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Del terno a la coleta: el proceso

Adolfo Suárez fue el primer presidente democráticamente vestido - Una hipotética victoria de Iglesias implicaría retomar la milenaria tradición peluquera de los emperadores chinos

Del terno a la coleta: el proceso

La historia de este país en sus últimos 80 años se podría resumir por el fondo de armario de sus mandamases, que ilustra el cómo se ha ido evolucionando hasta esta esquina del siglo XXI desde que Francisco Franco se presentó al día siguiente del desfile del llamado Día de la Victoria, en mayo de 1939, en una ceremonia en la iglesia de Santa Bárbara, en Madrid.

En aquél guatatiboa de exaltación, los embajadores se quedaron pasmados. En apenas 1,63 centímetros el Caudillo se había plantado un uniforme de capitán general, espada, chapón, fajín, camisa azul, boina roja de los requetés y relucientes botas de caña alta, todo ello bajo palio y música de órgano.

Desde los Reyes Católicos nunca hubo tanta hojalata en una sola persona. Ni nunca la habría. Tuvieron que pasar 40 años para ir acomodando la situación en los estándares de certificación europea, porque ni siquiera al finalizar el franquismo se había logrado. El entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, para anunciar entre pucheros aquél, "españoles, Franco ha muerto" el 20 de noviembre de 1975, se alongó por la tele con un traje chaqueta negro con corbata negra, que aún siendo la tele en blanco y negro nunca se ha podido repetir modelo más negro del que se podría calificar como el abuelo tenebroso del terno español.

Claudia Fernández Silva, diseñadora industrial de la Universidad Pontificia Bolivariana -sí, Bolivariana, pero no se asusten que es de Medellín, Colombia-, en su ensayo El vestuario como identidad sostiene que "nuestro modo de vestir denota una toma de posición, tanto en un sentido de inclusión, de exclusión o diferenciación frente a un referente establecido".

Y Adolfo Suárez, el primer presidente elegido democráticamente, cumplió con el precepto de tomar posición vía estilo, y además lo hizo a lo grande, con trajes de dos y tres piezas, de chaquetas sencillas a medida y al poder ser con botón desabrochado y camisa de doble puño para hacer gala de su interminable colección de gemelos, todo ello rematado con zapatos Oxford impolutos, relegando a Arias Navarro al siglo II a. C.

Esa alegría no iba a durar mucho. Tras Suárez llegaba Calvo Sotelo, presidente por 'accidente' desde febrero de 1981 a diciembre de 1982 y que supuso una involución. Como vistiera es indiferente por culpa de unas precámbricas gafapastas que presidían el conjunto sin opciones a fijarse en nada más, provenientes de una óptica quizá propiedad de un enemigo.

Por lo tanto el segundo gran hito vendría poco después, con la irrupción de un Felipe González que fue cuajando su liderazgo en el PSOE tirando de camisas de franela y pantalones de pana y que debió comprarse el primer terno para el día de la jura, y lo hizo con uno casi tan negro como el de Arias Navarro, y corbata del mismo color, pero en una versión más propia de jefe de sala de buffet que del estadista que estaba por venir. Con el tiempo aquél posthippy incurría en la sastrería italiana, mimetizándose perfectamente entre la comunidad política internacional.

Fue luego Aznar el que corrió un camino inverso, que empezó con traje, tuvo un extraordinario pico con los 1.500 euros de frac y complementos que se embutió en la boda de su hija, para dejar la presidencia festoneado de pulseras de colores, en las antípodas de Zapatero, el que vino después, y al que le ocurrió algo parecido que a Calvo Sotelo por unas cejas que sustituían, con idéntico resultado, las gafas del segundo. Y con Rajoy otro tanto, pero con más mérito porque logra la misma inanidad con gafas y cejas más o menos normales. De tal forma que para esperar otro campanazo habría que aupar a un Pablo Iglesias que sería el primer presidente del hemisferio occidental - en el oriental ya lo hicieron los emperadores chinos-, en lucir coleta..., o no, porque de momento ya no aparece con aquél zarcillo que se guindó a rente de su propia ceja.

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