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La disparatada vida de Patrick O'Connell

El irlandés hizo historia como técnico en España después de ser considerado un héroe en su país y verse envuelto en un turbio amaño

Patrick O'Connell se hizo famoso en 1914 durante la disputa del torneo que enfrentaba a Inglaterra, Irlanda, Gales y Escocia y que por primera vez en su historia conquistó su selección, la irlandesa. Era una de las primeras ocasiones que este dublinés de 27 años vestía la camiseta del país y se hizo célebre por su actuación ante Escocia. En aquel partido los irlandeses habían perdido a un hombre por lesión y se vieron condenados a jugar en inferioridad al no existir los cambios.

Poco después O'Connell chocó violentamente con un contrario y cayó de mala manera. Se fracturó el brazo, lo que condenaba a los irlandeses. Pero el defensa quiso permanecer en el terreno de juego. Le sujetaron el brazo como pudieron y el tipo permaneció allí, de pie, sin apenas moverse, tratando de despejar lo que cayese por su sector. Así contribuyó a lograr un empate que sumado a los triunfos en el resto de partidos le dio a Irlanda su primer gran triunfo en torneos de selecciones. El partido de los nueve hombres y medio lo bautizaron los periodistas. Su decisión aquella tarde le convirtió en un personaje famoso y le abrió las puertas del Manchester United en 1915.

En Old Trafford O'Connell tuvo un papel protagonista en uno de los encuentros más controvertidos de la historia del fútbol de las islas, el famoso fixed game (partido amañado) que enfrentó a Manchester United y Liverpool. Ocho jugadores fueron sancionados a perpetuidad después de que se supiese que habían acordado finalizar el partido 2-0 y ganar así una importante cifra en las casas de apuestas. O'Connell no estuvo en la lista de purgados, pero su papel nunca quedó muy claro teniendo en cuenta el protagonismo que tuvo en el choque. Con 2-0 en el marcador el árbitro pitó un penalti a favor del United, lo que comprometía seriamente el plan. Hubo una discusión y West, cerebro de la operación, resolvió que lanzase O'Connell. O muy poco confiaba en su compañero o el irlandés sabía más de lo que se dijo. El defensa disparó descaradamente fuera y los futbolistas pudieron cobrar su apuesta aunque luego tuviesen que pagar por ello. Eran años complicados, la Primera Guerra Mundial estaba cerca, las competiciones se iban a detener y los futbolistas vieron en esa salida una forma de cubrirse las espaldas mientras durase el conflicto. Solo O'Connell sabe exactamente hasta qué punto estaba metido en el ajo. La cuestión es que la guerra -en la que combatió- redujo al mínimo su tiempo en el Manchester United y también en el fútbol, porque después de aquello deambuló un par de años por el Dumbarton y el Ashington, dos modestísimos equipos británicos.

O'Connell tenía un plan. Marcharse a España y tratar de ganarse la vida en un país que desde el punto de vista futbolístico estaba bastantes pasos por detrás. En 1922 dejó plantada a su mujer con sus cuatro hijos y se marchó. El primer equipo que entrenó fue el Racing de Santander, posiblemente porque esa fue la ciudad a la que arribó desde Inglaterra. Se dirigió al club más cercano y pidió trabajo. Se lo dieron porque eso de poner el equipo en manos de un inglés resultaba atractivo para los dirigentes de la época y más en Santander que las dos temporadas anteriores había sido entrenado por Míster Pentland, entrenador que más tarde haría historia en el Athletic de Bilbao. Le fueron bien las cosas a O'Connell en España (siete años en Santander, dos en Oviedo) hasta ganarse un merecido prestigio, sobre todo por su trabajo en el Betis al que condujo al único título de Liga de su historia en 1935. Un triunfo grande, imponiéndose en un agónico final al Real Madrid. Los sevillanos eran líderes a falta de una jornada que debían jugar en Santander.

Patrick O'Connell decidió el día antes sondear a los jugadores de su exequipo con los que mantenía una buena relación. Les pidió que aflojaran un poco en el partido, pero se encontró con que alguien se le había adelantado: el presidente del Racing había ofrecido 1.000 pesetas a los jugadores en nombre del Real Madrid por ganar a los sevillanos. Pero no hubo partido por ningún lado. El Real Betis se impuso 0-5 y ese día, sábado de Feria de Abril, las pizarras de las casetas anunciaron el título del conjunto verdiblanco.

Ese éxito le abrió las puertas del Barcelona en 1935 -tras unas breves vacaciones en casa, donde no le veían el pelo en años-. Pero eran malos tiempos para el fútbol y para la razón. El germen de la Guerra Civil lo invadía todo y el Barcelona era un símbolo del nacionalismo catalán, objetivo de los fascistas como se demostraría con el fusilamiento en Guadarrama de su presidente, Josep Sunyol. O'Connell, un republicano declarado, trató de buscar una salida para los futbolistas consciente de que corrían un serio peligro.

Dirigió entonces la famosa gira por México de la que sólo volvieron cuatro jugadores porque el resto optó por el exilio. Es posible que la decisión de llevarse el equipo fuera de España salvase la vida de alguno de ellos. Nunca se sabrá. La cuestión es que en el Museo del Barcelona existe un busto dedicado al técnico irlandés como agradecimiento a su papel en aquellos días de rabia y muerte. Tampoco regresó O'Connell de México. Le hicieron ver que su protagonismo le convertía en una jugosa tentación para los exaltados y tardó en regresar a España. Lo hizo tras la Guerra Civil para dirigir a Betis, Sevilla y Racing antes de abandonar el fútbol para siempre y quién sabe si volver con su familia. Se le perdió el rastro y sólo se supo de él que murió en la indigencia en una vieja residencia londinense. Quedó para la historia un símil con el que explicó lo que era España en ese tiempo: "Un partido en el que los dos equipos tratan de corromper al árbitro".

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