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Cambios en la primera potencia mundial Los efectos esperables del mandato en la Casa Blanca

La estrategia de Trump, en tres tiempos

La política económica que postula el presidente de EE UU tendrá dos fases: una muy expansiva y otra abocada a un severo ajuste

La estrategia de Trump, en tres tiempos

Las políticas económicas que ha comenzado a aplicar el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no tendrán los mismos efectos de forma perdurable. Lo previsible es que cambien de signo y alteren su naturaleza una vez que el componente de estímulo haya agotado su recorrido. En una primera etapa serán medidas expansivas pero su aplicación sostenida conducirá a un desenlace presumiblemente recesivo. Este fenómeno de doble vuelta está en su propia naturaleza y ha acompañado a otras experiencias ultraproteccionistas.

Antes de todo ello, y hasta tanto que la estrategia se despliegue, lo esperable son comportamientos erráticos en los mercados, cuya volatilidad -como, de hecho, ya ocurrió en las últimas semanas con algunos activos y valores- se acompasará con las dudas y vacilaciones que perciban los agentes económicos sobre el grado de cumplimiento de las promesas electorales, la intensidad de la dosis con que se vayan a aplicar, la tardanza en su puesta en marcha y los plazos de ejecución. Los mensajes presidenciales de 140 caracteres serán durante este preámbulo una de las pautas que guiarán a los indicadores económicos.

Z La expansión

Todas las iniciativas anunciadas por Trump son expansivas a corto y medio plazo. Lo son las políticas de estímulo fiscal prometidas (rebajas fiscales, aumento del gasto en defensa y planes de inversión en infraestructuras), las decisiones de desregulación financiera, administrativa y medioambiental, el respaldo a las energías fósiles (más intensivas en empleo que las renovables), las presiones para el retorno de inversiones industriales y plantas fabriles que se desplazaron a países con menor coste laboral, los incentivos fiscales para que las multinacionales repatríen los beneficios generados en el exterior y que permanecen en otras jurisdicciones, y las medidas proteccionistas como el incremento de los aranceles a las importaciones para defender el mercado interior, los impuestos a las deslocalizaciones y el posible gravamen a las remesas que envían los inmigrantes a sus países de origen.

Todo este acopio de propósitos debería actuar como un fuerte estímulo sobre el empleo y la economía. Esto es lo que están anticipando los inversores y los mercados financieros internacionales con la apreciación del dólar, la subida de la bolsa y el alza de los intereses exigidos a los bonos a largo plazo, con la consiguiente depreciación del valor de los títulos. Que estos tres vectores estén remontando a la vez está indicando no sólo una reactivación adicional de la economía estadounidense, sino el presagio de las secuelas de segunda ronda a las que llevará una política expansiva y a la vez aislacionista.

Desde la proclamación de Trump el 9 de noviembre, las gráficas de la cotización de la renta variable y de la renta fija bifurcaron sus caminos de forma súbita. Bajo esta divergencia repentina subyacen varios fenómenos. Uno es el efecto de envalentonamiento propio de las sustancias estimulantes. Los anuncios expansivos, las promesas de rebajas tributarias, las garantías de amparo contra la competencia exterior, el compromiso de inversión y gasto fomentado desde el Gobierno o directamente asumido por él y las desregulaciones han suscitado una expectativa eufórica y, en consecuencia, una mayor apuesta por el riesgo, con una recomposición de las carteras de los inversores hacia la renta variable y sus valores más cíclicos y menos defensivos con el afán de capturar -mientras dure- los máximos beneficios posibles del crecimiento prometido.

En este comportamiento late también la constatación de los desequilibrios a los que conduce la apuesta de Trump: crecimiento del déficit fiscal y de la deuda pública, y más inflación.

Z El freno

El plan de choque con el que Trump pretende relanzar la producción, el empleo y la industria estadounidenses se va a aplicar sobre una economía que lleva acumulados siete años consecutivos de crecimiento y ha alcanzado la plena ocupación con una tasa de paro del 4,9% de la población activa. Desde el tercer trimestre de 2009, que supuso el fin de la recesión, EE UU acumula el cuarto periodo más dilatado de su historia de crecimiento continuo y muchos economistas juzgan por ello que el país tiene pendiente una recesión o al menos un ajuste en su expansión.

Es probable que la irrupción de Trump aplace esa cita ineludible, pero no la evitará. Y quizá el coste de posponerla sea agravarla. Y agravarla más cuanto mayor sea el sobrecalentamiento al que la política presidencial someta al ciclo económico.

La práctica totalidad de las recetas anunciadas por Trump son inflacionarias. Salvo la desregulación ambiental y la reducción de los trámites administrativos (que reducirán costes a las empresas) y el impulso a la producción de petróleo (en tanto que podría atemperar la actual recuperación del precio del crudo), el resto son decisiones inflacionistas.

En un país en situación de pleno empleo técnico, la sustitución por nacionales de la mano de obra barata inmigrante que Trump pretende deportar (habló de 11 millones de personas y ahora de 2 a 3 millones), la ocupación de los puestos de trabajo industriales que aspira a repatriar y la recluta de personal que sería necesaria para atender el alza de la producción nacional para sustituir las importaciones disuadidas por las decisiones arancelarias desencadenaría, de producirse, un contundente repunte de los costes salariales.

Los dos o tres millones de parados ocultos que, integrantes de la población inactiva, se presume que podrían estar dispuestos a reintegrarse en el mercado laboral no parece que sean suficientes para cubrir en esas circunstancias la nueva oferta de trabajo sobrevenida ni aun contando con el desplazamiento a la producción interna de personal ahora dedicado a los negocios de importación.

Los aranceles del 35% a México y 45% a China, más el 20% que se pretende aplicar a México para costear el muro fronterizo, junto con otras barreras de entrada y elevación de derechos de importación a otros países, serán sufragados por los consumidores estadounidenses con un incremento raudo de los precios y merma de su renta disponible.

Esta espiral inflacionaria se agudizará con el resto de decisiones: reducción de impuestos, aumento del gasto militar, plan gigantesco de obra civil (bien mediante inversión pública o con incentivos fiscales a la iniciativa privada), desregulación financiera (supresión de la ley Dood-Frank), retorno de los beneficios atesorados por las multinacionales fuera del país (entre 0,75 y 1,2 billones de dólares, según distintas estimaciones) y retención de parte de las remesas de los inmigrantes.

El crecimiento del PIB pretendido por Trump (anunció tasas del 4%) supondría, de lograrlo, un sobrecalentamiento adicional de la economía, que el año pasado avanzó el 1,6% en términos anuales y el 1,9% en tasas interanual en el cuarto trimestre, y cuyo crecimiento potencial (el que es capaz de emplear el máximo de recursos sin generar inflación) se estima que está entre el 2% y el 3%.

Con una inflación ya situada en el 2,1% (una décima por encima del objetivo de la Reserva Federal), un choque inflacionario como el que desencadenaría la aplicación integral de las recetas de Trump tendría a medio o largo plazos, entre otros efectos nocivos, una notable pérdida de competitividad exterior del país. El encarecimiento de los precios internos frente a los de la competencia extranjera forzaría a la estrategia proteccionista a redoblar los aranceles o a contingentar la importación para impedir la masiva penetración de productos exteriores, lo que supondría un creciente aislamiento económico de la mayor potencia del planeta: EE UU aporta el 22% del PIB mundial.

El aislacionismo se acrecentaría aún más porque la estrategia proteccionista desencadena procesos de respuesta. Tanto China como México ya avisaron a Trump de que replicarán con la misma moneda.

El ministro mexicano de Economía, Ildefonso Guajardo, lo definió hace una semana como la "acción espejo".

Z Años 30

El escenario no es nuevo. EE UU ya conoció en los años 30 las represalias de sus socios comerciales cuando, en un erróneo intento de superar la Gran Depresión mediante el recurso al proteccionismo, optó por aplicar a los productos extranjeros aranceles de hasta el 300% con la Ley Smoot-Hawley. La respuesta no se hizo esperar y la escalada de resortes defensivos por los países agraviados condujo al derrumbe del comercio y del PIB globales y también de las exportaciones de EE UU. La consecuencia fue la depauperación de todos.

El escenario inflacionario al que llevaría a medio o largo plazos la estrategia de Trump obligará a la Reserva Federal (Fed), como ya sugirió el banco central estadounidense, a acelerar e intensificar la normalización de su política monetaria, con una subida de las tasas oficiales de interés más rauda e intensa de lo previsto. El mercado está ya anticipando esta respuesta, e incluso forzándola, en la medida en que los inversores, para protegerse del deterioro futuro del valor del dinero y en previsión de un aumento de la deuda con Trump, están exigiendo rentabilidades superiores al Tesoro: el rendimiento del bono a diez años de EE UU se disparó el 36% desde el 9 de noviembre.

El alza de tipos en el mercado y la previsión de que la tendencia continuará, arrastrando a la Fed a acelerar el paso, está contribuyendo a revalorizar el dólar. El movimiento está inducido también por la divergencia de las políticas monetarias entre áreas y la fase más avanzada de recuperación en la que se halla EE UU. Y a ello se suma la convicción de que la política de Trump llevará a subidas acusadas de los tipos para frenar la inflación y para atraer capitales que financien el déficit público que se presagia. Inflación excesiva, tipos elevados, dólar muy apreciado y represalias arancelarias de otros países dibujarían un escenario inquietante para EE UU y para la economía mundial.

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