"Nos llamaban locos. ¿Qué es lo que van a hacer ustedes ahí abajo?, me preguntaban. Pues mire en qué se convirtió aquella locura. Y además luego comenzaron a imitarnos en toda Canarias". El actual conde de la Vega Grande, Alejandro del Castillo y Bravo de Laguna, convocó en 1961 el concurso internacional de ideas para la urbanización de los terrenos de la familia (en aquel momento el titular del condado era su padre, Alejandro del Castillo y del Castillo) para convertir un campo de finas arenas salpicado de tomateras y algunas hectáreas de plataneras en un reclamo para el turismo europeo. Sus palabras a este diario retratan el carácter en cierto modo aventurero, romántico y contracorriente que acompañó a la iniciativa. Con el tiempo, aquella locura en la que participaron empresarios y técnicos que la hicieron posible cambió la economía de Gran Canaria y del conjunto del Archipiélago por un efecto mimético. Nada volvió a ser igual.

El certamen jugó una doble función. La primera y más importante es que situó a Gran Canaria en el mapa. Por otro, sentó las bases para que equipos urbanísticos y de arquitectura e inversores de todo el mundo anotaran en su agenda aquellas dunas recónditas. A partir de ahí, y de la mano sobre todo de unas condiciones naturales excepcionales, Maspalomas y su entorno se colocaron en el carril rápido del turismo. El concurso, publicitado por la Unión Internacional de Arquitectos, que tuvo por jurado a personalidades de la talla de Pierre Vago, secretario general de la UIA, lo ganó el equipo francés Setap, que firmaba proyectos en medio mundo. Su propuesta sentó las bases para un desarrollo que en la práctica estaría guiado por el arquitecto Manuel de la Peña.

En octubre de 1962 se colocó la primera piedra de la desaparecida Rotonda, que se completaría con los Caracoles, un conjunto de 25 apartamentos, la semilla de un bosque de alrededor de 220.000 plazas turísticas de hormigón y sueños dorados de días de descanso al borde del Atlántico. En 1965 tuvo lugar otro hito con la inauguración del Hotel Folías. La financiación correspondió a un grupo de empresarios locales encabezado por Francisco Díaz-Casanova.

Unas nubes grises determinaron el cambio de rumbo del turismo en la Isla, hasta comienzos de los sesenta concentrado en Las Palmas de Gran Canaria. "A los turistas los teníamos que llevar en guaguas a bañarse a Maspalomas por la panza de burro, así que vimos que el futuro estaba allí", resume el conde. A medida que crecía el destello de Maspalomas se apagaba la luz de la capital, condicionada por sus calles estrechas y la imposibilidad física de dotarse de los servicios que demandaba el visitante.

Los hitos

Perfectamente posicionada, según explica el experto Míchel Jorge Millares, Maspalomas se benefició de dinámicas que convirtieron a Canarias en lugar para la evasión. En 1961 se amplió la pista de Gando para alcanzar la categoría de aeropuerto internacional y facilitar la llegada de los reactores que comenzaban a sustituir a los turbohélices y que acortaban el viaje hasta el Archipiélago, primero sobre todo para nórdicos y luego para alemanes y británicos. A la inversión local de empresarios y ahorros de rentas medias se sumaron nórdicos y alemanes, estos últimos bajo el paraguas de la ley Strauss para propiciar la inversión en países en desarrollo. Maspalomas se creyó su propio sueño y ya no bajó de su soleada locura.