Los prolegómenos de la nueva edición de la Hospitales San Roque Night Run prometían una noche de perros por las calles de Las Palmas de Gran Canaria. En la pelea de gallos de guitarras eléctricas que amenizaba la espera antes de la salida en la calle Venegas, con un cielo iluminado por decenas de rayos y una incipiente llovizna, sonaba el Smoke on the Water de Deep Purple como preludio.

Pero fue darse el pistoletazo de salida de la carrera y el entusiasmo de la marea azul -el color de la camiseta oficial del evento- era lo único que inundaba desde ese momento la zona baja de la capital.

De la tormenta que se vaticinaba, solo quedaban los rayos. Estos parecían guiar a los atletas de todas las condiciones y edades hasta la línea de meta. Muchos de ellos con objetivos antagónicos. Tan campeones se sintieron los que se subieron al podio como los que, al golpito y a su ritmo, recogían al final de su participación la medalla de finisher, su particular y merecida recompensa.

Y la gran mayoría, a su manera, lo festejaba por todo lo alto. Muchos hacían sus últimos metros con sus hijos de la mano para compartir el fantástico momento. Otros, alzaban sus brazos al cielo, o brincaban sobre un imaginario listón en la línea de meta, o completaban el esfuerzo junto a su pareja sellando su triunfo personal con un beso entre auténticos lagrimones.

Son las bellas escenas que siempre dejan estas manifestaciones del deporte popular, ese donde tanta importancia tienen las marcas como los retos personales que cada uno se pone cuando suena el pistoletazo de salida. En estos casos, el cruzar la meta supone superar sus propios retos, sus propios objetivos, que por pequeños que sean para cada uno es como el que se proponía el campeón absoluto de las Hospitales San Roque Night Run.