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Análisis Debate sin decisiones

Europa en funciones

El Consejo Europeo pone en evidencia que la UE es incapaz de tomar ni una sola decisión frente a la avalancha de problemas que se le viene encima

Europa en funciones

Desde que se inició el proyecto de Unión Europea, con la firma del Tratado de Roma hace casi 60 años, el proceso de integración ha pasado por todo tipo de problemas, tensiones y conflictos. Que se superaban con grandes dificultades, a veces en sesiones de madrugada en que se alcanzaban acuerdos finalmente por cansancio. A pesar de ello, más países se incorporaban, el mercado común se ampliaba y las instituciones de gobierno se consolidaban poco a poco. El Mercado Común pasó a llamarse Comunidades Europeas. Y, finalmente, cristalizó en la Unión Europea. Con Gobierno, Parlamento, bandera y moneda común para la mayor parte de sus integrantes.

Es verdad que el proceso de integración económica y política no había logrado culminar a principios de este siglo, como se pretendía. Algunos países ofrecían resistencias de diverso tipo, en especial Reino Unido, que aspiraba a la integración económica pero no a la política. A base de vetos no lográbamos tener política exterior europea, ni de defensa común. Ni siquiera política inmigratoria y de frontera. Y, por supuesto, nos habíamos quedado a medio camino de la integración fiscal, bancaria y económica. El Reino Unido pensaba que contaba con poder político, financiero, militar y científico para ser una potencia autónoma, que actuara independientemente del poder europeo. Y Alemania prolongaba las dudas del viejo dilema que ha desgarrado su historia: una potencia demasiado grande para caber en Europa, pero demasiado pequeña para convertirse en una potencia global.

Cuando con el cambio de siglo llegó el euro, muchos expertos internacionales, sobre todo norteamericanos, advirtieron que con una integración a medias la Unión Europea no podría funcionar. Era el tiempo en que muchos gobiernos europeos pedían con urgencia "más Europa", entre ellos España. Pero los británicos se resistían, solo aspiraban al mercado común. Y los alemanes temían que una mayor integración supusiera más carga económica para Alemania, que tendría que financiar a los países del sur con más dificultades.

Entonces llegó el huracán que convulsionó al mundo y desmanteló a Europa. La desnudó y puso en evidencia las fisuras de su proyecto de unidad y la falta de instrumentos para hacer frente a la crisis financiera. A partir de ahí, la Unión Europea sufrió una serie de crisis sucesivas: económica y social, la crisis del euro, unida a una profunda crisis política, agravada por la crisis de refugiados, el terrorismo y gravísimos conflictos en todas sus fronteras: Norte de África, Turquía y Rusia.

Las elecciones europeas del 2014 sacaron a flote la profunda crisis social y política que se había extendido por todo el continente. La demostración más clara fue el avance espectacular de partidos de la extrema derecha, nacionalistas, xenófobos y antieuropeos. Desde entonces la Unión Europea no ha hecho otra cosa que arrastrarse por lo que sus propios líderes han llamado "la crisis existencial de Europa". Que ha puesto en cuestión la existencia misma del proyecto de Unión Europea. Y que, a su vez, ha contagiado y provocado crisis políticas nacionales en casi todos los países, como la que vive España desde las europeas del 2014.

La Europa indecisa

Esta gran crisis tocó fondo el viernes pasado en la Cumbre europea de otoño que se celebró en Bruselas. La incapacidad para decidir y afrontar sus problemas llegó a su punto máximo. Asistía por primera vez la nueva primera ministra británica, Theresa May, que venía de la conferencia anual del partido conservador británico donde había lanzado un discurso durísimo contra el proyecto europeo: "No se lleven a engaño, brexit es brexit". Es decir, salir quiere decir salir. Y no salir a medias. Y a continuación fijó el calendario: "Empezaremos a negociar a partir de marzo de 2017". Fecha que no por casualidad coincidirá con las elecciones de mayo en Francia y de septiembre en Alemania. Lo que sin duda agravará el tiempo de tensión.

No es de extrañar que la señora May, al volver a Londres, dijera: "Nos espera un tiempo muy complicado y las negociaciones van a ser muy difíciles". Se acordaba sin duda de lo que le dijo Hollande, muy enfadado, en el Consejo: "Si quieren un brexit duro, tendrán una negociación muy dura. Y el que quiera quedarse fuera, se quedará fuera con todas las consecuencias".

Hay que reconocer, sin embargo, que la dureza de los franceses no refleja precisamente fortaleza europea. El Consejo Europeo de esta semana pone en evidencia, una vez más, que los órganos de gobierno de la Unión están prácticamente "en funciones". Son incapaces de tomar ni una sola decisión frente a la avalancha de problemas que se le viene encima. No se pone de acuerdo ni en la política inmigratoria, ni en la política exterior y de defensa. Y tampoco en la política económica: Francia ya ha abandonado la austeridad e Italia la abandona y la denuncia. Los alemanes callan, pero no se resignan. Draghi sigue con la política monetaria expansiva mientras el Banco Central alemán le critica abiertamente.

Para poner un ejemplo del colmo de la indecisión, observemos que este Consejo Europeo fue incapaz de ratificar el Tratado Comercial con Canadá, que lleva tres años negociándose. A última hora, no pudo firmarse por la oposición de Wallonia, la región belga que obligó a su gobierno a vetar el tratado. La ministra de Comercio de Canadá, que estuvo negociando con los valones desde las nueve de la mañana a las cinco de la tarde volvió a Otawa desesperada: "Con estos europeos es imposible. No hay quién los entienda".

España y su nuevo gobierno

El único que salió del Consejo satisfecho y optimista fue Rajoy. Tiene por costumbre que los problemas europeos no le afecten. Estaba feliz porque ya se ve formando gobierno. Dijo: "Gobernar en minoría es difícil, lo reconozco, pero se puede convertir en una gran oportunidad para buscar los consensos necesarios y resolver algunos de los grandes problemas de España". La frase fue acompañada de una sonrisa pícara, poco habitual en nuestro presidente en funciones, como diciendo: "Se van a sorprender con el nuevo Rajoy reformista y dialogante, capaz de gobernar en minoría".

Sin duda Rajoy estaba pensando en España y en Europa. Y sabe que su nuevo gobierno va a coincidir con una etapa nueva en el proceso europeo. Europa tiene que esperar al referéndum italiano del 4 de diciembre y a las elecciones francesas de mayo y las alemanas de septiembre, más la negociación del brexit, para salir de la paralización y recuperar un nuevo impulso en la construcción europea. La negociación de la nueva Europa se iniciará, por tanto, en el 2017, a partir del acto solemne, que probablemente tendrá lugar en Roma para celebrar el 60 aniversario del tratado fundacional de 1957. A partir de ahí, la Unión Europea tendrá que redefinir y acelerar los procesos de unidad política y económica. Las políticas comerciales internacionales, las políticas de inmigración, cooperación internacional y de defensa. Será casi una reinvención de Europa, que obligará a todos los países miembros a cambios profundos en sus políticas nacionales para integrarse en la nueva Europa.

España se verá obligada a tener una nueva Agenda Europea en que inserte sus programas de modernización económica, de cooperación internacional, de políticas de defensa y de manera especial lo que Europa llama las grandes transiciones energética y digital. Significará sin duda un cambio histórico en que España tendrá que correr mucho si no quiere quedarse atrás y participar en él. Pero también habría que reflexionar que en ese contexto, Canarias será una de las comunidades españolas más afectadas por el nuevo escenario global. Por eso el Gobierno de Canarias debe tomar nota de este Consejo Europeo, reflexionar y prepararse con urgencia para contar también con una nueva Agenda Europea, comprendiendo que ya hemos dejado de ser "islas alejadas", como nos definíamos, y hemos empezado a convertirnos en una Canarias global.

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