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La estructura incompleta del euro dificultó una respuesta tajante a la crisis

Estados Unidos, con un pasado deflacionario en 1929, optó por los estímulos y Europa viró por su experiencia inflacionaria en los años 30 y por Grecia

La Eurozona y EE UU son más distintos de los que lo son sus bancos centrales. EE UU es un área monetaria óptima (reúne todos los requisitos) y la eurozona aún no lo es pese a los avances que se han hecho en los últimos años. Esta diferencia fue crucial en que el curso de los acontecimientos fuese tan dispar y también condicionó el distinto proceder de sus bancos emisores.

También pesaron los atavismos. La Gran Depresión (1929) había sido deflacionaria en EE UU e hiperinflacionaria en Europa y sobre todo en Alemania. Por lo tanto, las resistencias a los estímulos fiscales y monetarios fueron mucho mayores en Europa que en Norteamérica. En EE UU la Fed (presidida en 2008 por Ben Bernanke) tenía interiorizado el diagnóstico de Milton Friedman según el cual la catástrofe de 1929 pudo haberse detenido o aliviado si la Reserva Federal hubiese hecho caso a su banco de Nueva York y se hubiese dedicado a imprimir dinero.

Todo esto era inaceptable en Alemania en 2008 y lo es ahora porque la impresión de marcos para pagar las compensaciones de la I Guerra Mundial contribuyó a llevar al país al desastre económico y a la hiperinflación durante la República de Weimar.

La escuela austriaca de pensamiento no cree en las posibilidades terapéuticas de la expansión monetaria sino en sus riesgos y efectos perversos. El keynesianismo no la combate pero la juzga mucho menos eficaz que los estímulos fiscales (y mejor, según su tesis, con gasto público que con bajada de impuestos) para generar demanda. Keynes decía que estimular la economía ampliando la oferta monetaria es como pretender engordar ampliando el cinturón. El pensamiento alemán, inspirado en la escuela de Friburgo, defiende la alternativa de las reformas de oferta para aumentar la competitividad, depurar los excesos y desequilibrios concebidos en la época de euforia y acrecentar el potencial de crecimiento.

EE UU, pese a muchas resistencias, optó por una combinación de estímulo monetario y fiscal, aun cuando tuvo pasajes de austeridad. Pero fue mucho más proactivo. Friedman sostenía que, sin el concurso de la política monetaria, la fiscal es menos efectiva de lo que creen los keynesianos. El argumento sirve al revés. Por eso el BCE viene reclamando más reformas y más protagonismo de la política fiscal para dar respaldo y mayor efecto a su expansión monetaria.

Alemania llevó al extremo este argumento y, no sin su parte de razón, mantiene que la política monetaria expansiva es al final política fiscal porque disuade las reformas, aplaza los ajustes e incentiva el endeudamiento.

Alemania transigió a su pesar con el mandato del G-20 a fines de 2008 para aplicar políticas de gasto público y rebaja tributaria pero la crisis soberana griega a comienzos de 2010 acabó con el único resorte anticrisis que, junto con una bajada moderada de tipos, se aplicó en Europa.

También la incompleta construcción del euro dificultó afrontar la crisis como en EE UU porque no había un gran presupuesto federal (1% del PIB frente al 25% en EEUU), los mercados de deuda y bancario estaban fragmentados, convivían 19 supervisores financieros, existía un contagio de ida y vuelta entre riesgos bancario y soberano nacionales, no había instrumentos de rescate supraestatales, se carecía y carece de una política fiscal única y de emisiones de bonos federales como en EE UU que pudieran ser adquiridos por el banco central (la Fed tampoco socorre a los estados de la Unión), no se contaba con mecanismos de reequilibrio interno compensadores en caso de que una crisis afectase de forma desigual a los países, la penalización a las naciones menos solventes disparó las primas de riesgo e incapacitó al BCE para transmitir sus decisiones de tipos de interés al conjunto del área de forma homogénea, y esto puso al euro en riesgo de fractura.

Todo ello prolongó la digestión de la crisis, contribuyó a la segunda recesión (2011-2013) y obligó a Europa -a diferencia de EE UU- a recurrir a la ayuda externa: tuvo que pedir apoyo al Fondo Monetario Internacional (FMI). Y algunos problemas, como el de Grecia, siguen abiertos.

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