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Historias irrepetibles

La primera estrella del tenis mundial

El neozelandés Anthony Wilding conquistó cuatro veces Wimbledon, recorrió Europa en motocicleta y se prometió a una actriz de Broadway, antes de morir durante la Primera Guerra Mundial

A la izquierda, Wilding, ataviado para jugar al tenis. A la derecha, montado en motocicleta. LP / DLP

Si Anthony Wilding hubiese nacido en nuestro tiempo se habría convertido en un icono mediático cuya presencia iría mucho más allá de sus evidentes méritos deportivos. Este tenista, el primer rey que tuvo este deporte en el siglo XX, disfrutó de la compañía de la élite social que siempre quiso tenerlo sentado en su mesa, invitado a sus fiestas. Príncipes y reyes alternaron con él, acudían a sus partidos e idolatraban su figura. Guapo, elegante, bien educado, exquisito en las formas, formado en Cambridge, Wilding era una estrella en un tiempo en el que aún no existían las estrellas.

El joven Wilding poco podía imaginar el impacto que tendría en la sociedad británica de comienzos de siglo cuando su padre le embarcó para viajar desde su Nueva Zelanda natal hasta Inglaterra con la idea de que estudiase Derecho en Cambridge.

Frederick Wilding quería que el segundo de sus cinco hijos siguiese sus mismos pasos. Había emigrado con su mujer, Julia, a las antípodas y se había instalado en Christchurch, donde había hecho mucho dinero gracias a su trabajo como abogado.Tierra de oportunidades que los Wilding aprovecharon para hacer una importante fortuna que les permitió situarse socialmente y disfrutar de pequeños lujos como una imponente mansión en la que mandaron construir una piscina y dos pistas de tenis, una dura para jugar durante el invierno y otra de hierba que se utilizaba en verano.

Por eso sus hijos, especialmente Anthony, tuvo un acceso tan sencillo al tenis. Su primera raqueta se la regaló cuando tenía seis años Ralph Slazenger, uno de los hermanos judíos que levantó una de las grandes empresas de material deportivo del mundo.

Disfrutaba más con el deporte que con los estudios y con diecidieciséis años comenzó a inscribir su nombre entre los ganadores de los mejores torneos que se disputaban en el país. Pero en su casa había prioridades y Cambridge era la principal. En 1902 se embarcó junto a miles de pieles de oveja con destino a Inglaterra y consiguió ser aceptado en la universidad. A los pocos días también se había incorporado al equipo de tenis del centro gracias al que continuó su evolución en un deporte que le entusiasmaba, sobre todo cuando a los pocos meses consiguió una invitación para asistir a un partido en la pista central de Wimbledon. Entonces ya no tuvo ninguna duda de que quería que ese fuese su mundo.

Un año después se produjo su estreno en el torneo de hierba más importante del mundo. Cayó en segunda ronda, pero fue el comienzo de un importante aprendizaje que desembocaría en su salto al estrellato.

Porque unos años después Anthony Wilding se convirtió en el mejor tenista del mundo. En 1906, con 21 años, comenzaría la recolección de títulos importantes. Primero fue el Open de Australasia (lo que ahora es el Open de Australia, pero que entonces había cambiado de nombre tras la fusión de las federaciones de los países anglosajones de Oceanía) que abriría una secuencia en la que caería otro título en casa y cuatro Copa Davis con la selección de Australasia en un equipo que fomarían Wilding y su gran amigo Brooks, un australiano al que también enviaron a estudiar a Inglaterra.

Pero en 1910 llegaría su gran momento al derrotar en cuatro sets al británico Arthur Gore en la final de Wimbledon. Se iniciaba entonces la primera de las hegemonías vividas durante el pasado siglo en el torneo londinense. Wilding conquistó las siguientes tres ediciones (1911, 12 y 13) y solo su amigo Brooks le impidió continuar la serie en 1914. Cansado de los esfuerzos que hacía para jugar la Copa Davis o el Open de Australasia, que le obligaba a desplazamientos de siete semanas en barco, Wilding había decidido centrar sus esfuerzos en los torneos europeos.

Sus éxitos en la pista le convirtieron en un personaje muy atractivo para la alta sociedad británica. Sus formas hicieron el resto. Wilding era un tipo apuesto, elegante, educado y que llamaba la atención por su físico y por su conducta. No bebía alcohol, tampoco fumaba, y su tiempo libre lo ocupaba recorriendo Europa en motocicleta.

De este modo se desplazaba a muchos de los torneos que disputaba y empleaba sus periodos de descanso. Eso le dio un conocimiento de las carreteras y los países que acabaría por serle de utilidad cuando ingresó en el ejército y le convertía en uno de los centros de la conversación en las diferentes fiestas a las que era invitado.

La prensa británica no tardó en darle un tratamiento de absoluta estrella y en las crónicas del torneo de Wimbledon se hacía referencia a los casos de algunas mujeres que caían desmayadas durante los partidos que disputaba este neozelandés de más de metro noventa.

Su noviazgo con Maxine Elliot, una de las grandes estrellas de Broadway, le convirtieron en uno de los grandes protagonistas de los periódicos británicos que ocupaban buena parte de sus páginas en contar los planes de la pareja. Wilding era lo que hoy en día sería un icono mediático, una estrella global cuya presencia e importancia iba mucho más allá de sus constantes victorias en las pistas.

Su amistad con Churchill

Eso lo vio bien su amigo Winston Churchill que por entonces era Primer Lord del Almirantazgo, que animó a Wilding a alistarse cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Sabía que su presencia podía ser un importante reclamo para otros jóvenes. El neozolandés, aventurero y persona de firmes convicciones, accedió y se unió a los Royal Marines para participar en el conflicto. Ya en el frente, no duró mucho en este cuerpo porque sus condiciones como piloto le llevaron a la infantería como capitán de una división motorizada. Su conocimiento de las carreteras europeas gracias a sus continuos viajes le convirtieron en la persona ideal para ese puesto.

Pero no tuvo mucho tiempo para disfrutar de esa responsabilidad. Su unidad se vio inmersa en la batalla de Aubers Ridge, no muy lejos de Calais. Un proyectil alemán voló un refugio en el que se encontraba el tenista junto a varios compañeros. Murió casi en el acto. Era el 9 de mayo de 1915. Cuando retiraron su cuerpo le encontraron en uno de los bolsillos una pitillera de oro que era uno de los clásicos regalos que solía recibir cuando conquistaba algún título. Enterrado en un cementerio francés descansa la primera gran estrella del tenis en el siglo XX.

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