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El dilema de cuánto ponche retirar

Las autoridades monetarias se arriesgan a suscitar efectos nocivos tanto si demoran en exceso la reversión como si la aceleran

William McChesney Martin Jr., presidente de la Reserva Federal de EE UU entre 1951 y 1970, acuñó la frase según la cual la función de los bancos centrales es retirar el ponche antes de que la fiesta se anime.

La decisión de cuándo hacerlo y con qué intensidad es crucial. "Si la cantidad de liquidez nunca se reduce, la inestabilidad financiera es inevitable", dijo en febrero el banco Natixis. Fabricar dinero no es (en contra de algunas apreciaciones populares erróneas) la forma de crear riqueza, sino de destruirla. Como decía un lema izquierdista en 1968, "cuando lo extraordinario se vuelve cotidiano es que la miseria ha comenzado".

Pero una retirada temprana o demasiado rápida del apoyo monetario a una crisis de la magnitud de la que se acaba de vivir puede socavar la recuperación y reabrir tensiones que se dan por conjuradas. Hay un buen elenco de gravísimos errores perpetrados en el pasado por exceso de premura tanto de las autoridades monetarias como de las fiscales en la finalización de los estímulos que así lo evidencia. La Fed cometió uno de esos magnos patinazos en los años 30, según documentó Milton Friedman. Por eso Ben Bernanke, antecesor de Janet Yellen al frente de la Fed y estudioso de la Gran Depresión, se inclinó meses atrás por esperar lo más posible antes de endurecer la política monetaria.

El dilema consiste en que una subida rápida de tasas de interés o de reducción de la base monetaria podrían malograr el crecimiento que por vez primera se empezó a esbozar con visos de sostenibilidad y firmeza el año pasado en el ámbito global -y que parece estar afianzándose en 2017, al menos en el 75% de la economía mundial, según el FMI-, mientras que una continuidad de los estímulos puede sobrealimentar los riesgos cada vez más perceptibles de burbujas en gestación: de deuda, bursátiles y de otros activos.

La prologación de la laxitud monetaria también puede inducir al afloramiento de brotes inflacionarios -y más si Donald Trump sacase adelante sus planes fiscales y proteccionistas-, cuya irrupción -aunque hoy no se atisba- forzaría a un repunte acelerado de las tasas de interés, lo que podría detener el afianzamiento del crecimiento, agravar las cargas financieras en un mundo hiperendeudado y pinchar las burbujas latentes, con la desestabilización en particular del muy inflado mercado de bonos.

Amén de considerar la repercusión de sus decisiones sobre el presente de la economía, los bancos centrales precisan anticipar escenarios potenciales, y el más perentorio es dotarse de margen para responder a la próxima crisis. Les urge por ello reducir el tamaño del balance y la base monetaria, y continuar con la gradual subida de tipos de interés para disponer de capacidad de reacción si hubiese un retroceso económico. Se sabe que la crisis ocurrirá, aunque no se conozca cuándo ni con qué profundidad. Y cuando eso acontezca ningún otro contexto sería peor que el actual: con los estados en situación de déficit y atenazados por deudas elevadas -y sin capacidad por ello de promover estímulos fiscales-, y con los bancos centrales sobrecargados de riesgos en unos balances ya ultraexpandidos y con los tipos de interés en 0% o cerca de ese límite, y sin arsenal por ello para promover impulsos monetarios.

La política monetaria es, por su propia naturaleza, cortoplacista en sus efectos, y prolongarla desnaturaliza la pretensión que le es exigible. Como otras políticas de demanda, su finalidad es colaborar a que el dinamismo económico se acerque al crecimiento potencial pero no actúa sobre éste ni lo acrecienta. Keynes decía que confiar el crecimiento a la expansión monetaria es como creer que se puede engordar por el mero hecho de usar un cinturón más amplio.

Dopada con la anomalía de una elevada dosis de estimulante monetario, la economía precisa abandonar el estupefaciente para recuperar su dinamismo intrínseco sin incurrir en la adicción. "Algo de normalización es bienvenido" pero excesiva tendría costes, dijo la OCDE en marzo.

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