La subida de tipos de interés en EE UU, si finalmente se reanuda en lo que queda de año (en diciembre se produjo un movimiento incipiente de normalización, con un repunte de 0,25 puntos, el primero en casi un decenio, y que no tuvo continuidad), no debería crear distorsiones graves al resto de las economías. Se presupone que la Reserva Federal de EE UU (Fed) actuará con tiento y cautela, como de hecho ha venido haciendo desde que canceló en 2014 su tercer programa sucesivo de compra a gran escala de activos financieros y aumento de su base monetaria.

Su presidenta, Janet Yellen, mantuvo la misma pauta de contención el viernes y, como otras veces este año, sugirió pero no afirmó que sea inminente otro paso en el endurecimiento de su política monetaria. Si finalmente se produce -como es probable que ocurra en septiembre o diciembre, salvo sucesos inesperados que ensombrezcan el horizonte- lo previsible es que la norma de conducta sea la misma: subidas tenues, lentas y graduales.

En la medida en que esto sea así, y en tanto que la economía mundial ya había sido mentalizada en diciembre por la Fed para cuatro subidas de 0,25 puntos cada una a lo largo de 2016, que finalmente se produzca alguna de ellas debería de estar descontado.

Pero que no cree graves quebrantos no significa que la medida sea inocua, y más tratándose del área monetaria de la divisa mundial de reserva por excelencia. La decisión tenderá a tensionar la curva de tipos en otras áreas, lo que debe alertar a países con mucha deuda (y al alza) como España, y más porque la consecuente depreciación del euro frente al dólar podría eximir al BCE de prorrogar su ofensiva más allá de marzo. Un repunte del dólar podría presionar más a la baja las materias primas, aunque quizá quede poco margen de descenso. Aún así, puede dificultar a economías latinoamericanas expuestas al dólar y de las que España tiene dependencia.