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Una visita a la Real Fábrica de Tapices: la última fortaleza de un arte nacido del telar y la paciencia

La institución, próxima a cumplir tres siglos de existencia, alterna la fabricación artesanal con la restauración de piezas históricas de gran valor

Soledad María, a la izquierda, y Sofía Fernández trabajan en la recuperación de un tapiz de la catedral de Sigüenza en el taller de restauración de tapices históricos. FRANCO TORRE

En el salón Gil de Jaz del hotel de la Reconquista luce una espectacular alfombra de dimensiones próximas a los veinte metros por trece, y exuberante colorido. Se trata de una réplica de la original, que fue sustituida hace un lustro. En la Real Fábrica de Tapices, donde se hicieron original y réplica, aún recuerdan el encargo: "Es una de las piezas más grandes que hemos hecho, aquel salón es inmenso", explica Antonio Sama, conservador de esta institución, que en cuatro años cumplirá su tercer centenario. Un establecimiento que ha abierto sus puertas a LA PROVINCIA/DLP para compartir con los lectores su historia y sus secretos.

Antonio Sama es el guía en este recorrido por las interioridades de la Real Fábrica de Tapices. Una institución cuyos orígenes se remontan a 1721, cuando fue fundada por el rey Felipe V siguiendo el modelo de los talleres reales de Francia. "En origen, la Real Fábrica se localizaba junto a la puerta de Santa Bárbara, de ahí que se la conozca como 'Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara'. Era una zona extramuros de la ciudad", relata Sama. Allí estuvo la institución hasta 1889, año en que se trasladó a su ubicación actual, un edificio neomudéjar diseñado por José Segundo de Lema.

El imponente inmueble emerge junto a la basílica de Nuestra Señora de Atocha, en pleno barrio del Pacífico, y ocupa una manzana entera. Sus muros inagotables parecen más propios de una fortaleza que de una Fundación, figura legal que la Real Fábrica adoptó en 1996. La entrada, sencilla y austera, se localiza en la calle Fuenterrabía. Nada en ese acceso deja entrever la historia tres veces centenaria de la entidad, ni la explosión de texturas y colores que aguarda al afortunado visitante que recorra sus pasillos.

El recorrido se inicia en la sala dedicada al taller de tapices. Allí, tres grupos diferentes de artesanos trabajan afanosamente en un gran tapiz de motivos picassianos. "Es una reproducción a escala real de un gran cuadro de Dia Al-Azzawi que rememora la matanza de Sabra y Chatila. Lo conocen como 'El Guernica de los árabes' y mide siete metros y medio de largo por tres de alto", explica Sama. En la realización de este gran tapiz, los artesanos de la Real Fábrica invertirán tres años.

"Es una pieza muy compleja. Tiene muchas líneas, lo que lo hace más complicado. Lo estamos haciendo en tres telares distintos a la vez, para ir más rápido", revela Sama. Cada artesano, continúa el conservador, tarda en torno a ocho meses y medio en completar un metro cuadrado de tapiz.

Mientras habla, Diana Villanueva avanza en su milimétrica reconstrucción del trazo de Dia Al-Azzawi. Trabaja en un telar vertical, sirviéndose de un espejo para guiarse por el laberinto de nudos y matices que componen la pieza. "El diseño y ejecución de tapices es muy complejo. Primero se hace un boceto, luego se realiza un modelo a escala real: son los célebres cartones, como los que hacía Francisco de Goya. Pero la dificultad estriba en que, al realizar el tapiz, esos cartones salen invertidos. Porque el artesano trabaja desde el reverso, teje desde atrás", explica Sama.

Los artesanos de la Real Fábrica trabajan en telares verticales, guiándose por un espejo que vislumbran a través de los hilos. "La ventaja de los telares altos sobre los horizontales es que el artesano puede ver cómo va quedando la pieza", indica Sama. Así y todo, la tarea entraña una enorme dificultad y requiere de una precisión milimétrica. Un detalle: la alfombra del salón Gil de Jaz del Reconquista requirió de 85 kilómetros de hilo de algodón y más de cinco millones de nudos.

La aplicación de técnicas modernas podría facilitar el trabajo, pero en la Real Fábrica no sólo se trata de mantener viva la tradición de los tapices, también unas técnicas tan antiguas como la propia institución. "Seguimos fabricando exactamente de la misma manera que hace tres siglos", afirma Sama. Como si quisiera demostrar estas palabras, Mercedes López hila una madeja usando una antigua rueca.

La recreación del cuadro de Dia Al-Azzawi no es la única obra que tiene en marcha el taller de la Real Fábrica de Tapices. Otro grupo de artesanos trabaja en una serie de piezas delicadas para el Gobierno de Sajonia (Alemania). "Son 32 tapices que reproducen exactamente los que estaban en el Palacio Real de Dresde, que resultaron destruidos durante los bombardeos de las tropas aliadas a la ciudad, los días 13 y 14 de febrero de 1945. "Son un total de 32 tapices, similares a los originales del siglo XVIII que había en las salas del palacio. En Sajonia hicieron un trabajo previo de investigación muy importante y lograron recuperar los diseños, y ahora nosotros estamos haciendo las piezas. Es un trabajo muy complejo, porque usamos un hilo especial, más fino, que es seda en un 80%, además de tener hilo de plata e hilo de oro. Esto es una petición expresa del cliente, que quiere exactamente el mismo hilo que tenían los tapices originales", relata Sama.

"Todo esto complica la labor de los tejedores: si en una pieza normal un tejedor puede tardar unos ocho meses en completar un metro cuadrado de tapiz, en este caso se irá hasta los catorce meses, más o menos", añade el conservador. Este trabajo adicional también influye en el coste económico: de los 15.000 euros el metro cuadrado que cuesta un tapiz con hilo convencional, en este caso el precio se dispara hasta los 29.000 euros.

La confluencia de estos dos grandes encargos, el tapiz que reproduce la obra de Dia Al-Azzawi y la serie sajona, además de otros proyectos, también han permitido a la fundación asentar su taller. Hace dos años, la fundación sólo contaba con dos artesanos, ahora tiene a quince. En total, la Real Fábrica de Tapices cuenta con una plantilla que se sitúa en torno a los cincuenta empleados.

Desde el mismo taller de tapices una escalera asciende vertiginosa hacia una misteriosa buhardilla. Antonio Sama va delante, encendiendo las luces y, con ellas, una inesperada explosión de todos los colores que alguna vez se han enhebrado: es el almacén de hilo. "Ésta es la parte que más le gusta a la gente", confiesa el conservador. No es para menos: ni la paleta de Photoshop alcanza a recoger las gradaciones de color, los infinitos matices allí custodiados.

Las estanterías, en vertical, simulan una biblioteca de Babel en la que, en vez de libros, se almacenan colores. En un pasillo, toda una paleta de rojos ovillados aguarda al visitante alucinado. En el siguiente, los azules reclaman su lugar predominante en la moda actual. Más allá, emboscados, esperan los naranjas, los amarillos, una infinidad de verdes y marrones con los que se podrían reproducir todos los tonos del Retiro, en las cuatro estaciones del año. Y, sin embargo, no son suficientes para reproducir las variables que, a lo largo de la historia, los artesanos han ido incorporando al legado cromático común.

Los infinitos colores del almacén aún alegran la retina al descender, de nuevo, al taller de tapices. Un selecto grupo de visitantes contempla cómo los artesanos recrean el trazo de Dia Al-Azzawi con la canilla, el sencillo instrumento que guía el hilo por el telar. Casi dan ganas de quedarse allí un rato, admirando la infinita paciencia de estos artistas formados por la propia Real Fábrica de Tapices, último baluarte de esta técnica singular. Pero Antonio Sama ya se dirige a otro taller distinto: el de alfombras y reposteros.

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