La nueva época que perfila en el libro del que es coautor junto con Emilio Ontiveros se caracteriza por la complejidad y la incertidumbre. ¿Vamos a vivir con mayores inseguridades?

En efecto. El siglo XXI se caracteriza ya por una volatilidad sin precedentes: financiera, política, social y geopolítica. Los mercados no se calman, los gobiernos caen, los movimientos de protesta se multiplican, y en algunas zonas del mundo se producen fenómenos como la primavera árabe, que todavía no ha terminado.

Considera que no estamos preparados para los cambios que se avecinan. ¿Nuestro mayor problema consiste en asumir que nada volverá a ser como antes?

El mundo predecible de 1980 ó 1990 es algo del pasado. Nos engañamos si pensamos que podemos volver a esa situación. El mundo ha cambiado, sobre todo por el ascenso de los países emergentes?

¿El proceso en el que estamos inmersos en España nos impide ver la profundidad de esas variaciones de tendencia que nos abocan a una nueva época?

España es un microcosmos de Europa. Europa es un continente cansado, que agoniza, que no tiene sentido del rumbo a tomar. Tenemos un déficit de liderazgo? Los problemas se acumulan: deuda, desempleo, envejecimiento, falta de innovación?

¿El auge imparable de los países emergentes será la puntilla a nuestra economía?

No necesariamente. En la economía global se produce constantemente una especialización. Lo que tendríamos que hacer es especializarnos en cosas que podamos hacer mejor que los emergentes.

¿Qué ventajas tienen las economías clásicas respecto a las emergentes a la hora de com- petir?

Las economías de Europa y EE UU pueden seguir compitiendo en tecnología, conocimiento y sofisticación (bienes de lujo, por ejemplo). Pero países como China e India podrán también competir de esa manera en el futuro cercano. No queda otra alternativa que reducir costes y seguir innovando. Las dos cosas son necesarias.

¿Ni siquiera nos queda ya el consuelo de la mayor estabilidad de Occidente como garantía de la actividad económica?

Europa y EE UU son de momento un oasis geopolítico, pero su tranquilidad depende de lo que ocurra en otras partes del mundo, puesto que son economías integradas en el comercio y la inversión internacionales. Nadie se puede aislar.

¿La pérdida de peso económico de Europa influye en la estrategia alemana que, en demasiadas ocasiones, parece orientada a liberarse de algunos de sus socios para reorientarse hacia esas nuevas potencias?

Alemania es un país complejo y muy importante en Europa y el mundo. Pero también es un país que titubea a la hora de ejercer liderazgo. Necesita aprender a liderar una Europa más competitiva. De momento no lo ha hecho, sino que insiste en recetas que parecen no funcionar.

Además tenemos un problema añadido: la vieja Europa lo es también en términos de población.

Efectivamente. Es la zona del mundo más afectada (salvo Japón). Y nos va a hacer mucho daño. No tiene nada de malo una vez que la fase transitoria se culmine. Pero el problema es ahora, en un momento en el que pocos jóvenes van a tener que pagar las pensiones de muchos mayores. Hay que buscar fórmulas para que los mayores sigan siendo productivos y puedan contribuir a realizar esa transición hacia una población de menor tamaño.

Las multinacionales de los mercados emergentes reescriben, según ustedes, las reglas de la competencia y triunfan sin recurrir a elementos clásicos como la mejora de la tecnología. ¿En qué consisten esas nuevas normas que rigen la lucha económica?

Es básicamente innovar no solamente en tecnología, sino también en creatividad, ejecución (o implementación) y recombinación de recursos y de fortalezas. Empresas como Haier, Bimbo, Embraer o Tata nos están mostrando cómo ser muy competitivos sin tener todas las bazas en la mano. El truco consiste en buscar soluciones sencillas para competir globalmente.

La competencia por los recursos naturales se endurecerá, según sus previsiones, y afectará a los alimentos. Esto parece contradictorio con el hecho de que hoy estemos en mejores condiciones que nunca de atender la demanda alimentaria de la población.

Es cierto que la llamada revolución verde de los años 70 aumentó la productividad. Pero en estos momentos se da un crecimiento demográfico todavía rápido en África y el sur de Asia, y además la nueva clase media en los países emergentes quiere comprar otro tipo de alimentos que requieren más energía y más transformación. Además, el cambio climático probablemente afecte a la productividad en la agricultura. Nuevamente vemos que hay muchas variables y muchas incógnitas. Los organismos internacionales prevén que los precios de los alimentos se dupliquen entre hoy y el año 2025. Esto significa que los países y las capas sociales más pobres van a sufrir mucho, y esto seguramente agravará la volatilidad geopolítica.

La demanda energética de los países emergentes ha acelerado el deterioro del medio ambiente y puede convertir el cambio climático en un proceso irreversible. ¿Seremos capaces de convencerlos de que su crecimiento no puede sustentarse sobre los mismos errores que nosotros ya cometimos?

Dependemos de EE UU, China e India. Si esos tres países cambian su actitud con respecto al calentamiento global, entonces podremos solucionarlo a tiempo. De lo contrario, vamos a entrar en una fase crítica muy pronto.

Ustedes anuncian que el futuro traerá menos pobreza pero más desigualdad. ¿Están anticipando la extinción de las clases medias?

Al contrario. El crecimiento de las economías emergentes está reduciendo el número de personas por debajo del umbral de la pobreza. Pero al mismo tiempo está creciendo la desigualdad, con importantes consecuencias. Lo positivo radica en que la clase media en países como China, India o Brasil continúa creciendo. Pero la distancia con los más ricos se agranda.

Una de las consecuencias más graves de la crisis actual es que está deteriorando la democracia de una forma severa al provocar que sectores crecientes de la población se cuestionen incluso la legitimidad de gobiernos que no les dan amparo. A tenor de su análisis, no parece que vayamos hacia una desactivación de esa bomba política.

El siglo XX fue la centuria en la que triunfó la democracia ante los retos del fascismo y del comunismo. En el siglo XXI esperemos que China y los países árabes también se democraticen. Pero el reto está en los países que ya son democráticos, donde la credibilidad de los políticos y de los partidos políticos va en descenso. Es muy importante restablecer esa legitimidad.

El panorama que dibujan no resulta muy esperanzador para un europeo. Alguno lamentará quizá que la profecía del fin del mundo no se haya cumplido.

Europa ha sido el continente dominante durante cuatrocientos años. Ha sido un periodo anómalo, dado que una parte muy pequeña del mundo dominó económica y culturalmente. Ahora estamos regresando a la situación normal anterior al ascenso de Europa, al tiempo en el que la India y China eran grandes civilizaciones. Esto no quiere decir que en Europa y en EE UU vayamos a vivir mal. Lo que quiere decir es que en el año 2080 o en el 2090 ya no seremos las grandes potencias globales.

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