Un ritmo alegre, unas risas compartidas y una degustación de aromas escapan por las ventanas abiertas de La Vieja Pandorga. Suena la música salsa que elige Joaquín, el jefe de cocina de este restaurante de La Restinga que ayer, tras más de una semana abandonado, como el resto de este pueblo costero, volvía a la vida.

La Restinga despierta tras diez días en coma y como buen enfermo lo hace con prudencia y movimientos pausados. Quizás por el semáforo que no baja del rojo, por el aumento de esos imperceptibles temblores, los peces muertos o simplemente por las intensas lluvias, muchos, la gran mayoría de los vecinos desplazados no se fía del volcán aparentemente dormido frente a sus hogares. Sin embargo, otros, aún unos pocos, optaron ayer por volver a sus casas, abrir las puertas de sus negocios y recuperar antiguas sensaciones; sin prisas y con la misma calma que pone nombre a sus costas contaminadas.

En un pueblo habitado por unas 600 personas, Dimas Mojica, propietario del Bar Principal, calculó que los más valientes, esos que ayer durmieron en el pueblo marinero, no pasaría de la veintena de personas. "Mañana", afirmó este ayer, "nos llamarán todos de arriba, de El Pinar, para ver si estamos vivos y entonces empezarán a bajar el resto de la gente", aseguró con un media sonrisa. En la barra, Aquilino, pescador ya jubilado añora las tertulias con sus compañeros en la sombre del muelle. "Hasta que no vuelvan los barcos, la gente dormirá en El Pinar", razona éste. Mientras, Manolo Álvarez, otro histórico de la Cofradía, anuncia, "a mí me han dicho los que saben que hasta el 28 no vuelva que eso está ahí y bien vivo".