Después de seis meses de presión ininterrumpida de los mercados, Portugal decidió finalmente recurrir a la ayuda externa esta semana, víctima de la crisis de la deuda soberana y de sus propias deficiencias estructurales.

En este tiempo, el Gobierno luso ha atribuido los insistentes rumores de rescate a un mero ataque especulativo al que también contribuyeron las agencias de calificación de riesgo, y ha basado su defensa en que sus indicadores económicos, sin ser positivos, no son peores que los de otros países de su entorno.

El motivo principal alegado por los inversores para penalizar con intereses muy elevados la deuda de Portugal era su elevado déficit público, del 8,6 por ciento de su PIB en 2010, por encima de la media europea pero inferior al de países como Reino Unido (11,4 %), EEUU (10,5 %) o España (9,24 %).

En una especie de círculo vicioso, la presión a la que sometían los mercados a Portugal se disparó por las dudas que despertaba su situación económica, que a su vez no hacía más que empeorar a medida que los intereses sobre su deuda eran cada vez mayores, encareciendo -y por tanto, haciendo más difícil- su acceso a financiación.

La teoría de que Portugal necesitaba de un rescate fue alentada desde diferentes frentes en el propio país luso, donde decenas de analistas y expertos lo daban como un hecho consumado a través de los medios locales desde el pasado mes de enero.

Incluso el principal grupo de la oposición, el Partido Social Demócrata (PSD), pidió "no criminalizar" al FMI a principios de año, mientras advertía de que pediría elecciones si se recurría a la ayuda externa, una premonición que finalmente se ha cumplido casi al pie de la letra.

Otro de los argumentos esgrimido por los mercados para justificar su presión es la tasa de paro lusa, superior a la media europea, con un 11,2 por ciento, pero menor que la de otros países miembros de la UE como España (20,4 %), Lituania (17,4 %) o Letonia (17,3 %).

En opinión de Miguel Ferreira, investigador de la Facultad de Economía de la Universidad Nova de Lisboa especializado en finanzas públicas, el verdadero "hándicap" de Portugal es su elevado déficit comercial, valorado en 2010 en 20.000 millones de euros, equivalente al 8 por ciento de su PIB, aproximadamente.

"El problema más grave de Portugal no es la deuda pública, sino el desequilibrio en sus cuentas externas. Corregir el déficit público es posible en dos o tres años, pero cambiar la tendencia de la balanza comercial lleva su tiempo", afirmó en declaraciones a EFE.

Para Ferreira, el rescate financiero era "inevitable", precisamente porque este desajuste entre las compras y las ventas del país luso al exterior "es tan grande que impide que la economía crezca, y sin crecimiento no hay capacidad" para cumplir con los compromisos financieros que debe afrontar Portugal.

También defendió que la ayuda externa "permitirá ganar tiempo para llevar a cabo las reformas estructurales necesarias" al poder acceder a liquidez "a un interés más bajo".

Otra de las desventajas de Portugal es su bajo crecimiento económico durante la primera década del siglo XXI, coincidiendo con la aparición del euro, y que se situó en el 6,47 por ciento según datos del FMI, el segundo peor dato en una lista con 179 países elaborada por este organismo.

De ahí que los analistas hablen ya del último decenio como la "década perdida" del país luso, con algunas similitudes -y significativas diferencias- a lo sucedido en Japón en los años 90.

"Sectores productivos que eran competitivos dejaron de serlo con la entrada en la UE de los países del Este", abundó Ferreira.

Otro de los factores clave para entender el rescate a Portugal es su situación política, con un Gobierno socialista sin mayoría absoluta ni apoyos en el Parlamento que sólo se sostuvo gracias a la abstención del principal grupo opositor en las votaciones fundamentales, como las de los presupuestos para 2009 y 2010.

La rigidez de su mercado laboral, el alto grado de envejecimiento de su población o las profundas diferencias sociales entre la clase media y las rentas más altas son otros de los problemas a los que deberá hacer frente Portugal, aunque ahora bajo el auspicio de Europa y el FMI.