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Historias irrepetibles

La 'zona Cesarini'

Apenas tres o cuatro goles en los instantes finales sirvieron al jugador de la Juventus para dar nombre a los últimos minutos de cada partido

Cesarini, en sus años de jugador de la Juventus. LP / DLP

La zona Cesarini tiene su origen en un futbolista nacido en Italia, criado en Argentina, y que fue uno de los integrantes de la Juventus de comienzos de los años treinta, un conjunto que llegó a conquistar cinco Ligas de forma consecutiva. Renato sólo tenía nueve meses cuando sus padres le subieron al Mendoza, uno de los barcos que cubrían a comienzos del siglo XX la ruta de los emigrantes que iba de Génova a Buenos Aires.

Entre las escasas pertenecencias que llevaban encima, un rosario y un ajo, la fe y la fortuna a la que se agarraban en busca de una vida mejor que la que disfrutaban en Senigallia, el pueblo en la costa Adriática en el que habían crecido. Como muchos otros italianos que se bajaban en manada de aquellos barcos, los Cesarini se instalaron en el humilde barrio de Palermo, en Buenos Aires.

Sus calles se convirtieron en el patio de recreo del pequeño Renato. Ayudaba de vez en cuando a su padre, que se ganaba la vida como zapatero, pero disfrutaba del jolgorio del barrio. Prostitutas, tango, música hasta la noche, malabaristas que le enseñaban sus habilidades, riñas y ruido. Ése era el ambiente en el que creció, el que dio forma a su carácter. Y luego, por supuesto, correr detrás de cualquier pelota que alguien lanzase.

El niño, que aprendía deprisa, no tardó en demostrar una especial habilidad con el balón y entró a jugar desde pequeño en Chacarita, el equipo que se había levantado junto al cementerio de la ciudad y a cuyos jugadores, en buena lógica, apodaban los funebreros.

Renato era un centrocampista al que le gustaba tanto pisar el área contraria como la fiesta que le esperaba al concluir el partido. En 1928 la Juventus, que como muchos equipos italianos miraban hacia Argentina en busca de jugadores con su misma sangre, trató de ficharle, pero la Federación Argentina bloqueó el traspaso.

Tano, el apodo que le habían puesto desde que comenzó a jugar, esperó pacientemente y en 1930 se subió a otro barco, el Duilio, para cubrir el viaje inverso al que veinticuatro años antes había hecho en compañía de sus padres. No llevaba el rosario ni el ajo, sino un pañuelo de seda y unos gemelos de oro.

Cesarini se instala entonces en una Juventus extraordinaria en la que figuran buena parte de los componentes de la selección italiana que dirige Pozzo y que el técnico prepara con la vista puesta en el Mundial de 1934 que organizarán en su casa. No tarda en hacerse insustituible en la Juventus y también en la selección. Cesarini llama la atención en su primera temporada por un par de goles anotados en los últimos minutos, pero no pasa de ahí la anécdota.

Todo cambia en su primer compromiso serio con la selección italiana. Pozzo, que renegaba un poco de su estilo porque le gustaban mucho más los futbolistas de pierna fuerte para su posición, le convocó para jugar la Copa Internacional que, en un tiempo en el que el Mundial estaba en pañales (la mayoría de países europeos no habían acudido a Uruguay en 1930 por el alto costo que tenía el viaje), era uno de los torneos más importantes que se celebraban en aquel tiempo. La final de aquella edición jugada en 1931 enfrentó a Hungría con Italia y Cesarini estuvo entre los elegidos.

Se disputó en el estadio Filadelfia (la casa del Torino) y el partido resultó muy incierto hasta el final. Estaban empatados a dos goles cuando cerca del minuto noventa llegó la jugada que marcaría su carrera. Cesarini le robó un balón a su propio compañero Rafael Constantino, con empujón incluido, para avanzar unos metros y soltar un disparo con la pierna izquierda que no encontró respuesta en el portero húngaro y le dio el título a Italia.

Fue el periodista Eugenio Danese el que escribió un artículo en el que se refería al Caso Cesarini en alusión a los goles que había marcado en los últimos cinco minutos de partido. Eran un puñado, dos o tres, pero lo suficiente para que la literatura y el imaginario popular hiciesen el resto. El caso derivó con el tiempo en la Zona Cesarini (seguramente por influencia del bridge que estaba muy de moda en aquel tiempo) y el futbolista continuó su exitosa carrera en la Juventus (con la que ganó cinco títulos de Liga de forma consecutiva) aunque desapareció de las convocatorias de Pozzo en la selección. Su estilo más fino y su afición por las fiestas y el tabaco (fumaba un paquete de cigarrillos al día) no le convirtieron nunca en uno de los preferidos del técnico de la selección.

Tras ganar sus cinco títulos consecutivos con la Juventus y perderse el Mundial que se jugaba en su casa, Cesarini decidió regresar a Buenos Aires. Lo hizo cargado de fama y sin haber cumplido los 29 años. Ya tenía suficiente con aquella experiencia. Conquistó un par de títulos con River Plate y se retiró cansado de correr y ansioso por ver el fútbol desde otro ángulo.

Renato se convirtió luego en un revolucionario desde los banquillos. Él fue el entrenador que dirigió a la célebre Máquina de River Plate, la biblia del fútbol, que se hizo famosa por su delantera Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lostau. Cambió muchos planteamientos del fútbol argentino, sobre todo aquellos que tenían que ver con el desarrollo de la cantera y durante su etapa en River Plate casi se preocupó más por la formación de los jóvenes que por el funcionamiento del primer equipo. Pero para la eternidad quedó como el futbolista que dio nombre a ese tramo de partido en el que los goles adquieren un valor esencial, definitivo.

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