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Historias irrepetibles

Las piernas que sobrevivieron al 'Titanic'

Norris Williams ganaría dos títulos individuales del Abierto de Estados Unidos tras salvarse del naufragio y sufrir una grave hipotermia

Norris Williams, durante un partido. LP / DLP

Charles Eugene Willams, uno de los grandes jugadores del mundo de squash a comienzos del siglo pasado, se embarcó el 10 de abril de 1912 en Southampton en el viaje inaugural del Titanic. Dos semanas después le esperaban en Nueva York para disputar el campeonato del mundo y aquel impresionante barco, el trasatlántico más grande de su tiempo, le ofrecía la posibilidad de entrenar a bordo porque entre sus muchos lujos figuraba una pista de squash.

Pero a Charles Williams le esperaba un pequeño contratiempo. Había comprado un billete para viajar en segunda clase y una vez iniciado el viaje descubrió que la pista era uno de los servicios que sólo estaban a disposición de la élite social que había agotado en muy pocas semanas los billetes de primera clase. Inició entonces una pequeña pelea con la tripulación del buque para que le permitiesen el uso de la pista, pero no acababan de creerse su versión de que aquel joven fuese uno de los grandes jugadores del mundo y que acudiese a Estados Unidos en busca del título mundial.

El capitán del barco, enterado del asunto, le propuso disputar un partido con un joven que se había subido al barco en Cherburgo y cuyos antecedentes sí conocía. Se llamaba Norris Williams. Era hijo de un banquero suizo que también viajaba a bordo, descendiente de Benjamin Franklin, y una firme promesa del tenis mundial aunque el objeto principal de su viaje era comenzar sus estudios en la Universidad de Harvard. Básicamente lo que quería conocer el capitán era si aquel pasajero de segunda clase tenía el nivel que proclamaba antes de cederle alegremente el uso de la instalación. Y no le mintió. Charles Williams ganó aquel partido aunque con muchas más dificultades de las que había imaginado en un principio porque su rival, aunque carecía de algunos fundamentos técnicos propios del squash, era condenadamente bueno. A partir de ese momento le concedieron el privilegio de utilizar la pista en horarios muy determinados para no afectar al entretenimiento de las adineradas familias que habían convertido la primera clase de aquel barco en una manera de manifestar su poderío.

Los dos jugadores entablaron cierta amistad durante los pocos días que compartieron a bordo del Titanic. No les dio para mucho porque la noche del 14 de abril, cuando estaban cerca de dar las doce de la noche, les sorprendió la sacudida que el barco había sufrido tras golpear su costado contra un iceberg. No pasaron muchos minutos antes de que se diese la orden de que los pasajeros embarcasen en los botes salvavidas. Norris Williams y su padre se encontraban en su camarote cuando recibieron el aviso y salieron de inmediato a la cubierta. Allí comprobaron el caos en el que se había convertido el barco. Estuvieron a bordo casi hasta el último momento y cuando ya no pudieron esperar más se lanzaron al agua.

Norris logró agarrarse a uno de los botes salvavidas plegables con los que contaba el barco y que estaba boca abajo. Su padre fue engullido por el mar en poco tiempo. Junto a él se aferraban al bote treinta hombres que asistieron al definitivo hundimiento de aquella joya de la ingeniería marina que entonces era el Titanic. Pasó mucho tiempo sujeto al bote, con el agua congelada cubriéndole hasta casi la cintura. Antes de que llegase el Carpathia -el trasatlántico que acudió a la llamada de auxilio- una barca sacó del agua a los que aún resistían aferrados a su última esperanza de vida. Diecinueve de las treinta personas que estaban agarrados al bote murieron por hipotermia o porque sus fuerzas no les permitió permanecer más tiempo sujetos.

Cuando el doctor del Carpathia comprobó el estado de Norris Williams advirtió que sufría una hipotermia muy importante y que las piernas estaban gangrenadas. Sugirió que era necesaria la amputación de ambas extremidades, algo a lo que el joven se negó en rotundo: "No puedo permitirle que me corte las piernas porque las voy a necesitar en el futuro", le dijo al médico. Durante el viaje hasta Nueva York en el Carpathia comenzó a realizar pequeños ejercicios y fue recuperando la sensibilidad en las piernas. Incluso se permitió algún paseo por el barco que le sirvieron para descubrir el calibre de la tragedia que habían vivido. Sólo 712 personas de las más de 2.000 que iban a bordo habían sobrevivido al hundimiento.

Entre ellos estaba Charles Eugene Williams, el campeón de squash con el que había jugado a bordo y que logró subirse al bote número 14.

Cuatro meses después del desastre Norris Williams ya estaba en las pistas de tenis. Su primer partido, curiosamente, le enfrentó a Karl Behr, otro superviviente del trágico viaje en el Titanic. Un mes después ganó el Open USA en la categoría de dobles mixtos. Sería el comienzo de una magnífica relación con ese torneo. En 1913 conquistó la Copa Davis para Estados Unidos (aunque nacido en Ginebra era descendiente de norteamericanos) y perdió la final del Open USA ante Maurice McLoughlin. Fue casi a la vez de que recibiese en casa un curioso bulto en cuyo remite figuraba el nombre del Carpathia.

Era un abrigo de paño, el mismo que llevaba puesto la desgraciada noche del 14 de abril y con el que se había lanzado al agua. La tripulación del barco había tratado de devolver a sus propietarios muchos de los objetos personales que se habían quedado desperdigados durante el doloroso viaje hacia Nueva York.

Su pelea por ganar el Open USA en categoría individual finalizó con éxito en 1914. Esta vez derrotó a McLoughlin en la final para hacerse con el primer grande de su carrera deportiva. Dos años después volvería a hacerlo ante Bill Johnston. Después de eso participó en la Primera Guerra Mundial de la que regresó con un par de condecoraciones y con el convencimiento de que no era sencillo acabar con su vida.

Retomó su carrera en el tenis, aunque es verdad que la experiencia en Europa le había arrebatado parte de sus fuerzas, pero no de su determinación. Conquistó títulos en la categoría de dobles tanto en Wimbledon como en el Open USA (dos veces) e incluso completó el palmarés con un oro olímpico en 1924 en la categoría de dobles.

En la final de aquella cita se lesionó, se planteó la retirada pero su compañera, Hazel Hotcshkiss, le recordó que si había sobrevivido a un hundimiento y a una guerra mundial "un esguince no va a terminar contigo". Y acabaron colgándose el oro del cuello. Fue el último gran triunfo de quien estuvo a punto de perder las piernas en el Atlántico Norte.

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