De repente ayer al mediodía se hizo el silencio en la zona de la playa de Las Canteras, entre El Refugio y la Puntilla, especialmente en los alrededores del Real Club Victoria. Pacuco Jorge, buque insignia del histórico club grancanario de fútbol, y uno de los legendarios futbolistas de la historia del balompié isleño, falleció ayer a última hora de la mañana, a los 97 años de edad. Noticia que esperábamos desde hace unos días, pero en absoluto deseábamos conocer? ¡No llegaste a los cien, Pacuco, y con tu marcha de ayer se frustró nuestra compartida ilusión de amigos entrañables que fuimos de disfrutar la alegría de festejar el centenario de tu nacimiento! ¡Lástima, no pudo ser! Tu cuerpo yacente descansa en la sala 108 del Tanatorio San Miguel, hasta las doce del mediodía de hoy, 13 de octubre, en que será trasladado al Cementerio de San Lázaro para recibir cristiana sepultura.

¡Pero tú no has muerto, Pacuco! Vives. Tu memoria y recuerdo permanecerán inmortales e inmarchitables en las conciencias de cuantos te conocimos, admiramos, gozamos con tu amistad, con tu trato, con tu ejemplo de probidad inigualable. Fuiste un hombre afortunado en todos los órdenes de la vida, cuya coexistencia compartiste en vivenciales aportaciones edulcoradas con alegría, sana, seria y plena de detalles característicos de la socarronería del hombre porteño. Esto fue siempre así, incluso en nuestros sentimientos marinistas de infancia -absolutamente incompatibles con los victoristas- pero ¡verte jugar a ti, Pacuco, era una gozada!, como dice la muchachada de hoy. Siempre fuiste el mismo Pacuco Jorge hasta no hace mucho tiempo, en que disfrutabas de la vida pleno de facultades y compartías el afecto y cariño de familiares, amigos, socios, simpatizantes y admiradores victoristas hacia quien fue, en vida, uno de los más grandes futbolistas que ha dado Gran Canaria, en particular, y Canarias entera. Pacuco Jorge fue estrella rutilante que iluminó el histórico cielo del balompié isleño. Además disfrutándolo y participando en la sede social y en los alrededores del club de sus amores, el Real Club Victoria, del que su padre, Pancho Jorge, fue junto a Pepe Gonçalves, Pepe Pradas y otros, fundador del histórico club del Puerto de la Luz, de camiseta blanca y negra, santo y seña del equipo campeón: el Real Club Victoria.

Era yo muy niño todavía en los primeros años de la década de los años 40 del pasado siglo cuando los chiquillos de entonces rivalizábamos y competíamos por demostrar quién memorizaba "de carrerilla" los nombres de los futbolistas que integraban las alineaciones de los eternos rivales Marino F.C. y Real Club Victoria. A pesar de mi marinismo acendrado e incrustado en el alma desde la gestación en el vientre de mi madre, no por eso desconocía la de los del Real Club Victoria, que todavía recordamos y memorizamos, especialmente la del rutilante quinteto atacante que formaban: Pacuco Penichet, Pacuco Jorge, Marín, Luis Miranda y Corona; los "stuka", como se les llamaba y conocía, aquella legendaria delantera que solía mantener una media de cuatro a seis goles por partido. Aquella delantera del Real Club Victoria en la que, con luz propia, brillaba Pacuco Jorge, extraordinario interior derecho y uno de los jugadores de mayor y mejor técnica futbolística que se recuerda en Gran Canaria.

Aunque su primer equipo fue el Hespérides, de la Isleta -en el que compartió alineación con Polo, Quique y Cástulo, entre otros- su club de siempre -"el club de mis amores", como repetía con frecuencia- fue el Real Club Victoria, aunque, durante la guerra, en 1938, estuvo en la Coruña y jugó dos partidos con el Deportivo que intentó ficharlo. La tierra y la familia tiraron más -aunque en esto también influyó su padre que quería tenerlo cerca de él por la fama de "pillín" y "enamoradizo"- y regresó a Gran Canaria, su isla, donde se vinculó definitivamente al Victoria a partir de 1939.

Se nos ha marchado Pacuco Jorge, amigo entre los amigos, quien como expresa Javier Domínguez en su libro "100 años del fútbol canario", "ha sido el portador de los valores del fútbol canario, no sólo en los aspectos deportivos sino en los humanos. Ha transmitido a otras generaciones su ejemplo de caballerosidad y ciudadanía porteña. Un auténtico faro y estandarte del Real Club Victoria". No se puede decir más, en tan pocas palabras. Como la amistad lleva consigo la apertura del corazón y "vivir en otro", cuando el amigo Pacuco Jorge ha traspasado la frontera de la vida -con minúscula- para esperarnos en la otra Vida -con mayúscula- se nos encoge el corazón y disminuye nuestro ser. Pacuco Jorge no sólo se ha ido, sino que se ha llevado un fragmento de nuestra vida, de nuestra personalidad, de nuestros sentimientos que se empobrecen al faltarles el trasiego espiritual con el alma hermana. Al amigo, cuando lo tenemos cerca y compartimos la cotidianidad, le vamos entregando trozos de lo que somos y hacemos, que es lo mejor de nosotros, en la seguridad de que nos lo devolverá. Pero cuando el amigo se nos va -y es el caso concreto que experimentamos ahora en la ausencia de Pacuco Jorge- nos falta algo. La ausencia va a resultar no vivible, porque ya no participaremos de su generosidad, desprendimiento, jovialidad, entusiasmo, alborozo y optimismo; ni de sus consejos y sugerencias, ni de su ayuda y apoyo, sencillez y familiaridad, con sus problemas e ilusiones, con sus caprichos -¡que los tenía, eh!-, con su risa y con su voz; con su gesto. De Pacuco Jorge me ennoblecía su alegría de vivir, que es decir su amor a la vida. Porque él amaba la vida, como futuro y esperanza. Pacuco, adiós, hasta siempre, porque siempre estarás en nuestra memoria.