el Atlético si no fue demasiado conformista lo pareció. Porque el partido, entonces sí, era de su agrado, y ni Bale ni Cristiano tenían fuerzas para contragolpear. Lucas Vázquez estaba centrado en ayudar a Danilo para frenar a Carrasco y Simeone no gastó los dos cambios hasta la segunda parte de la prórroga.

Ya en la tanda de penaltis la crueldad se cebó con los colchoneros. Y por segunda vez en un corto período de tiempo, como le ocurrió a Holanda. La similitud vuelve a aparecer en la manera de perder la final, pues la 'Naranja Mecánica' cedió la del Mundial de 1978 en la prórroga, como el Atlético en Lisboa. Los dos merecieron levantar el título. Pero lograron algo más importante, un mérito que suele acompañar la condición de campeón. Este Atlético, como aquella Holanda, ha marcado una época, han registrado sellos que han intentado ser imitados. Y han demostrado que los subcampeones también pueden ser venerados.

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