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Hollins, el reactivo inesperado

El pívot se erige en revulsivo cuando el juego del Herbalife Gran Canaria se obstruía ante el Hapoel

Sasu Salin dio el gran susto. ELVIRA URQUIJO / EFE

La trayectoria de Ryan Hollins en su periplo como jugador del Herbalife Gran Canaria ha tenido hasta el momento más sombras que luces. Su rendimiento, con el bagaje de diez temporadas en la NBA con el que aterrizaba en la Isla, no ha resultado determinante para redundar en un mayor crecimiento del conjunto grancanario. Tiempo de adaptación en su primera experiencia europea, cambio de estilo y de reglas de juego con respecto a la competición profesional americana, la llegada a un grupo ya bastante compacto...

Sea por la razón que sea, el center norteamericano únicamente ha dejado pinceladas de la clase que se le presupone a un jugador que, aunque con el cartel de jornalero, sobrevivió durante tantas temporadas en la mejor liga del mundo, y además en franquicias de postín.

Su papel secundario quedaba demostrado hace pocos días. Se quedaba en la Isla cuando sus compañeros afrontaban el importante doble desplazamiento. Primero para medirse al Real Madrid en la capital de España y seguidamente hasta Israel de cara al primer choque de la eliminatoria de la Eurocup con el Hapoel.

Por motivos personales, Ryan Hollins no se subió al avión. Su esposa esperaba el nacimiento de un nuevo hijo, que vino al mundo el pasado miércoles. Casi nadie le echó en falta.

Por eso, anoche, su condición de revulsivo resultó inesperada para casi todos los que acudieron al duelo de la Eurocup contra el Hapoel Jerusalem en el Gran Canaria Arena. Cada vez que pisaba la pista, por sus acciones y por su carácter estimulante, reactivaba al Herbalife cuando su juego se ensombrecía ante el potencial hebreo.

Sin duda, el problema físico que mermaba a Anzejs Pasecnicks, y la salida de la rotación de Richard Hendrix, permitió al pívot californiano tener un papel más protagonista en el Granca.

Sus irrupciones en la cancha espoleaban a sus compañeros y a la grada. En su primera presencia, estimuló a un Gran Canaria Arena descorazonado con sus jugadas preferidas, los mates y los tapones. Incluso, cuando los pívots rivales le tomaron la matrícula, a base de una defensa al borde de lo ilegal, lo desquiciaban. Incluso, se llevaba una técnica por protestar una acción clarisima en el aro visitante que los árbitros no señalaron como falta.

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