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Historias irrepetibles

La Invencible del Cantábrico

Ondarroa y San Sebastián protagonizaron en 1890 un histórico duelo para conocer cuál de las dos era la mejor trainera que tuvo fatales consecuencias para algunos de sus protagonistas

La Invencible del Cantábrico

Una simple hipérbole, una frase hecha, un comentario de taberna impreso en la base de un trofeo. Eso bastó para que en 1890 el mundo de las traineras viviese uno de los grandes duelos de su historia, por lo que tenía de romántico, de rivalidad enconada y también de agitación popular. Todo comenzó en el Real Club Náutico de Bilbao. Sus responsables habían organizado una regata para promocionar la construcción de su nuevo puerto que ganó Ondarroa. Como recompensa su tripulación recibió de parte del club el título honorífico de la Invencible del Cantábrico como reconocimiento a sus últimos y habituales triunfos.

La noticia generó una enorme indignación en San Sebastián. Sus vecinos, pero sobre todo los comerciantes y empresarios, se sintieron insultados por lo que entendían era una muestra de arrogancia vizcaína. El calendario de competición de entonces y el trabajo diario -la tripulación de las traineras estaba formada por los pescadores que convirtieron en deporte lo que era su medio de vida- impedían que algunas embarcaciones se viesen las caras durante muchas semanas. Eso argumentaron los donostiarras cuando crearon una sociedad para organizar un equipo que devolviese la afrenta a los bilbaínos. San Sebastián desafió entonces a Ondarroa a un duelo para resolver cuál de las dos era la mejor trainera del Cantábrico.

Arrancó entonces un periodo tan largo como farragoso que dejaría en evidencia algunas de las polémicas de despacho que ahora se producen en el deporte mundial. Para consensuar el trayecto, el lugar o la fecha se invirtieron varias semanas aderezadas por discusiones y provocaciones de todo tipo. Incluso los medios de comunicación advirtieron ahí una interesante fuente de negocio. No escatimaron espacio ni calificativos. Poco ayudaron a destensar el ambiente. La Voz de Guipúzcoa defendía los intereses donostiarras y centraba sus informaciones en la cobardía de los vizcaínos. Ondarroa tenía su principal apoyo mediático en el que le daba El Porvenir Vascongado.

Tampoco faltaba dinero para añadirle más alicientes al combate. Cada uno de los equipos aportó 25.000 pesetas que se depositaron en el Banco de Bilbao. Pero las apuestas entre particulares superaron ampliamente esas cifras. La discusión entre las dos sociedades que lideraban a las traineras multiplicaban el interés de los aficionados que incluso comenzaron a apostar sus bienes. Una cabra, un colchón, cualquier cosa valía para meter la cabeza en una regata a la que parecía imposible encontrar fecha y recorrido.

Los donostiarras proponían remar entre Getaria y San Sebastián, a lo que se negaba Ondarroa por tratarse de aguas guipuzcoanas. Los vizcaínos pretendían llevar el duelo frente a su costa, a lo que se negaban sus rivales. Finalmente, tras semanas de discusión y de artículos incendiarios en la prensa en los que ambos bandos se acusaban de falta de agallas, se llegó a un acuerdo. La prueba se celebraría entre Lekeitio y Getaria (salida en Vizcaya y llegada en Guipúzcoa) el 23 de noviembre, fecha impuesta por los donostiarras que querían que la prueba coincidiese con el final de la temporada del bonito. La competición sería de diez millas, una distancia bastante exigente.

El mal tiempo retrasó varios días la disputa de la prueba, lo que supuso un importante revés para los centenares de aficionados que acudieron desde diferentes lugares para seguir la competición. El intenso mar y el frío de aquellos días fue un problema difícil de resolver a lo largo de la última semana de noviembre. Finalmente, el 2 de diciembre ambas traineras se alinearon en Lekeitio al mando de sus patrones. Ambrosio Bedialauneta -descrito por las crónicas de aquel tiempo como un gigante con un ojo azul y otro verde- lideraba a Ondarroa y Luis Carril Torrekua, a los donostiarras. Ochenta y un minutos después de que se diese la salida en Lekeitio la afición guipuzcoana estalló de alegría al ver entrar a sus remeros en cabeza en el puerto de Getaria. Una victoria incontestable para los hombres de Luis Carril. Un minuto y medio después lo hizo la Invencible del Cantábrico derrotada, humillada.

Los días siguientes a la celebración de la regata fueron aún más intensos que los previos. En Donostia se vivió un clima de euforia que no se recordaba. Llegaron felicitaciones de todas partes, incluso de la reina regente María Cristina. Luis Carril se convirtió en un mito y sus remeros, en héroes. Todo lo contrario se vivía en Ondarroa. Para el pueblo, que aún estaba pagando la última Guerra Carlista, la derrota supuso un revés económico del que tardarían años en recuperarse.

Las pérdidas en las apuestas fueron gigantescas y muchos pescadores se quedaron en una situación muy delicada llegando a perder sus embarcaciones o artes de pesca. Ambrosio Bedialauneta también lo pasó mal, para él fue la peor parte. Fue acusado por sus vecinos de haberse vendido para dejarse ganar por los donostiarras. Harto de acusaciones y de miradas llenas de rencor se marchó a vivir a Castro Urdiales "para no verme obligado a matar a un hombre", según su propia confesión. Siguió ligado al mundo de la pesca y a las regatas de traineras en Cantabria, pero nunca en su vida volvió a poner un pie en Ondarroa.

No acaba aquí esta historia de épica y tragedia. Luis Carril y sus remeros volvieron, como era lógico, al mar, el medio que le daba de comer. Dos años después la trainera Elcano en la que faenaban naufragó por un golpe de mar a nueve millas de la costa. El histórico patrón y el resto de la tripulación pasaron horas sujetos a la quilla de la embarcación anhelando que alguno de los barcos que regresaban a puerto les viese.

Resistieron hasta donde pudieron. Carril se hundió en el Cantábrico y con él nueve de sus remeros, la mayoría protagonistas de la histórica victoria sobre Ondarroa. Sólo cuatro fueron rescatados del mar con vida.

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