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La tenaza de la baja productividad, la poca inversión y la falta de demanda

La creación de empleo es mayor en sectores de bajo rendimiento y la ofensiva monetaria desvía recursos al mercado de activos

Las bajas ganancias de productividad y la escasa inversión globales son factores que se juzgan cruciales en los síntomas de atrofia económica y que estarían retroalimentándose junto con la escasez de demanda efectiva.

Lo que se ha dado en llamar el "enigma de la productividad" está suscitando desde hace tiempo un amplio debate. Cobran fuerza las hipótesis de que los avances ligados a la cuarta revolución industrial tendrán un menor impacto que las precedentes, y también que, como ocurrió entonces, existe un intervalo inevitable entre los avances tecnológicos y las ganancias de productividad que de ellos dimanan, y que no se desencadenan hasta que todo el sistema productivo se adhiera e interiorice la lógica intrínseca de las nuevas técnicas.

Algunos síntomas de "desglobalización" también tienden a frenar la productividad, uno de cuyos fundamentos es la ampliación de mercado, la especialización productiva y el aprovechamiento de ventajas competitivas.

La productividad (cuyo "lento crecimiento continuará en el futuro", dijo en junio la presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos, Janet Yellen) y la inversión (también baja) son factores muy relevantes porque se parte de la premisa de que las políticas de demanda (fiscal y monetaria) actúan como estímulo a corto plazo, y las de oferta, a medio, mientras que la productividad y la inversión sostienen la proyección del crecimiento a largo plazo.

Inversión

En la insuficiencia de la inversión están actuando muchos factores. Entre ellos, el exceso de capacidad instalada procedente del gran ciclo inversor de la etapa de la euforia, el enorme endeudamiento en el que se incurrió antes de 2008 para financiarlo (y que ahora obliga a priorizar el desapalancamiento) y la lentitud en la recuperación de la demanda a resultas de la crisis, el paro, la atenuación del comercio internacional, el exceso de cautela tras los excesos cometidos en el pasado (y el consiguiente trauma de la recesión) y las expectativas poco venturosas de las predicciones económicas.

La mejora de los resultados empresariales se estaría concentrando además de forma preponderante en el secto tecnológico antes que en la industria manufacturera tradicional, lo que estaría desplazando la inversión hacia sectores cuya contribución es menos mesurable, y que a la vez son menos intensivos en capital físico. La progresiva terciarización de las economías desarrolladas (sobre todo, cuando se fundamenta en el despliegue de los servicios básicos y no avanzados) dificulta las ganancias de productividad. Y a ello también se sumaron las reformas laborales: "La creación de empleo en la eurozona ha sido relativamente más intensa en los sectores de baja productividad", dijo el BCE este año en su boletín.

Los elevados endeudamientos públicos y privados acumulados son un freno al crecimiento porque endeudarse implica haber anticipado crecimiento en el pasado a costa del presente y del futuro.

Tipos de interés

La expansión monetaria, que debería estimular la economía y facilitar la dilución de las deudas con crecimiento e inflación, no están cumpliendo a plena satisfacción ese doble papel. La caída extrema de los tipos de interés, que ayudó a sortear lo peor, dejan de incentivar la iniciativa y la inversión cuando la inflación es muy baja e incluso negativa. Y en todo caso, en ausencia de expectativas de crecimiento boyante y una prosperidad que garantice los retornos que compensen el riesgo de la inversión en la economía real, el capital prefiere apostar por la inversión en activos (incluso con rentabilidades negativas tasadas y conocidas, como ocurre hoy con muchos bonos soberanos), en la seguridad de obtener plusvalías revendiendo los títulos a mejor precio a los bancos centrales. Su revalorización seguirá mientras éstos prosigan la compra de activos a gran escala.

El estímulo y abaratamiento del crédito se está dirigiendo con preferencia a la refinanciación de los grandes endeudamientos para reducir costes antes que a financiar inversión productiva, y más cuando hay exceso de capacidad instalada. La expansión monetaria para abaratar el crédito contribuye a su vez a incentivar las fusiones apalancadas, muchas de las cuales tienen por norte mejorar la eficiencia y generar sinergias (cuando no reducir cargas tributarias con las llamadas "fusiones fiscales" para establecer la sede resultante en el país de fiscalidad más benigna) antes que a innovar, modernizar procesos y ampliar el negocio.

Las tasas de interés negativas a la banca (con las que se pretende que ésta las trasladen a sus grandes clientes para forzarlos a movilizar los recursos con la asunción de riesgos inversores) está generando un efecto rechazo y algunos bancos, fondos, empresas y aseguradoras guarecen sus excesos de tesorería en cámaras acorazadas para eludir ambas opciones.

Las "fusiones fiscales", los acuerdos de "optimización" tributaria entre multinacionales y algunos gobiernos (desviando las bases imponibles generadas en diversos países a aquel que ofrece las condiciones más indulgentes) y el éxito de los "paraísos fiscales" sustraen ingresos a los estados que podrían emplear en reactivar la economía y dificultan detener el avance de los endeudamientos públicos, cuya progresión opera como un lastre, aliviado de momento por la ofensiva de los bancos centrales.

La desigualdad y el envejecimiento crecientes y los progresos de la economía colaborativa también contribuyen a aminorar y retardar la recuperación del PIB.

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