¿Ustedes han ido a Güi-Güi? Yo sí. Hay arena y unas piedrillas", dice Dorian, aldeano de siete años, en la cubierta del barco de la familia. "¿Y qué haces allí, Dorian?". "Bañarme y surfear, ¿qué va a ser?", contesta con un mechón de pelo rebelde sobre su ojo derecho. Así de claro lo tiene el niño, igual que toda la gente de La Aldea de San Nicolás.

Guguy es para el disfrute del pueblo y nadie quiere que cambie, ni que sea la excusa para un 'pelotazo'. Este espacio natural protegido de Gran Canaria ha sido noticia esta semana por el pleito que mantienen el empresario Jaime Cortezo y el Ayuntamiento por la titularidad de parte de este paraje virgen, que el promotor quiere vender en 40 millones de euros al Cabildo Insular, gracias a unos fondos europeos destinados a este fin.

La historia de Güi-Güi y de La Aldea está ligada a los conflictos surgidos en torno a propiedad de la tierra. Lo sabe y lo explica magistralmente el cronista oficial de la villa Francisco Suárez Moreno en sus libros Historia de La Aldea y El pleito de La Aldea. 300 años de lucha por la propiedad de la tierra, editados por el Centro de la Cultura Popular Canaria y por el Cabildo, respectivamente. Este reportaje hace un recorrido por ese camino desde el pasado, siempre bajo la atenta mirada del imponente macizo del Suroeste y de las gentes de tierra y salitre que habitan y disfrutan este paisaje.

La titularidad de la tierra en La Aldea siempre ha sido compleja. "Un agreste e incomunicado marco geográfico, unos métodos de acaparación de las riquezas naturales que arrancan desde la Conquista, la sucesión de regímenes sociopolíticos y económicos, antagonismos de clases... son, entre otros, los determinantes del desarrollo de este conflicto socioagrario [Pleito de La Aldea] que finalizó en 1927 tras la intervención directa del Gobierno del Estado español", explica Suárez Moreno en la introducción de su obra El pleito de La Aldea.

Los escarpados riscos de esta "isla dentro de una isla", como lo llama el cronista, fueron quizá testigos de la famosa batalla de Ajodar, en 1483. Aunque la ubicación sigue en discusión, la liza entre los castellanos y la población autóctona, con victoria local, pudo suceder en la montaña de Los Hogarzos, en la vertiente norte del barranco de Tasartico, Güi-Güi y el valle de La Aldea. A pesar de este triunfo, la Conquista se llevó a cabo y, tras ella, llegó la colonización y el reparto del botín. Según explica Francisco Suárez, "la acaparación de tierras y aguas y demás medios de producción en el valle de La Aldea de San Nicolás y sus espacios anexos, en los primeros decenios de la Colonización, se presenta confusa. Esta comarca se incluyó en el distrito de repartimientos de tierras de la zona norte insular. A principios del siglo XVI ya se encontraban en este lugar una serie de heredades procedentes bien de las datas primitivas o bien de asentamientos usurpados a los espacios realengos".

El Macizo del Suroeste fue desde el principio de realengo. Los valles de Guguy fueron ocupados poco a poco por familias que cultivaban cereales y frutos en lo que, según cuentan las crónicas, era un vergel con distintos nacientes de agua y caminos serpenteantes que comunicaban unas playas con las otras. Así, en los valles de Güi-Güi Chico y Güi-Güi Grande, en 1785 se contabilizan uno y cuatro vecinos respectivamente, en viviendas dispersas, aunque en el verano, con la recogida de las sementeras y las frutas, entraban unas ocho familias de La Aldea. "El censo parroquial de 1820 recoge un total de ocho familias con 25 miembros", señala Suárez Moreno.

Mientras que la familia Grimón, más tarde Nava-Grimón, marqueses de Villanueva del Prado y descendientes del conquistador de Tenerife Jorge Grimón, se hacían con las tierras del valle de La Aldea, entre el siglo XVI y el XVIII, el Macizo del Suroeste continuaba siendo de realengo. En estas tierras, fueron instalándose campesinos que, por la fuerza de los años, fueron legando a sus descendientes ese patrimonio.

Pero llega el liberalismo y con él la desamortización y el paso del antiguo al nuevo régimen, con la adopción de medidas de protección de la propiedad privada. Es en este contexto, en el que nace el Registro de la Propiedad de Guía, donde, gran parte del Macizo del Suroeste, desamortizado o no, aparece desde el 24 de enero de 1867 como propio del Ayuntamiento, hecho en el que la corporación basa su defensa en el litigio con Cortezo. Estas tierras realengas fueron desamortizadas y vendidas, una parte a distintos propietarios, y otra, traspasadas al Ayuntamiento, que las consideró públicas por ser de realengo. De ahí su inscripción en el Registro.

Toca al juez dirimir qué pertenece a quién. Dice un refrán canario que el animal que más corre por la noche es el mojón. O lo que es lo mismo, las lindes de las tierras son, en muchas ocasiones, fuente de conflicto.

Pero es que, en el caso de Güi-Güi, se mezcla el aspecto conservacionista. La zona fue declarada Parque Natural en 1987 y Reserva Natural Especial en 1994. En 2002, el Cabildo propone la zona como Parque Nacional. A pesar de todo ello, dos tercios de los treinta millones de metros cuadrados que componen este territorio, fueron adquiridos en 1988 por la empresa suiza Pellerine Ltd. por 240.000 euros a Protucasa, que había adquirido este territorio en los setenta del siglo XX, con el fin de urbanizar la zona. "En aquella época nos encontrábamos un duro en el suelo y decíamos, 'mira, ya tenemos para dos metros cuadrados en Güi-Güi", recuerda un vecino, haciendo referencia al bajo precio por el que el suizo Heltmut Rahms compró la propiedad.

Más tarde, habría un intento de expropiación por parte del Gobierno autónomo que, finalmente, no tuvo efecto por cuestiones de forma.

"Es un lío tremendo", dice el propio Francisco Suárez, que ha tenido que bucear en los archivos para elaborar sus investigaciones. Lo que se puede añadir es que, en el Plan Director de la Reserva Natural Especial de Güi-Güi de 2004, la estructura de la propiedad se divide de la siguiente manera: 271,98 hectáreas están contempladas como comunales del Ayuntamiento; 196,97 hectáreas pertenecen al Ayuntamiento de San Nicolás; y 2.451,95 hectáreas pertenecen a particulares. "La mayor parte de la superficie de la Reserva se halla repartida en unas pocas parcelas, de superficie superior a las 100 hectáreas. No obstante, existe un elevado número de parcelas con una superficie inferior a una hectárea. Entre 25 y 100 hectáreas sólo se contabilizan tres parcelas y con una extensión superior a 100 hectáreas hay siete parcelas. Estas diez últimas conforman casi toda la Reserva y además son las áreas de más alto valor ecológico". Así lo describe el Plan, y lo confirma un vecino de La Aldea. "Allí el que más y el que menos tiene terrenillo".

Pero, ¿cómo se ve todo esto a pie de playa? El paseo en barco desde el muelle de La Aldea es emocionante. Sebastián Miranda y su hermano Doramas, padre de Dorian, han nacido y se han criado en la zona. "No sé cuántas veces he estado allí, pero muchísimas", dice Sebastián mientras pilota su barco, en el que también viaja su amigo Echedey Ibáñez. El trayecto hasta las cuatro playas de Güi-Güi tiene sus propios puntos de interés. Lo primero, el Roque Colorado, uno de esos accidentes naturales que se dan en las islas, que no dejan lugar a dudas de su origen volcánico. Es fácil imaginar esa roca al rojo vivo y bufando al contacto con el mar.

Más al sur está Sanabria, un paredón impresionante que tiene, según cuenta Sebastián, una fuente cuya agua cae por el exterior, pero luego se esconde en la piedra para distribuirse en su interior a través de galerías. A continuación, la zona más complicada, la Baja del Trabajo.

"Se llama así porque es el encuentro de las mareas y el lugar en el que sopla más fuerte el alisio y cuando los barcos no tenían motor daba mucho trabajo superar este tramo", aclara el marino.

Más allá está el Peñón Bermejo y, a partir de aquí, las cuatro playas de Güi-Güi: La del Peñón Bermejo, "a la que venimos la gente de La Aldea, porque hay menos gente"; Güi-Güi Chico, "que, en realidad, es más grande"; La Playa del Medio, "donde está la famosa duna de Güi-Güi"; y Güi-Güi Grande, "donde desembocan los dos caminos que llegan por tierra, uno de dos horas y otro de tres".

Con un bote, a la orilla. El agua es cristalina, pura. Allí se comprueba que la arena de Güi-Güi hace cosquillas y que la playa tiene más movimiento del que cabría esperar. Un barco cargado de turistas llega desde Mogán. Dos parejas, también de guiris, llegan por el barranco y Ramón Segura, vecino de la zona, se da una vuelta para ver que todo está en orden. Ya de regreso, Dorian pregunta: "¿Qué, lo pasaron bien en Güi-Güi?".