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Historias irrepetibles

"Sólo te has roto las piernas, chico"

Un accidente frenó la evolución de Johnny Haynes, el futbolista que defendió casi 700 veces la camisola del Fulham y más veces ha sido internacional en Inglaterra sin estar en Primera

"Sólo te has roto las piernas, chico"

Johnny Haynes regresaba a casa una noche de 1962 cuando su vida vivió un episodio decisivo. Indiscutible estrella del Fulham, equipo en el que militó desde que entró en su escuela con apenas catorce años, hacía unos meses que había disputado el Mundial con Inglaterra donde se habían quedado en los cuartos de final. El maestro, el sobrenombre que le habían puesto los aficionados que cada domingo disfrutaban de él en Craven Cotagge, había cambiado la forma de entender el fútbol que hasta ese momento tenían los volantes.

Acostumbrados a verles correr y dar ritmo al juego, Haynes replanteó muchos conceptos. Desde la posición del 10 de aquel tiempo, recostado hacia la izquierda, dirigía el juego con una inteligencia y precisión pocas veces vista. Aceleraba o frenaba; regateaba o pasaba con precisión; se incorporaba al remate cuando había posibilidad o guardaba la posición cuando intuía que sería necesario. Un adelantado a su tiempo que ese año acababa de recibir una oferta deslumbrante del Tottenham, los vecinos del norte de Londres. Pero él la había rechazado. No hacía mucho que se había convertido en el primer jugador en Inglaterra en tener un sueldo semanal de 100 libras -una barrera rota por él y que generó una evidente inflación en los sueldos de la mayoría de futbolistas de aquel tiempo- y desde su punto de vista no había nada como jugar en el Fulham.

Pero aquella noche todo se torció. Por motivos que se desconocen, Haynes sufrió un pavoroso accidente de circulación. El automóvil que conducía quedó hecho añicos y las primeras personas que acudieron al lugar del suceso se imaginaron lo peor viendo el estado del coche. Pero Haynes estaba vivo y consciente, aunque con graves heridas en las piernas. El primer agente de policía que llegó en su auxilio y que no se dio cuenta de quién era, trató de tranquilizarle: "Tranquilo chico, sólo te has roto las piernas". Aquel agente tenía razón. Se había fracturado una pierna y se había hecho mucho daño en los ligamentos de una de sus rodillas.

Aquel suceso frenó por completo su carrera, porque le tuvo un año alejado de los terrenos de juego (algo que impidió elevar aún más su récord de presencias en el equipo londinense) y cuando regresó a los terrenos de juego no tardó en entender que ya no era el mismo futbolista. Sólo tenía 28 años cuando reapareció en medio de un enorme entusiasmo en Craven Cottage, pero su evolución como futbolista se había terminado. También el sueño de estar en el Mundial de 1966 que Inglaterra jugaría en su casa.

Alf Ramsey, el seleccionador, no volvió a llamarle. Solía preguntarle a George Cohen, otro internacional que pasó toda su vida en el Fulham, por su estado y éste admitía que Haynes estaba lejos de recuperar su mejor versión.

Hay quien también considera que Ramsey, seguidor de la vieja escuela inglesa de toda la vida de patear y correr sufría con la idea de encajar a Haynes en su estilo y que con el accidente encontró el pretexto perfecto para resolver el dilema.

Haynes se quedó tranquilo defendiendo la camiseta del Fulham en el estadio al que su padre le había llevado por primera vez cuando tenía doce. "Yo quiero jugar aquí", le había dicho a la salida. Poco imaginaba aquel vecino de Kent, aficionado al fútbol, que su hijo vestiría aquella camiseta 658 veces (la primera fue un Boxing Day cuando sólo tenía 18 años) y que cambiaría muchos de los conceptos que había alrededor del juego y de la condición de futbolista. Haynes, desde un equipo modesto como el Fulham, replanteó muchas de las verdades absolutas que habían en aquel tiempo y mejoró el trato que se daba a los futbolistas que hasta su irrupción no podían pasar de las 20 libras semanales como sueldo.

Fue el empuje de los grandes clubes europeos lo que modificó esas reglas. El Milán, en la etapa de absoluta plenitud de Haynes a comienzos de los sesenta, puso encima de la mesa 80.000 libras (lo que hubiese doblado el traspaso más caro que se había realizado hasta ese momento) para hacerse con sus servicios.

El futbolista dijo que nada le movería de Londres, pero los clubes ingleses entendieron que tarde o temprano sería imposible frenar el éxodo de sus mejores futbolistas hacia Italia, España o Alemania. Por eso Tommy Trinder, presidente del Fulham y que se jactaba en sus círculos más próximos de no pagar más de veinte libras a quien merecía más de cien, convirtió a Johnny Haynes en el primer jugador que tuvo un sueldo semanal de tres cifras en Inglaterra.

Haynes nunca ganó nada con el Fulham. Un par de semifinales de Copa es lo más cerca que estuvo de un título. Tal vez eso le da más grandeza. Debutó con el equipo en Segunda División en 1952 y eso no le impidió que la selección inglesa se fijase en él. De hecho, fue 32 veces internacional antes de que el equipo lograse el ascenso en 1959. Ningún otro futbolista en la historia ha defendido más veces la camiseta de Inglaterra estando fuera de la máxima categoría. Luego no se apartó un metro de Craven Cottage, ni cuando vinieron mal dadas a finales de los años sesenta. El equipo cayó en una evidente crisis y él permaneció en el club de su vida. Descendió con ellos a Segunda y vivió el tormentoso descenso a Tercera justo antes de decir adiós al club de su vida en 1971. La amargura de no haberles podido dejar en la máxima categoría le acompañaría para siempre y más de una vez dijo que no se lo perdonaba.

Se jubiló convertido en leyenda del Fulham, aunque él se distanció del equipo físicamente. No quiso cargos honoríficos, ni probar a sentarse en su banquillo o en un despacho de sus oficinas. Vivió cómodamente gracias a sus inversiones exitosas hasta que otro accidente de circulación se cruzó en el camino en el año 2005. Tenía 69 años, viajaba con su mujer, cuando sufrió una colisión frontal con otro automóvil. Murió casi en el acto y la orilla del Támesis, donde reposa Craven Cottage, se llenó de flores.

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