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Elecciones de transición

Configurar una mayoría que garantice una mínima estabilidad al gobierno, esa es la prueba que los votantes han decidido poner a los partidos políticos

Las elecciones del domingo establecen un punto y aparte en la política española, pero nadie ha sido sorprendido por sus resultados. El escrutinio confirma las previsiones que venían haciéndose en las últimas semanas a partir de los datos de las encuestas. Por eso, una gran parte del análisis está hecho de antemano. No obstante, el equilibrio de fuerzas entre los partidos clásicos y los recién creados augura nuevas batallas entre ellos y obliga a considerar que el mapa político salido de las urnas pudiera ser provisional.

Todo depende de que la investidura del presidente del Gobierno se produzca o no en unas condiciones que garanticen la estabilidad política del país durante la legislatura que se abrirá en enero. Lo urgente ahora es la gobernabilidad del país. Vayamos, pues, al grano.

Desde el momento en que empezaron a difundirse las encuestas hechas a los votantes a la salida de los colegios electorales, los comentaristas pasaron la noche haciendo todas las combinaciones posibles de siglas y números, a la búsqueda de una fórmula de gobierno plausible. Casi todos acabaron, derrotados, rindiéndose ante las complicaciones que a tal fin plantea la composición del Congreso.

En efecto, no será tarea fácil la formación del nuevo gobierno, un bien político que hoy es de primera necesidad para España. Los dirigentes han recibido el pluralismo de la Cámara Baja con una predisposición universal al diálogo y el acuerdo, pero al día siguiente de las elecciones se han dedicado a marcar territorio, señalar a los socios de gobierno imposibles y establecer los requisitos de cualquier pacto.

Vista la distribución de escaños en el parlamento, es preciso tener en cuenta, de entrada, que la estabilidad del gobierno sólo estará asegurada en principio si cuenta con el respaldo de una coalición mínima ganadora, es decir, si los partidos que decidan apoyarlo suman 176 escaños.

Una coalición en minoría, si consigue la investidura para formar gobierno, algo improbable particularmente en el caso de que fueran el PP y Ciudadanos los que se lo propusieran, tendría que hacer frente a una oposición mayoritaria y activa del resto de los grupos parlamentarios.

Para superar esta dificultad, el candidato, sea del PP o del PSOE, antes deberá poner en vías de solución otras cuatro. La primera es que la investidura exige un acuerdo entre partidos que están compitiendo abiertamente entre sí por un espacio electoral. Podemos y Ciudadanos ven cerca el objetivo de ocupar en el sistema de partidos el lugar que han ocupado durante décadas el PP y PSOE y temen que un pacto con los adversarios de la llamada vieja política acabe frustrando sus aspiraciones.

La segunda dificultad consiste, en el caso del PSOE, en que bajo la etiqueta de Podemos actúan diversas organizaciones políticas, de manera que se trataría de una coalición de coaliciones, estas todas de ámbito no estatal. La tercera dificultad reside en el precio altísimo que cualquiera de los partidos coaligados estaría obligado a pagar por el acuerdo. Sirva como ejemplo, lo que supondría para el PSOE formar parte de una gran coalición.

Y el cuarto problema es el que presentan las políticas de cada partido, entre las cuales hay diferencias que pueden llegar a ser insalvables. Las posiciones del PSOE y Podemos en torno a la cuestión catalana no se prestan a una fácil conciliación.

Para colmo, la perspectiva de unas elecciones anticipadas es una dificultad añadida.

Unos partidos pensarán que si hubiera que convocarlas saldrían muy perjudicados, pero otros creerán que para ellos será una gran oportunidad para acercarse a sus objetivos estratégicos y, en consecuencia, los primeros apurarán las posibilidades de alcanzar un pacto para formar gobierno, mientras que los segundos mostrarán una actitud más indiferente al éxito de las negociaciones. El hecho es que el diálogo sobre la formación del gobierno se verá interferido por las expectativas que cada partido deposite en la celebración de nuevas elecciones.

La investidura del presidente no es cuestión de pura aritmética parlamentaria. Las dificultades políticas para configurar una mayoría que garantice una mínima estabilidad al gobierno son reales. Pero esa es la prueba que los votantes han decidido poner a los partidos.

El aprendizaje de las coaliciones no es sencillo, sobre todo cuando la tensión entre los adversarios llamados al acuerdo es elevada, como lo es en España en la actualidad. A pesar de todo, la situación del país no aconseja posponer indefinidamente el momento de la verdad, el de gobernar, como sucede en Cataluña.

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