Ignoro si una "orquesta regional" como la de la Comunitat Valenciana encaja en los criterios de "economía sostenible" de estas témporas miserables, pero como "cultura deseable" es lo más importante que se ha hecho en toda la historia orquestal de España. Habla por sí mismo el hecho de que Maazel y Mehta la dirijan con asiduidad y confianza similares a las de sus trabajos con las filarmónicas de Berlín o Viena. Para tener a Abbado y Muti en el foso, el Teatro Real de Madrid tiene que contratar a las orquestas que ellos imponen, como ha ocurrido con Barenboim y otros. Por eso el Palau de les Arts de Valencia consiguió en pocos años el liderazgo de todas las casas de ópera del país. Como instrumento sinfónico, también están en el "top", a punto de una gira por China que pagarán los chinos, no los contribuyentes españoles. He aquí otra diferencia significativa. Los canarios pagamos dos conciertos que marcan la cumbre del presente Festival. Ningún melómano auténtico podrá negar que valió la pena.

La "Octava" de Bruckner es una de las sinfonías más densas, profundas y difíciles del postromanticismo universal. De ahí que sean pocos los maestros que la afrontan, y siempre con orquestas de plena garantía. Hace unos años, cuando Celebidache vino al Festival, y, como siempre, se despachó contra casi todos los colegas, le pregunté qué directores brucknerianos merecían su respeto. "Mehta y Barenboim", fue su respuesta inmediata. Ni uno más. Y es Zubin Mehta el que nos trae este monumento colosal en condiciones óptimas. La clase insuperable de su técnica sabia, inductiva, elegante, coincide con la idoneidad del estilo y el alto voltaje de la expresividad. Agotado el billetaje del auditorio Alfredo Kraus, el impacto fue tan hondo que muchos asistentes se pusieron en pie para ovacionar al conjunto y la batuta. Ocurre en contadas ocasiones.

Las masas instrumentales fueron tan transparentes como los pianísimos (inolvidable el "adagio" más conmovedor de todo el siglo XIX); la planificación de dinámicas y texturas puso en valor los últimos detalles de las voces intermedias; la obsesiva transfiguración temática y la ciclicidad de los motivos principales mostraron la suprema coherencia de la escritura, sin cortes abruptos ni saltos sobre el vacío; y la grandeza del "tutti" fue más afín que nunca a la espiritualidad quintaesenciada. Mehta es un gigante y la orquesta se produce a su nivel, motivada y vibrante en cada compás, equilibrada en las colosales dilataciones del sonido, concentrada en el discurso sensible, con sesenta arcos y un orgánico de maderas que nunca son masacrados por los poderosos metales (cinco tubas wagnerianas y el resto a 3 o a 5) en la proyección de un empaste modélico.

Una obra maestra servida por intérpretes que han lleva-do el Festival a su cénit. Los músicos aplaudían al maes- tro con el mismo fervor que el público al final de un concier-to histórico.