La Reserva Federal decidirá el próximo mes si empieza a desactivar los dispositivos de expansión monetaria con los que se mitigaron los efectos de la crisis desencadenada con las subprime. Todos los ojos están puestos en el banco central de Estados Unidos, en si decide o no subir los tipos de interés, anclados desde hace siete años en el mínimo histórico del 0-0,25%. El mensaje que lance la Reserva Federal tendrá repercusión en las economías de todo el mundo y en bolsillo de los españoles.

La experiencia indica que las medidas monetarias tardan entre año y medio y dos años en producir efectos. Es decir, aunque se apruebe en septiembre una subida de tipos, sus efectos no se notarían, como mínimo, hasta 2017. Por consiguiente, la autoridad monetaria de Estados Unidos no está pensando en corregir la situación actual (para eso ya es muy tarde), lo que pretende es intervenir sobre las circunstancias que presentará la economía dentro de año y medio. Trabaja sobre previsiones y parece que no están muy claras vistas las dudas.

El objetivo último es evitar que el actual aumento del PIB y del empleo (ayudados por la inyección de liquidez y el boom energético del fracking) se desboque y llegue a provocar un recalentamiento de la economía que dispare los precios. Subiendo los tipos de interés con los que el banco central presta activos líquidos a la banca se encarecerá el coste de financiación de todo el sistema. La inversión es especialmente sensible a la cantidad y el coste del crédito, con lo que teóricamente se reducirá si se produce un encarecimiento de la financiación. Como resultado se logrará un enfriamiento de la economía. Ese es el esquema general. El problema es si las señales de peligro de inflación no son reales. Hay que tener en cuenta que todo el andamiaje se sustenta sobre previsiones. Si el aumento del PIB y del empleo es inferior al calculado, se podría abortar la recuperación y provocar una nueva recaída. No obstante hay que tener en cuenta que los tipos están en mínimos históricos, con lo que un alza moderada podría limitarse a reconducir las distorsiones que están induciendo en los mercados financieros las insólitas y prolongadas políticas de inyección de liquidez.

En el caso de que la Reserva Federal opte por subir unas décimas los tipos de interés, se lanzará al mundo el mensaje de que el crecimiento de la economía de Estados Unidos es fuerte. Al encarecerse el acceso a la financiación se limitará el número de dólares en el mercado. Se apreciará aún más la moneda, lo que perjudicará a las exportaciones. Además, la paridad con el euro será una realidad si se mantienen las políticas expansivas del Banco Central Europeo, que están debilitando la moneda de la UE. Por contra, la capacidad adquisitiva de los europeos en Estados Unidos se reducirá, pero a cambio se elevará la competitividad de la industria de la eurozona y para los estadounidenses será más atractivo visitar lugares como España por sus precios. Con la subida de tipos es probable que los bonos de Estados Unidos eleven su rentabilidad. Eso podría provocar una salida de inversores de renta fija desde Europa a Estados Unidos. España podría ser uno de los afectados, con lo que la prima de riesgo se resentiría. Pero los efectos podrían llegar a la mayoría de los españoles si la decisión de la Reserva Federal es secundada por el Banco de Inglaterra. Las presiones para el que el Banco Central Europeo se sume también a la subida de tipos serían muy fuertes y de ceder el euríbor, por ejemplo, repuntaría, lo que encarecería la cuota de las hipotecas que pagan los españoles. Al final, la decisión de la Reserva Federal llegaría a sus bolsillos.