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Análisis

España competitiva

El ritmo de crecimiento de las exportaciones se ha debilitado en el último año, cabe conjeturar que el arma de la devaluación interna tiene fecha de caducidad

España competitiva

España ha recuperado capacidad de competir en el exterior en estos años de sacrificios y devaluación interna (reducción de salarios y precios inducida por las políticas económicas y el alto paro). Los costes laborales por hora trabajada han permanecido estancados desde 2012, mientras en la zona euro aumentaban el 6,2% y en Alemania, el 8%. Doce países de la UE tienen costes medios superiores y nuestros salarios están más cerca ya de los de Eslovenia y Chipre que de los que cobran alemanes o franceses. Por el lado de los precios, la inflación española permaneció durante más de tres años, hasta enero de 2017, por debajo del promedio de la UE, y las mutaciones en la negociación colectiva (reforma laboral mediante) han borrado en la mayoría de los casos las cláusulas automáticas de revisión salarial que, a través de los llamados efectos de segunda ronda, agudizaban el déficit de competitividad (al subir el IPC, lo hacían los costes laborales).

Tales efectos de la dolorosa devaluación interna -socialmente más difícil de aceptar que la devaluación monetaria, por más que esta última también reduzca la capacidad adquisitiva- explican en una parte el avance de las exportaciones y la mejora del saldo comercial. España no es la Alemania del Sur que prometió el Gobierno de Mariano Rajoy -el país sigue prisionero de una deuda externa que roza el 90% del PIB en términos netos, mientras que la posición alemana es acreedora en el 49% de su producto- pero los números sugieren que se ha registrado un cambio relevante en el patrón de crecimiento: las exportaciones han pasado de suponer el 15% del PIB en 2009 a superar el 23% desde 2013. Bien es cierto que la mayor parte de ese salto se produjo en 2010 y 2011, con José Luis Rodríguez Zapatero en el Gobierno, y que el protagonismo corresponde sobre todo a las empresas, a tantas que cogieron la maleta para vender fuera y sobrevivir al hundimiento de la demanda doméstica en los años de la Gran Recesión (2008-2013).

Los números dicen también que el ritmo de crecimiento de las exportaciones se ha debilitado (1,7% en 2016, cuando en 2011 rozó el 15%). Cabe conjeturar que el arma de la devaluación interna (como también ocurre con las depreciaciones competitivas de las divisas) está agotando sus efectos porque tienen fecha de caducidad.

Fátima Báñez, ministra de Empleo, decía en 2014 que España no debía "competir en bajos salarios". Tenía razón. La competitividad ganada en estos años ha sido valiosa, pero no es perdurable. Las acciones que la procuran a medio y largo plazo son otras: una educación que mime el talento, más tamaño en las empresas y redirigir la inversión hacia los activos (nuevas tecnologías, investigación...) que favorecen la productividad. El esfuerzo inversor en los llamados activos inmateriales (software, I+D...) ha pasado del 2% al 2,8% del PIB desde 2008, pero en los países avanzados ya supera el 5%, como refleja un estudio de la Fundación BBVA. Lo más importante para que España sea una economía altamente competitiva está por hacer y no consiste en bajar los salarios.

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