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Juegos Olímpicos

La huella del judo canario

Juan Carlos Rodríguez y Aythami Ruano, junto al desaparecido Santiago Ojeda, son los judocas que han paseado a las Islas en los Juegos

Los judocas Juan Carlos Hernández y Aythami Ruano posan en uno de los pasillos del Hotel Santa Catalina. ANDRÉS CRUZ

Veintiocho años separan a 1976 de 2004. Casi tres décadas de estrecho entre los Juegos Olímpicos de Montreal y los de Atenas. Un puente de Canadá a Grecia que traza el camino de los dos últimos judocas olímpicos de Gran Canaria: Juan Carlos Rodríguez Díaz y Aythami Ruano Vega. Dos hombres que hoy recuerdan su paso por el tatami olímpico con el anhelo de que pronto alguien tome su testigo en el judo olímpico del Archipiélago.

La conversación entre ambos, en torno a un par de cafés, fluye casi con la misma naturalidad con la que se movían dentro del kimono. El primer recuerdo que embriaga el día cuando se acuerdan de sus Juegos Olímpicos es claro: el esfuerzo que conlleva llegar hasta la cita más importante del mundo del deporte. "Me acuerdo del sacrificio que supone alcanzar. Es muy difícil llegar y más compitiendo desde Canarias," explica Ruano. Juan Carlos Rodríguez, asiente. "Es muy difícil llegar. Se tiene que dar todo, con varias circunstancias que ni siquiera dependen de ti. Es como un milagro", concluye.

El camino de Juan Carlos Rodríguez para llegar hasta Montreal 76' fue meteórico. Con apenas 20 años recién cumplidos, Rodríguez se clasificó para la cita en Canadá gracias a sus participaciones en los dos preolímpicos de ese curso disputados en Roma y Amsterdam. "Había judocas de más edad, con gente más potente. Tenía 20 años, era demasiado joven, pero tuve la suerte de poder meterme en los Juegos con un par de medallas de plata en aquellas pruebas clasificatorias", comenta.

De suplente en Munich

Pero antes de alcanzar los Juegos de Montreal, Juan Carlos Rodríguez estuvo preseleccionado para la cita de Múnich 1972. Apenas contaba con 16 años, una edad con la que no estaba permitido competir. Sin embargo, tuvo la oportunidad de vivir aquellos Juegos Olímpicos desde dentro, invitado por el Comité Olímpico Español, y acompañar a un mito del deporte canario: Santiago Ojeda, primer judoca de las Islas en verse en un tatami olímpico.

Aquellos Juegos estarán marcados siempre por la actuación de Mark Spitz, que rompió los registros olímpicos con 7 oros del tirón en 1972, pero también por el atentado terrorista donde el grupo armado Septiembre Negro asesinó a once deportistas israelíes. "Se supo poco de todo lo que rodeaba al Septiembre Negro y a aquel atentado. Pasó mucho y sabíamos muy poco del tema", concluye.

Pero para encontrar a Juan Carlos Rodríguez en Múnich y, sobre todo en Montreal, hay que situarse en la década de los 60. Ahí, con apenas 12 años de edad se adentró en el Gimnasio Las Palmas, lugar donde Amado Ramos, uno de los grandes impulsores del judo en Canarias, impartía su magisterio. "Mi padre era luchador [Manuel Rodríguez, 'El Guardia' ] y viví la lucha canaria. El gimnasio estaba cerca de mi casa, me metí ahí y lo notaba como algo cercano. Empecé a hacer judo con él y ya seguí", sentencia.

Su progresión se tradujo en que su nombre empezara a ser reconocido dentro del panorama del judo local y nacional. Seguido de cerca por el COE, Juan Carlos Rodríguez se preparó a fondo en la Escuela de Mando de Madrid, donde el Estado había instalado un prototipo de Centro de Alto Rendimiento para los deportes de lucha. "La Federación nos becaba y estábamos hasta seis meses viviendo en Japón para seguir mejorando", concreta.

En Alemania, la selección de judo compuesta por José Luis de Frutos y Juan Carlos Rodríguez encaró su preparación para los Juegos Olímpicos de Montreal. "Entrenábamos de noche y dormíamos de día. Lo hacíamos así para trabajar en la misma franja horaria que nos íbamos a encontrar cuando llegaramos a Canadá", recuerda.

Y así, en julio de 1976, Rodríguez llegó a Montreal "con muchas ganas" y "posibilidades" de hacer algo grande en la categoría de -73 kilos. El programa olímpico estuvo a punto de depararle la gloria de conseguir una medalla. Juan Carlos Rodríguez se estrenó ante el turco Refet Gungor, al que venció con un uki-otoshi. Sin embargo, el japonés Koji Kuramoto derrotó al grancanario en su segundo combate.

Repescado, el judoca grancanario derrotó al portugués Antonio Roquete, antes de caer en el combate por entrar en la semifinal frente al británico Vaccinuf Morrison. Séptimo clasificado -en judo no hay ni cuartos ni sextos-, Rodríguez se quedó a un paso de combatir por la medalla de bronce.

Solo un año más tarde, Rodríguez se retiró. Aquel abandono, era un adiós repentino y obligado. "Me habían detectado una espondiolistesis. Me hicieron un escáner y vieron que tenía la 4ª y 5ª vértebra desplazadas. Allí se acabó", comenta casi cuarenta años después de aquel duro momento.

La época dorada del judo grancanario, ésa que había promulgado el profesor Jesús Telo junto a Amado Ramos, se iba consumiendo. Los hermanos Coruña, Santiago Ojeda o Emilio Monzón daban un paso a un lado. Aquella generación no encontró otra que sostuviera el excelente nivel que habían alcanzado. El judo canario desapareció de los Juegos Olímpicos.

A principios de los 90 empezó a sonar un nombre con fuerza. Era el de Aythami Ruano. Hijo de Miguel Ruano -luchador y judoca en los 60 y 70 e integrante del equipo nacional-, Aythami estaba a cargo de Ramón Domínguez, discípulo de Santiago Ojeda, en las instalaciones del Gimnasio de la Policía Municipal de Las Palmas.

Sus tremendas condiciones físicas unido con las mañas que atesoraba lo hacían un coloso por esculpir. A su casa de Schamann llegó en 1994 un telegrama del Consejo Superior de Deportes con una notificación clave en su vida: estaba becado para el CAR de Sant Cugat en Barcelona. Los éxitos desde entonces no dejaron de llover. En 1996 se corona como campeón de Europa y subcampeón júnior.

Su escalada en el ránking, ya como sénior, seguía y seguía. Los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 asomaban al fondo. En el Campeonato de Europa de ese año en Cracovia, Aythami Ruano sacó todo su arsenal para vencer al turco Selim Tataroglu en la final. Un hito que no le dio el billete para Australia a pesar de ser el campeón continental. "En el judo se clasifica por el ránking de esos cuatro años. Es muy difícil meterse y solo iba uno por país en cada categoría. Daba la casualidad de que había un español por delante de mí [Ernesto Pérez] y me quedé fuera", concreta Ruano, por aquel entonces becado en el CAR de Madrid.

Su reválida llegó en Atenas a los 27 años. Durante esa olimpiada de espera, Ruano intentó mantener el brillante nivel con el que había combatido las últimas temporadas. Campeón en el Supertorneo de París en 2002 y plata continental en 2003, las sensaciones eran relativamente buenas. "Tenía una buena cantidad de puntos acumulados de 2003, porque 2004 no fue muy bueno para mí. Viví de las rentas, pero al final me metí", argumenta.

En el primer combate ante el coreano Kim Sung Beom sucumbió. "Era inferior en teoría, pero ese día me ganó. En judo para que te repesquen tienes que llegar hasta semifinales y estaba claro que no iba a meterse. Se acabó y me vine para casa", añade. Aquella fue la última parada en la élite de Aythami Ruano. "Seguir intentándolo significaba otros cuatro años de preparación. Sabía que aquel era mi último combate. Me hubiera plantado en Pekín 2008 con 31 años y le di prioridad a otras cosas, por eso me volví para Gran Canaria", narra.

Ahora, tanto Aythami Ruano como Juan Carlos Rodríguez miran con nostalgia su pasado tras los cinco aros olímpicos. Una experiencia única e inolvidable sobre el tatami de unos Juegos que confían en que otro canario pueda saborear, a poder ser sin que pasen los 28 años que separaron Montreal de Atenas.

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