A medida que pasan los días ves que los turistas se van poniendo más y más rojos del sol". Dentro de la oficina de alquiler de coches, en plena urbanización de Meloneras, no hay trabajo. La empleada está mano sobre mano y el garaje lleno de vehículos. "Ya no alquila nadie. Estamos perdiendo miles de euros porque el que quiso darse una vuelta por la isla ya se la dio, y ahora sólo esperan deambulando por las playas y por los paseos a que les avisen cuándo sale su vuelo".

Precisamente en eso, a la espera de que su compañía les dé orden de salida, están Peter y Heidi Kranzusch, que tenían que haber vuelto el sábado 17 a Stuttgart y a los que cada día que pasa le supone un desembolso extra de 150 euros, a pesar de que su hotel desde ese mismo sábado rebajó el 20 por ciento de la factura a sus clientes. Ahora esperan llegar a tiempo para no retrasar su declaración de la renta en Alemania, "a lo que habría que sumar una multa".

El matrimonio Kranzusch insiste en el buen trato en el hotel, el Palm Oasis, que "ha reaccionado muy rápido y muy bien", y no es el único contento con las maneras que han dispensado desde el fin de semana a los visitantes, muchos de ellos realojados y unificados según los distintos turoperadores, en los mismos hoteles para centralizar sus servicios, facilitar la información y minimizar gastos.

Los taxistas, de momento, no ha encontrado a "ningún guiri perdido, ni han aumentado los sin techo", como expresaba con cierto rintintín un grupo de ellos en la parada del Faro, con menos trabajo de la media. Tampoco en los supermercados ha aumentado la demanda de panes y jamón para improvisar almuerzos baratos. "Las compras son idénticas", aseguran en uno de los supermercados pegados a Maspalomas. "Incluso ayer notamos más clientes que otros días".

Pero también el volcán crea clases. Están los que viajaron con los turoperadores, o pertrechados con un buen seguro de viajes, y los que lo han hecho por su cuenta sin blindar el monedero ante una hipotética catástrofe eruptiva, que de repente deja de ser hipotética pero sí bastante eruptiva.

CON EL NEOPRENO PUESTO. Los primeros disfrutan de un happy hour en toda regla. "Aquí siguen comprando sin novedad", informan en una boutique de moda. Igual opina Yeray Marichar, propietario del restaurante Bandera. "Creo que prefieren quedarse aquí que botados en Madrid y de momento están tranquilos y no se ha notado que baje la afluencia. Vienen, comen, se sientan y tan tranquilos".

Pero aquellos que sólo se sacaron el billete sin agencias de por medio sí que miran por el gasto. "Pero son los menos, por que nosotros no vemos a clientes muy angustiados", afirma una recepcionista atareada por cambios de habitaciones en otro hotel de Sonnenland.

Es una diferencia parecida a la de los negocios que, como el del alquiler de coches, son de demanda eminentemente turística. Como la escuela de submarinismo Calypso. Cristopher Rodos se ha quedado con el neopreno puesto. De los ocho clientes diarios sólo se ha apuntado uno para toda la jornada. "El que quería bucear ya lo hizo. Los turistas son los mismos desde el fin de semana. Y esto está fatal", dice señalando la pizarra con un único y escuálido aspirante al margullo profundo.

Otro empresaria del Faro ayuda a distinguir aún más a los que perdieron su avión. "Cuando llegan se suelen poner el bolso cruzado para evitar robos. Al ver que esto es tan tranquilo se lo ponen normal". Y ayer absolutamente todos llevaban el bolso de lo más normal, incluido el grupo de cuatro holandeses, Sebastian Koster, Jan Vlasblom, Van Hoff y Klinkenberg, que de tan mimetizados que andaban por el paisaje venían con sus bolsas de medicinas recién compradas de la farmacia como un isleño más. "Se nos habían acabado", decía el cuarteto, que ya tenía que haber estado en Holanda y que hasta dentro de cinco días, como mínimo, no podrán volver a sus trabajos. "Un grande problema", sentenciaba Sebastian, un grande problema de 275 euros al día.