El Fondo Monetario Internacional (FMI) sugiere que el Banco Central Europeo (BCE) empiece a deponer su actual expansión monetaria. Teme el daño que los tipos negativos están infligiendo a la banca y la fortísima presión a la que están sometiendo a su cuenta de resultados, lo que es aún más inquietante en un sector que apenas ha salido de su mayor crisis en décadas y cuando en varios países del euro se han vuelto a replantear dudas sobre su solvencia.

El pronunciamiento del FMI se produce después de que en junio -y tras la decisión británica de abandonar la UE- el BCE dejara abierta la opción a intensificar su expansión monetaria "con todas las herramientas disponibles" para paliar un posible impacto negativo de la marcha del Reino Unido, la segunda mayor economía de la Unión.

El Banco de Inglaterra ya se ha movido y el BCE sopesa su decisión en función de cómo evolucione la inflación -aún débil-, y aún más tras el decepcionante comportamiento del crecimiento del área en el último trimestre, en el que ha vuelto a desacelerarse. El movimiento de bajada de tipos y reanudación de la compra de activos por Londres podría aconsejar un camino análogo en la eurozona: el descenso de la libra es inflacionaria en Reino Unido pero ejerce una fuerza deflacionaria adicional en el resto de Europa por medio de comercio. Lo que haga la Reserva Federal en EEUU será quizá determinante.

Muchos de estos factores aconsejarían persistir. Pero los daños colaterales de toda acción extraordinaria son causa de inquietud. Los tipos de interés negativos son el mundo al revés y suponen una perversión de toda la lógica sobre la que se fundamenta la economía. Significan, por ejemplo, que quien asume un riesgo no cobra por ello, sino que debe pagar. O que quien presta su dinero debe retribuir a quien lo toma prestado. Que se haya llegado al absurdo evidencia la gravedad de una crisis que, aunque atenuada, sigue latente, de una u otra forma, ocho años después.

El BCE es consciente del "estrés" al que se está sometiendo a los bancos y acaba de recomendarles que aumenten el cobro de comisiones. También el sector del seguro está fuertemente presionado por los tipos ínfimos, y lo mismo los planes de pensiones privados y los sistemas públicos de pensiones. En general los ahorradores y acreedores están siendo empobrecidos en beneficio de los deudores. Gracias a esto, países como España pueden financiarse gratis en plazos de hasta un año. Hay países que lo consiguen ya a 15, 30 y 50 años.

Y sin embargo la inflación no acaba de restablecerse, la inversión sigue lánguida, la brecha de riqueza se agranda -y también sus consecuencias socio-políticas- y hay quien teme que se esté gestando una colosal burbuja de activos.

Los bancos centrales son conscientes de que la política monetaria no cura los males, aunque los alivia, y por ello reclaman más acción simultánea (política fiscal y reformas) a los gobiernos. Un cese de la compra masiva de deuda por el BCE, con el endurecimiento del tipo de cambio del euro, añadiría lastre a una salida de la crisis aún frágil y azarosa, y encarecería la financiación de las deudas públicas que, como la española, siguen el alza. Pero perdurar en lo extraordinario crea distorsiones que habrá que sofocar.